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domingo, 6 de diciembre de 2020

EL CASTELLANO EN EL CENTRO DEL DEBATE POLÍTICO

Es una triste noticia que se involucre a las lenguas en peleas políticas coyunturales, sobre todo cuando el debate deriva hacia una estrategia de crispación que exige el falseamiento de la realidad, las ofensas y las manipulaciones. [Luis García Montero]

Como en el debate político de las últimas semanas, a propósito de la aprobación en el Congreso de los Diputados el pasado 19 de noviembre del Proyecto de Ley Orgánica de modificación de la LOE (LOMLOE), se ha puesto al castellano en el centro del debate político, conviene conocer un poco más a fondo las posturas ideológicas que sustentan opiniones tan diversas como la que hoy expone el escritor Mario Vargas Llosa en El País (La lengua oculta) o la que escribió Luis García Montero en Infolibre hace unos días (Dejemos en paz las lenguas). Los dos ponderan la importancia del castellano en el mundo actual, pero a la hora de valorar la situación en la que vive el castellano hoy en España  presentan visiones y análisis opuestos. El artículo del Premio Nobel de Literatura se alinea en los postulados de la derecha política y el artículo del director del Instituto Cervantes recoge ideas que se inscriben en una sensibilidad de izquierdas, posturas ambas sobradamente conocidas en el panorama político y cultural de nuestro país.

Dejo a los lectores, además de los enlaces para leer los artículos de forma íntegra, un extracto de cada uno de los artículos para que ellos saquen sus conclusiones, después de sopesar la fuerza de los argumentos de cada uno.

LA LENGUA OCULTA

Mario Vargas Llosa

[…] Contrariamente a lo que sería natural, el regocijo y el orgullo de un país cuyo idioma ha ido adquiriendo con el correr de los siglos una universalidad que sólo tiene por delante al inglés, pues el mandarín y el hindi son demasiado complicados y locales para ser idiomas verdaderamente internacionales, en España misma, la tierra donde aquella lengua nació y evolucionó y heredó luego el mundo entero, como nos descubrieron entre otros el gran don Ramón Menéndez Pidal y sus discípulos, hay desde hace algún tiempo una campaña de parte de los independentistas y extremistas para rebajarla y disminuirla, cerrándole el paso y procurando (muy ingenuamente, claro está) abolirla o reemplazarla. Acaba de ocurrir una vez más, con la nueva ley de educación que ha aprobado, con un solo voto más del que necesitaba, el actual Gobierno del Partido Socialista y de Unidas Podemos, con el apoyo de Bildu, la continuación de ETA, la organización terrorista que asesinó a casi novecientas personas, y que ahora ha abandonado la lucha armada y se ha integrado a la legalidad. Y, por supuesto, de Esquerra Republicana, cuyos principales dirigentes han sido condenados por los tribunales españoles por convocar un referéndum sobre la independencia de Cataluña estando prohibidos de hacerlo explícitamente por la Constitución de 1978, vigente en la actualidad.

La negociación que ha permitido esta alianza, sobre la que algunos socialistas discrepan, ha sido muy simple. El Gobierno de Pedro Sánchez necesitaba aprobar su proyecto de presupuestos en las Cortes. Para ello, Unidas Podemos atrajo los votos del Partido Nacionalista Vasco (el PNV), de Bildu y de Esquerra, y éstos, ni cortos ni perezosos, se apresuraron a concederlos siempre que el Gobierno aceptara modificar la ley suprimiendo el carácter “vehicular” del español que señala específicamente la Constitución. Esta es la razón por la que el castellano o la lengua española ha pasado a ser, según esta ley, una lengua oculta o clandestina. Quien lee dicha ley, llamada “la ley Celaá” por la ministra de Educación que la ha concebido, se queda sorprendido de que en un proyecto que establece las formas de la educación en todo el país, el español o castellano aparezca de solo pasada. El español, la lengua que nació en Castilla, cuando el país estaba semiocupado por los árabes y que se ha convertido en una lengua universal, ¿dónde está? Se trata de una lengua disminuida, silenciada, preterida ante lenguas locales que son habladas por minorías, y uno de los ministros del Gobierno ha tenido la audacia de decir que todo el escándalo que se ha suscitado al respecto se hubiera evitado si el español no hubiera estado “envenenando” el clima escolar en Cataluña, donde algunos colegios, que respetan las leyes, daban las horas de clases en castellano a que están obligados y que, en su mayoría, los colegios catalanes no respetan. La ley señala que las clases en español o castellano constituyen un derecho de todas las personas nacidas en España. ¿En cuántas comunidades autónomas bilingües se cumple esta disposición? Me temo que sólo en una minoría. Pues, aunque parezca imposible, la campaña contra el español en la tierra donde nació Cervantes sigue en marcha. Sería algo así como un verdadero suicidio que esta idiotez prosperara, no para el español o la lengua castellana, que tiene más que asegurado su futuro en el resto del mundo. Más bien, para España, a quien arrancarle la lengua sería arrancarle el alma. Es simplemente impensable que el país donde nacieron la lengua castellana, Quevedo y Góngora, además de cientos de escritores que le han dado prestigio y dimensión universal al español, éste sea objeto de una victoriosa campaña de discriminación. Ella no puede ni debe prosperar. Los hispanohablantes, que formamos una gigantesca mayoría en el país, debemos impedir este absurdo intento de minusvalorar y postergar el castellano frente a las lenguas periféricas. Firmemos los manifiestos que haga falta y salgamos a las calles cuantas veces sea necesario: el español es la lengua de España y nadie la va a enterrar.

***

DEJEMOS EN PAZ LAS LENGUAS

Luis García Montero

España tiene la suerte de compartir un idioma tan sólido y extenso como el español y, también, de disfrutar una pluralidad lingüística reconocida oficialmente. A los que, sin saber de lo que hablan, están arremetiendo contra la nueva ley de educación con el argumento de que pone en peligro el castellano en Cataluña, quiero recordarles el artículo tercero de nuestra Constitución. La lengua es parte de la identidad porque, además de nombrar y describir, las palabras implican una acción. Es decir, la palabra Constitución nos constituye: “El castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla. Las demás lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas Comunidades Autónomas de acuerdo con sus Estatutos”.

Como la Constitución nos constituye, los responsables de la Constitución tuvieron cuidado en encontrar fórmulas que sirviesen para salir en lo posible de muchos años de dictadura. Como filólogo, soy más partidario por motivos históricos del término español para nombrar a nuestra lengua. Pero con castellano se quería entonces ofrecer un ámbito inclusivo a las otras lenguas también españolas. Hoy es normal utilizar los dos términos, dependiendo de los diversos países de la lengua y de la voluntad o costumbre de cada hablante. No es un problema.

Quien dice que el español está en peligro miente. Los españoles somos el 8% entre los hablantes de una lengua que se extiende demográficamente con paso firme. Quien quiera ayudar al español no debe preocuparse por un peligro de desaparición, sino por reforzar su presencia en el mundo consolidando su prestigio cultural, científico, técnico y por unir su imagen a los valores de la democracia y la multiculturalidad. Mezclar al español con ideas imperialistas o con faltas de respeto a otras lenguas supone un camino pernicioso, una tremenda equivocación.

El bilingüismo es un bien. La democracia española debe aprovechar la posibilidad enorme del español como lengua internacional y debe también apoyar y asegurar la verdad cultural y social de las otras lenguas oficiales del Estado. La diversidad, vuelvo a repetirlo, es una riqueza, y respetarla es el único modo de reforzar los vínculos.

Llama la atención que el debate sobre la palabra vehicular en la nueva ley haya tenido muy poca repercusión en Cataluña, Galicia o País Vasco y mucha entre los partidos que están exasperando en el resto del Estado su política de oposición al Gobierno. Se trata de una calificación añadida en 2013 y que no ha tenido incidencia en el sistema educativo catalán. Un conocimiento honesto y real de la situación demuestra que la política de inmersión catalana es buena para la realización social de la ciudadanía que vive en Cataluña y que el español no está en peligro allí ni en el resto del mundo. Los problemas surgidos son puntuales y, claro, estará bien utilizar la experiencia de años de funcionamiento para solucionarlos.

La nueva ley de educación puede causarle problemas a los colegios que quieran segregar por sexo a los alumnos o cobrar a la vez al Estado y a las familias, pero no a los que tienen la obligación y el derecho de hablar español. Es triste que se mezcle nuestra lengua, junto con el racismo, el machismo o el terrorismo, para exasperar y generar odio

Poco sensato es el nacionalista catalán que no comprende la riqueza inmensa que para Cataluña supone hablar, además del catalán, un idioma tan valioso como el español. Poco sensato es el nacionalista español que desprecia el catalán, una de las lenguas españolas llenas de historia y de fuerza social y cultural. Y poco sensato es quien en nombre de la democracia mete en un debate sucio a las lenguas maternas, olvidando que son indispensables para la creación de la convivencia, el respeto individual y la conciencia cívica.

viernes, 16 de marzo de 2018

INVITACIÓN A LA LECTURA Y ... A LA SINTAXIS

A partir de estos famosos comienzos de novelas de autores españoles e hispanoamericanos, os invito a leer algunas de estas magníficas novelas de los últimos sesenta años (cuando hayáis acabado todos los exámenes de este curso) y a practicar la sintaxis de la oración compuesta (como repaso de todo lo trabajado en clase).

El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo.
[Gabriel García Márquez, Crónica de una muerte anunciada]


Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo.
[Camilo José Cela, La familia de Pascual Duarte]


Es sabido que entre 1870 y el final del siglo, el hombre se hacía su propia ley en los territorios de New México (EE. UU.) con la pistola y el rifle. El que tenía mejores armas y mejores nervios se imponía. Era precisamente lo que sucedió por algún tiempo con Billy the Kid.
[Ramón J. Sender, El bandido adolescente]


Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el  proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi  persona.
[Ernesto Sábato, El túnel]


Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo.
[Juan Rulfo, Pedro Páramo]


El primero en ver la carroña es Ahmed Ouallahi. Desde que Esteban cerró la carpintería hace más de un mes, Ahmed pasea todas las mañanas por La Marina. Su amigo Rachid lo lleva en el coche hasta el restaurante en que trabaja como pinche de cocina, y Ahmed camina desde allí hasta el rincón del pantano donde planta la caña y echa la red.
[Rafael Chirbes, En la orilla]


Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre le llevó a conocer el hielo.
[Gabriel García Márquez, Cien años de soledad]


No he querido saber, pero he sabido que una de las niñas, cuando ya no era niña y no hacía mucho que había regresado de su viaje de bodas, entró en el cuarto de baño, se puso frente al espejo, se abrió la blusa, se quitó el sostén y se buscó el corazón con la punta de la pistola de su propio padre, que estaba en el comedor con parte de la familia y tres invitados.
[Javier Marías, Corazón tan blanco]


2 de noviembre. He sido cordialmente invitado a formar parte del realismo visceral. Por supuesto, he aceptado. No hubo ceremonia de iniciación. Mejor así.
[Roberto Bolaño, Los detectives salvajes]


El hombre era alto y tan flaco que parecía siempre de perfil. Su piel era oscura, sus huesos prominentes y sus ojos ardían con fuego perpetuo.
[Mario Vargas Llosa, La guerra del fin del mundo]

jueves, 15 de octubre de 2015

¿PARA QUÉ SIRVE LA LITERATURA?

Leer nos enriquece la vida. Con el libro volamos a otras épocas y a otros paisajes; aprendemos el mundo, vivimos la pasión o la melancolía. La palabra fomenta nuestra imaginación: leyendo inventamos lo que no vemos, nos hacemos creadores. [José Luis Sampedro]

  Encontrado en breathingbooks.tumblr.com
«¿Para qué sirve la literatura?» es la pregunta que inevitablemente siempre se hace uno cuando empieza a estudiar literatura. No solo la hacen aquellos a los que no les gusta sino que también se la hacen los lectores y los autores.
Las obras literarias, como cualquier otra obra de arte, están hechas para que disfrutemos con ellas. El escritor quiere que nos entretengamos o emocionemos con lo que él ha creado. La literatura busca ante todo el placer estético, pero esto no quiere decir que sea solo un mero entretenimiento. Para algo servirá la literatura, como dice Vargas Llosa, cuando seguimos leyendo poemas y narraciones en pleno siglo XXI. Será porque nos aporta un montón de experiencias más: muestra situaciones y problemas que nos pueden servir de enseñanza e incitar a la reflexión y el intercambio de ideas, sirve para comprender mejor el mundo y para reflexionar sobre la vida y sobre el ser humano, es útil para sensibilizarnos acerca de nuestra realidad y para tratar de cambiarla, además puede ayudarnos a evadirnos o despertar en nosotros un sentimiento de liberación o aguijonear nuestra imaginación...
El entretenimiento de la literatura no es efímero porque nos deja, en palabras de Vargas Llosa otra vez, una «marca secreta y profunda en la sensibilidad y en la imaginación». Seguramente, una vida sin literatura sería una vida vacía.

La literatura es enormemente útil porque es una fuente de insatisfacción permanente. Crea ciudadanos descontentos, inconformes. Nos hace a veces más infelices, pero también nos hace muchísimo más libres. [MarioVargas Llosa]

 

viernes, 9 de mayo de 2014

VARGAS LLOSA PRESENTA "LOS CACHORROS"

En 1979, años después de la publicación de Los cachorros (1967), Vargas Llosa escribió un prólogo para la edición definitiva de Los jefes y Los cachorros en la edtorial Seix Barral. 
Transcribo la parte en que se centra en la novela que leemos y estudiamos estos días en clase. Los apuntes del autor sobre el proceso de creación de la novela, el origen del argumento, la conquista de la voz plural que cuenta el relato y las interpretaciones a que ha dado lugar la obra, son interesantísimos.

También el “barrio” [el de Miraflores, como en Los jefes] es el tema de Los cachorros. Pero este relato no es pecado de juventud, sino algo que escribí de adulto, en 1965, en París. Digo escribí y mejor sería decir reescribí, porque hice por lo menos una docena de versiones de la historia, que nunca salía. Me rondaba la cabeza desde que leí, en un diario, que un perro había emasculado a un recién nacido, en un pueblecito de los Andes. Desde entonces, soñaba con un relato sobre esta curiosa herida que, a diferencia de las otras, el tiempo iría abriendo en vez de cerrar. A la vez, le daba vueltas a una novela corta sobre un “barrio”: su personalidad, sus mitos, su liturgia. Cuando decidí fundir los dos proyectos, comenzaron los problemas. ¿Quién iba a narrar la historia del niño mutilado? El “barrio”. ¿Cómo conseguir que el narrador colectivo no borrara a las diversas bocas que hablaban por la suya? A fuerza de romper papeles, poco a poco fue perfilándose esa voz plural que se deshace en voces individuales y rehace de nuevo en una que expresa a todo el grupo. Quería que Los cachorros fuese una historia más cantada que contada y, por eso, cada sílaba está elegida tanto por razones musicales como narrativas; no sé por qué, sentía que, en este caso, la verosimilitud dependía de que el lector tuviera la impresión de estar oyendo, no leyendo: la historia debía entrarle por los oídos. Estos problemas, digamos técnicos, fueron los que me absorbieron. Mi sorpresa fue la variedad de interpretaciones que merecerían las desventuras de Pichula Cuéllar: parábola sobre la impotencia de una clase social, castración del artista en el mundo subdesarrollado, paráfrasis de la afasia provocada en los jóvenes por la cultura de la tira cómica, metáfora de mi propia ineptitud de narrador. ¿Por qué no?
Cualquiera puede ser cierta. Una cosa que he aprendido, escribiendo, es que en este quehacer nunca nada está del todo claro: la verdad es mentira y la mentira verdad y nadie sabe para quién trabaja. Lo seguro es que la literatura no resuelve problemas —más bien los crea— y que en vez de felices hace a las gentes más aptas para la infelicidad. Así y todo, ella es mi manera de vivir y no la cambiaría por otra.




[Las fotografías que acompañan esta entrada son de Xavier Miserachs y son el resultado del encargo que le hizo la editorial Tusquets para ilustrar Los cachorros, ambientada en el barrio de Miraflores de Lima, con imágenes de Barcelona. Dos ciudades y dos mundos distintos que se complementan perfectamente]


jueves, 8 de mayo de 2014

VARGAS LLOSA: "LA LITERATURA ES FUEGO"

Vargas Llosa recibe el Premio Rómulo 
Gallegos de manos del autor venezolano
que dio nombre al premio
En 1967, el año de publicación de Los cachorros, Vargas Llosa recibió el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos por su novela La casa verde (1966). En el acto de entrega del premio el autor peruano leyó un discurso, del que extraigo la parte central, en el que nos habla de la literatura en Hispanoamérica, de su consideración social y del papel del escritor en esa sociedad cambiante de los años sesenta del siglo pasado (con el influjo permanente de la revolución cubana), en el momento en el que se consolidaba el fenómeno del boom, que significó el descubrimiento en España y en Europa de una portentosa narrativa procedente de Hispanoamérica, que abría nuevos caminos en los géneros de la novela y del cuento.

Como regla general, el escritor latinoamericano ha vivido y escrito en condiciones excepcionalmente difíciles, porque nuestras sociedades habían montado un frío, casi perfecto mecanismo para desalentar y matar en él la vocación. Esa vocación, además de hermosa, es absorbente y tiránica, y reclama de sus adeptos una entrega total. ¿Cómo hubieran podido hacer de la literatura un destino excluyente, una militancia, quienes vivían rodeados de gentes que, en su mayoría, no sabían leer o no podían comprar libros, y en su minoría, no les daba la gana de leer? Sin editores, sin lectores, sin un ambiente cultural que lo azuzara y exigiera, el escritor latinoamericano ha sido un hombre que libraba batallas sabiendo desde un principio que sería vencido. Su vocación no era admirada por la sociedad, apenas tolerada; no le daba de vivir, hacía de él un productor disminuido y ad-honorem. El escritor en nuestras tierras ha debido desdoblarse, separar su vocación de su acción diaria, multiplicarse en mil oficios que lo privaban del tiempo necesario para escribir y que a menudo repugnaban a su conciencia, y a sus convicciones. Porque, además de no dar sitio en su seno a la literatura, nuestras sociedades han alentado una desconfianza constante por este ser marginal, un tanto anónimo que se empeñaba, contra toda razón, en ejercer un oficio que en la circunstancia latinoamericana resultaba casi irreal. Por eso nuestros escritores se han frustrado por docenas, y han desertado su vocación, o la han traicionado, sirviéndola a medias y a escondidas, sin porfía y sin rigor.

Pero es cierto que en los últimos años las cosas empiezan a cambiar. Lentamente se insinúa en nuestros países un clima más hospitalario para la literatura. Los círculos de lectores comienzan a crecer, las burguesías descubren que los libros importan, que los escritores son algo más que locos benignos, que ellos tienen una función que cumplir entre los hombres. Pero entonces, a medida que comience a hacerse justicia el escritor latinoamericano, o más bien, a medida que comience a rectificarse la injusticia que ha pesado sobre él, una amenaza puede surgir, un peligro endiabladamente sutil. Las mismas sociedades que exilaron y rechazaron al escritor, pueden pensar ahora que conviene asimilarlo, integrarlo, conferirle una especie de estatuto oficial. Es preciso, por eso, recordar a nuestras sociedades lo que les espera. Advertirles que la literatura es fuego, que ella significa inconformismo y rebelión, que la razón del ser del escritor es la protesta, la contradicción y la crítica. Explicarles que no hay término medio: que la sociedad suprime para siempre esa facultad humana que es la creación artística y elimina de una vez por todas a ese perturbador social que es el escritor o admite la literatura en su seno y en ese caso no tiene más remedio que aceptar un perpetuo torrente de agresiones, de ironías, de sátiras, que irán de lo adjetivo a lo esencial, de lo pasajero a lo permanente, del vértice a la base de la pirámide social. Las cosas son así y no hay escapatoria: el escritor ha sido, es y seguirá siendo un descontento. Nadie que esté satisfecho es capaz de escribir, nadie que esté de acuerdo, reconciliado con la realidad, cometería el ambicioso desatino de inventar realidades verbales. La vocación literaria nace del desacuerdo de un hombre con el mundo, de la intuición de deficiencias, vacíos y escorias a su alrededor. La literatura es una forma de insurrección permanente y ella no admite las camisas de fuerza. Todas las tentativas destinadas a doblegar su naturaleza airada, díscola, fracasarán. La literatura puede morir pero no será nunca conformista.

Sólo si cumple esta condición es útil la literatura a la sociedad. Ella contribuye al perfeccionamiento humano impidiendo el marasmo espiritual, la autosatisfacción, el inmovilismo, la parálisis humana, el reblandecimiento intelectual o moral. Su misión es agitar, inquietar, alarmar, mantener a los hombres en una constante insatisfacción de sí mismos: su función es estimular sin tregua la voluntad de cambio y de mejora, aun cuando para ello daba emplear las armas más hirientes y nocivas. Es preciso que todos lo comprendan de una vez: mientras más duros y terribles sean los escritos de un autor contra su país, más intensa será la pasión que lo una a él. Porque en el dominio de la literatura, la violencia es una prueba de amor.

La realidad americana, claro está, ofrece al escritor un verdadero festín de razones para ser un insumiso y vivir descontento. Sociedades donde la injusticia es ley, paraíso de ignorancia, de explotación, de desigualdades cegadoras de miseria, de condenación económica cultural y moral, nuestras tierras tumultuosas nos suministran materiales suntuosos, ejemplares, para mostrar en ficciones, de manera directa o indirecta, a través de hechos, sueños, testimonios, alegorías, pesadillas o visiones, que la realidad está mal hecha, que la vida debe cambiar. Pero dentro de diez, veinte o cincuenta años habrá llegado, a todos nuestros paises como ahora a Cuba la hora de la justicia social y América Latina entera se habrá emancipado del imperio que la saquea, de las castas que la explotan, de las fuerzas que hoy la ofenden y reprimen. Yo quiero que esa hora llegue cuanto antes y que América Latina ingrese de una vez por todas en la dignidad y en la vida moderna, que el socialismo nos libere de nuestro anacronismo y nuestro horror. Pero cuando las injusticias sociales desaparezcan, de ningún modo habrá llegado para el escritor la hora del consentimiento, la subordinación o la complicidad oficial. Su misión seguirá, deberá seguir siendo la misma; cualquier transigencia en este dominio constituye, de parte del escritor, una traición. Dentro de la nueva sociedad, y por el camino que nos precipiten nuestros fantasmas y demonios personales, tendremos que seguir, como ayer, como ahora, diciendo no, rebelándonos, exigiendo que se reconozca nuesto derecho a disentir, mostrando, de esa manera viviente y mágica como sólo la literatura puede hacerlo, que el dogma, la censura, la arbitrariedad son también enemigos mortales del progreso y de la dignidad humana, afirmando que la vida no es simple ni cabe en esquemas, que el camino de la verdad no siempre es liso y recto, sino a menudo tortuoso y abrupto, demostrando con nuestros libros una y otra vez la esencial complejidad y diversidad del mundo y la ambigüedad contradictoria de los hechos humanos. Como ayer, como ahora, si amamos nuestra vocación, tendremos que seguir librando las treinta y dos guerras del coronel Aureliano Buendía, aunque, como a él, nos derroten en todas.

Nuestra vocación ha hecho de nosotros, los escritores, los profesionales del descontento, los perturbadores conscientes o inconscientes de la sociedad, los rebeldes con causa, los insurrectos irredentos del mundo, los insoportables abogados del diablo. No sé si está bien o si está mal, sólo sé que es así. Esta es la condición del escritor y debemos reivindicarla tal como es. En estos años en que comienza a descubrir, aceptar y auspiciar la literatura, América Latina debe saber, también, la amenaza que se cierne sobre ella, el duro precio que tendrá que pagar por la cultura. Nuestras sociedades deben estar alertadas: rechazado o aceptado, perseguido o premiado, el escritor que merezca este nombre seguirá arrojándoles a los hombres el espectáculo no siempre grato de sus miserias y tormentos.

martes, 14 de mayo de 2013

VARGAS LLOSA HABLA SOBRE «LOS CACHORROS»


Para completar la lectura y comentario de Los cachorros de Mario Vargas Llosa os reproduzco parte de una entrevista que concedió al diario El País en 1999, en la que el autor peruano comenta en profundidad varios aspectos de esta novela, y os enlazo un vídeo en el que habla del barrio limeño de Miraflores en el que se ambienta Los cachorros.
-[...]Dos lustros después [de Los jefes (1958)], escribió Los cachorros.
- Bueno, es un relato que en realidad no escribí sino reescribí: se trata de uno de los textos que más he corregido y rehecho. Lo empecé después de La Casa Verde, y es la única vez en que he tenido desde el principio una idea clara de la estructura. Desde que tuve la idea del relato pensé que tenía que ser una historia más cantada que contada, que había de tener una musicalidad, algo encantatorio en el ritmo, en el lenguaje, para que el lector no opusiera una defensa crítica a la historia.
-¿Cómo es esa historia? 
-Muy truculenta, la de un muchacho al que la castración va convirtiendo en un marginado en un mundo machista. Además, otro asunto formal que me preocupó era encontrar un punto de vista que reflejara esa personalidad colectiva del grupo, del barrio. Y el relato también resulta interesante porque de todas las obras que he escrito es el que ha tenido interpretaciones más diversas.
-¿Le sorprendió alguna?
-Sí. Un crítico muy erudito comentó que había una elementariedad en la expresión, los diálogos y el fraseo que volvía emblemático el lenguaje de los tebeos. Otra muy sorprendente era que la historia de Pichula Cuéllar era un símbolo de la condición del escritor latinoamericano, castrado por el medio y la falta de una cultura rica que estimulara su trabajo.
-¿Y se le puede comparar con Pichula Cuéllar?
-Felizmente, aún ningún perro bravo me ha hecho lo que le han hecho al pobre Cuéllar.
-Pero sí que ha sido marginado por la sociedad peruana.
-En ese sentido, desde luego. Es verdad. Yo he sido bastante marginado. Hasta los 10 años, no: fui un niño bastante integrado y feliz, un niño muy consentido. Todo eso cambió cuando mis padres se reconciliaron y tuve que vivir con mi padre, una persona con la que siempre me llevé muy mal. Después, de adolescente quedé bastante segregado de mi propio medio por razones políticas y también por mi vocación, que no tenía mucho asiento social ni en el Perú ni en ningún país latinoamericano.
-¿Cuánto ha cambiado desde que escribió ambas obras?
-La persona que escribió esos relatos soy yo y ya no soy yo. Cuando empecé Los jefes tenía 18 años y ahora tengo 63. Han pasado muchas cosas, mi experiencia se ha acumulado en muchos sentidos: no soy la misma persona y desde luego sigo siéndola.
-¿Cómo sitúa estos relatos dentro del tan mentado «boom»?
-Digamos que en ellos hay muy claramente un rechazo, que yo creo característico del boom, de la literatura regionalista, costumbrista, folclórica, centrada en el paisaje y en los tipos pintorescos. El boom, en cambio, situaba las historias en un mundo más urbano y se preocupaba tanto de la forma como de los temas.

lunes, 13 de mayo de 2013

EL VALOR DE LA FICCIÓN SEGÚN VARGAS LLOSA

Mario Vargas Llosa ha escrito mucho sobre literatura: lector voraz, es un estupendo crítico literario y un autor que nos ha enseñado los entresijos del oficio de escritor en libros muy recomendables como Cartas a un joven novelista. En varias ocasiones ha hecho el elogio de la lectura y de la ficción (como en el discurso que leyó con motivo de la recogida del Premio Nobel de Literatura en 2010). En este otro enlace podéis escuchar una entrevista en la que también pondera los valores de la ficción y la necesidad de escribir.
Ahora os presento un fragmento de La verdad de las mentiras, uno de esos libros que verdaderamente invitan a la lectura de los grandes maestros de la novela y en el que también se plantean lúcidas reflexiones sobre el papel de la ficción en nuestras vidas.
La vida real, la vida verdadera, nunca ha sido ni será bastante para colmar los deseos humanos. Y porque sin esa insatisfacción vital que las mentiras de la literatura a la vez azuzan y aplacan, nunca hay auténtico progreso.
La fantasía de que estamos dotados es un don demoníaco. Está continuamente abriendo un abismo entre lo que somos y lo que quisiéramos ser, entre lo que tenemos y lo que deseamos.
Pero la imaginación ha concebido un astuto y sutil paliativo para ese divorcio inevitable entre nuestra realidad limitada y nuestros apetitos desmedidos: la ficción. Gracias a ella somos más y somos otros sin dejar de ser los mismos. En ella nos disolvemos y multiplicamos, viviendo muchas más vidas de la que tenemos y de las que podríamos vivir si permaneciéramos confinados en lo verídico, sin salir de la cárcel de la historia.
Los hombres no viven sólo de verdades; también les hacen falta las mentiras: las que inventan libremente, no las que les imponen; las que se presentan como lo que son, no las contrabandeadas con el ropaje de la historia. La ficción enriquece su existencia, la completa, y, transitoriamente, los compensa de esa trágica condición que es la nuestra: la de desear y soñar siempre más de lo que podemos realmente alcanzar.
Cuando produce libremente su vida alternativa, sin otra constricción que las limitaciones del propio creador, la literatura extiende la vida humana, añadiéndole aquella dimensión que alimenta nuestra vida recóndita: aquella impalpable y fugaz pero preciosa que sólo vivimos de a mentiras.
Es un derecho que debemos defender sin rubor. Porque jugar a las mentiras, como juegan el autor de una ficción y su lector, a las mentiras que ellos mismos fabrican bajo el imperio de sus demonios personales, es una manera de afirmar la soberanía individual y de defenderla cuando está amenazada; de preservar un espacio propio de libertad, una ciudadela fuera del control del poder y de las interferencias de los otros, en el interior de la cual somos de veras los soberanos de nuestro destino.
De esa libertad nacen las otras. Esos refugios privados, las verdades subjetivas de la literatura, confieren a la verdad histórica que es su complemento una existencia posible y una función propia: rescatar una parte importante —pero sólo una parte— de nuestra memoria: aquellas grandezas y miserias que compartimos con los demás en nuestra condición de entes gregarios. Esa verdad histórica es indispensable e insustituible para saber lo que fuimos y acaso lo que seremos como colectividades humanas. Pero lo que somos como individuos y lo que quisimos ser y no pudimos serlo de verdad y debimos por lo tanto serlo fantaseando e inventando —nuestra historia secreta— sólo la literatura lo sabe contar. Por eso escribió Balzac que la ficción era «la historia privada de la naciones».