miércoles, 28 de noviembre de 2018

PARA QUE YO ME LLAME ÁNGEL GONZÁLEZ

Sirva este poema de su primer libro, Áspero mundo, para recordar al excepcional poeta Ángel González, al que hemos estudiado y leído estos días en clase. La poeta Raquel Lanseros lo comentaba así en enero de este año, en el décimo aniversario de la muerte del poeta, en El Cultural:
«Me gusta especialmente porque el poeta pone de relieve la percepción humana sobre el paso del tiempo, no sólo durante la propia vida, sino anteriormente, señalando con lucidez toda la anchura de existencia que ha sido necesaria para que cada uno de nosotros estemos aquí y ahora. Esa épica del hombre común, esa toma de conciencia de nuestra propia unicidad y del milagro que supone estar vivos convierten al poema en todo un alegato a favor de la intensidad y la verdad desnuda. El aparente fracaso de la vida cotidiana, desprovista de sentido visible, encubre en realidad un inmenso éxito, el más profundo: el de la permanencia y la victoria de la supervivencia.»


Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo el mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
Solsticios y equinoccios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.
De su pasaje lento y doloroso
de su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufragios, aferrándose
al último suspiro de los muertos,
yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento...

En este enlace de El Cultural también podéis leer y escuchar otros nueve poemas del poeta y comentarios de diferentes autores que quisieron rendirle homenaje.

viernes, 23 de noviembre de 2018

GIL DE BIEDMA, EL POETA QUE QUISO SER POEMA

Y preguntarme por qué no escribo inevitablemente desemboca en otra inquisición mucho más azorante: ¿por qué escribí? Al fin y al cabo, lo normal es leer. Mis respuestas favoritas son dos. Una, que mi poesía consistió —sin yo saberlo— en una tentativa de inventarme una identidad; inventada ya, y asumida, no me ocurre más aquello de apostarme entero en cada poema que me ponía a escribir, que era lo que me apasionaba. Otra, que todo fue una equivocación: yo creía que quería ser poeta, pero en el fondo quería ser poema.
Jaime Gil de Biedma, Las personas del verbo

Jaime Gil de Biedma (1929-1990) es uno de los poetas del «Grupo poético de los 50» que más ha influido en la poesía de los últimos años del siglo XX y primeros del siglo XXI. Su obra poética, que no llega al centenar de poemas, inscrita en lo que se ha llamado «poesía de la experiencia», se caracteriza por su tono confesional y narrativo.
Su primera obra, Compañeros de viaje (1959), tiene como tema central la amistad y presenta un carácter marcadamente político («compañeros de viaje» hace referencia también a los militantes comunistas). En muchos de sus versos se denuncia la represión del régimen franquista (la falta de libertades, el miedo imperante, las injusticias). En todo el libro se aprecia el influjo del Antonio Machado de Campos de Castilla.

                        INFANCIA Y CONFESIONES
                                                  A Juan Goytisolo
Cuando yo era más joven
(bueno, en realidad, será mejor decir
muy joven)
                      algunos años antes
de conocernos y
recién llegado a la ciudad,
a menudo pensaba en la vida.
                                                        Mi familia
era bastante rica y yo estudiante.

Mi infancia eran recuerdos de una casa
con escuela y despensa y llave en el ropero,
de cuando las familias
acomodadas,
                          como su nombre indica,
veraneaban infinitamente
en Villa Estefanía o en La Torre
del Mirador
                       y más allá continuaba el mundo 
con senderos de grava y cenadores
rústicos, decorado de hortensias pomposas,
todo ligeramente egoísta y caduco.
Yo nací (perdonadme)
en la edad de la pérgola y el tenis.

La vida, sin embargo, tenía extraños límites
y lo que es más extraño: una cierta tendencia
retráctil.
                  Se contaban historias penosas,
inexplicables sucedidos
dónde no se sabía, caras tristes,
sótanos fríos como templos.
                                                       Algo sordo
perduraba a lo lejos
y era posible, lo decían en casa,
quedarse ciego de un escalofrío.

De mi pequeño reino afortunado
me quedó esta costumbre de calor
y una imposible propensión al mito.


                                  POR LO VISTO

Por lo visto es posible declararse hombre.
Por lo visto es posible decir no.
De una vez y en la calle, de una vez, por todas
y por todas las veces en que no pudimos.
Importa por lo visto el hecho de estar vivo.
Importa por lo visto que hasta la injusta fuerza
necesite, suponga nuestras vidas, esos actos mínimos
a diario cumplidos en la calle por todos.
Y será preciso no olvidar la lección:
saber, a cada instante, que en el gesto que hacemos
hay un arma escondida, saber que estamos vivos
aún. Y que la vida
todavía es posible, por lo visto.


En Moralidades (1966), Gil de Biedma continúa con su compromiso social y político. Denuncia la inmoralidad del régimen, su miseria moral, su hipocresía. Rechaza totalmente los comportamientos de la clase social burguesa a la que pertenece pero no renuncia, con cierta sorna, a sus privilegios. Incorpora a esta obra el amor y el sexo como temas centrales de sus preocupaciones.

                        AÑOS TRIUNFALES
… y la más hermosa
sonríe al más fiero de los vencedores.
                                         Rubén Darío
Media España ocupaba España entera
con la vulgaridad, con el desprecio
total de que es capaz, frente al vencido,
un intratable pueblo de cabreros.
Barcelona y Madrid eran algo humillado.
como una casa sucia, donde la gente es vieja,
la ciudad parecía más oscura
y los Metros olían a miseria.
Con luz de atardecer, sobresaltada y triste,
se salía a las calles de un invierno
poblado de infelices gabardinas
a la deriva, bajo el viento.
Y pasaban figuras mal vestidas
de mujeres, cruzando con sombras,
solitarias mujeres adiestradas
–viudas, hijas o esposas–
en los modos peores de ganar la vida
y suplir a esos hombres. Por la noche,
las más hermosas sonreían
a los más insolentes de los vencedores.


En  Poemas póstumos (1968) el poeta, desengañado en lo político y muy alejado de sus ansias juveniles, abandona la crítica y la ironía de los libros anteriores para centrarse en su persona: la nostalgia del pasado, la madurez, la enfermedad, la proximidad de la muerte son los temas de su última obra. 



           NO VOLVERÉ A SER JOVEN
Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan solo
las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.




Después de este libro, prácticamente decidió no volver a escribir poesía y agrupó su obra en el volumen Las personas del verbo, al cual pertenece el fragmento que abría esta entrada.