Os invito a leer esta columna de Álex Grijelmo, aparecida en El País en su sección «La punta de la lengua» la semana pasada, para que reflexionéis acerca de la importancia del análisis gramatical de los textos, ya que ayuda a conocer mejor las ideas y propósitos de los emisores en diferentes situaciones de comunicación. En este sentido, la desaparición de palabras y expresiones que indican duda es muy significativa en el uso de la lengua en las redes sociales, lo que resulta altamente preocupante si ello conduce a posturas cerriles o dogmáticas.
Indefinidos en peligro
La gramática nos permite averiguar lo que pasa en el
alma de quien habla
El
idioma español dispone de muchos términos que sirven para reflejar nuestras
dudas. Entre ellos, la mayoría de los indefinidos (“varios”, “algunos”,
“alguien”, “algo”, “bastantes”, “escasos”, “ciertos”…), un puñado de verbos
(“creo”, “me parece”, “me barrunto”, “sospecho”, “puede que”…), distintos
adverbios (“quizás”, “acaso”…) y muchas locuciones (“algo así como”, “más o
menos”, “en torno a”, “a veces”, “a lo mejor”…).
En las redes, vemos cómo
personas flexibles y tolerantes
se transforman de repente en contundentes y
tajantes.
Dado Ruvic REUTERS
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Las
informaciones periodísticas deben huir de esos vocablos porque transmiten
cierta vaguedad. Pero cuando alguien opina sobre algo de lo que no tiene
constancia directa parece más conveniente que las vacilaciones se reflejen
mediante estas palabras indefinidas. Con ellas, las personas prudentes
comunican su cautela intelectual y advierten de que sus percepciones no son
inamovibles, sino más bien provisionales. Por el contrario, olvidan esos
términos quienes usan un lenguaje muy asertivo que transmite con gran seguridad
su idea del mundo.
Cada
cual está en su derecho de expresarse de aquella manera o de ésta, pero en uno
y otro caso, como escribió el filólogo venezolano Andrés
Bello (1781-1865), la gramática nos permitirá averiguar lo que pasa en el
alma de quien habla.
Abundan
en las redes sociales las frases firmes, sin fisuras; recias aserciones llenas
de certeza, en las cuales la gramática da pistas sobre lo que sucede en los
adentros de quien se expresa. Así, a veces vemos cómo personas flexibles,
tolerantes y moderadas se transforman de repente en contundentes y tajantes.
Sucede mucho cuando alguien va al volante, y tal vez también cuando tuitea. En
esos instantes, la duda desaparece. Ay, la duda.
La
articulista colombiana Adriana Villegas ha escrito
en el diario La Patria: “La duda. Justo eso es lo
que hace falta antes de compartir, replicar o dar clic a cuanta bobada circula
por WhatsApp, Facebook y otras redes”. Ella propone además una campaña
lingüística que fomente la recuperación de expresiones como “algunos”, “pocos”,
“frecuentemente”…, en sustitución de “todos”, “siempre”, “ninguno” o “nunca”.
El
problema no sólo reside en que se omiten las cautelas a la hora de opinar en
las redes y en los medios sobre asuntos controvertidos o indemostrados; sino en
que las palabras indefinidas se vuelven invisibles cuando se comentan los
mensajes que sí las incluían. Las consideraciones matizadas pierden de ese modo
sus gradaciones relativas, sus semitonos, y se vuelcan en la corriente del
asertismo.
Si
alguien hace una enumeración en la que especifica “entre otros”, un tercero
vendrá a señalar que a la relación expresada le faltaban tal o cual elemento,
sin reparar en la salvedad que había planteado el autor. Y también llegará
luego quien reescriba la frase original silenciando la locución que daba idea
de que la lista estaba incompleta.
Si
alguien dice “calculo que eso pasó algo así como 15 veces”, aparecerá quien,
incapaz de procesar la aproximación precavida, le reprochará al autor haber
asegurado eso y matizará además que en realidad fueron 16. Y también habrá
quien reproduzca la frase con una literalidad bien distinta: “Fulano afirmó que
eso pasó 15 veces”.
Frente
a esta tendencia reductora, convendría no olvidar que las indefiniciones son a
veces de lo más preciso, paradójicamente; porque reflejan fielmente nuestras
dudas: el alma insegura del ser humano, que tantas veces queremos disimular.
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