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viernes, 17 de junio de 2022

EL AJEDREZ SEGÚN BORGES

Comparto con los lectores del blog estos sonetos que Jorge Luis Borges dedicó al ajedrez, un juego de mesa que ha atraído a muchos alumnos y algunos profesores en nuestro instituto durante los recreos de este curso. Son dos piezas magistrales que hemos leído y comentado en clase y que podemos oír recitadas por su autor al final de esta entrada. Este canto de amor al ajedrez entronca con los grandes temas de la literatura de Borges ya comentados en otra entrada del blog: el infinito, la eternidad, el paso del tiempo, el destino, la creación, la representación del mundo,... Y es una joya formal se mire por donde se mire: el ritmo cadencioso, la métrica, los expresivos encabalgamientos, la rica y evocadora adjetivación, las sugerentes metáforas, el certero léxico,...

Ojalá sirva esta entrada para invitar a la lectura del gran autor argentino y para compartir una partida de ajedrez.

I

En su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores.

Adentro irradian mágicos rigores
las formas: torre homérica, ligero
caballo, armada reina, rey postrero,
oblicuo alfil y peones agresores.

Cuando los jugadores se hayan ido,
cuando el tiempo los haya consumido,
ciertamente no habrá cesado el rito.

En el Oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la Tierra.
Como el otro, este juego es infinito.

II


Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.

No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.

También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y de blancos días.

Dios mueve al jugador, y este, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonía?

miércoles, 17 de junio de 2020

FALSAS ATRIBUCIONES LITERARIAS, ENTRE LA IMPOSTURA Y EL JUEGO


Se acerca el final de curso, un curso extraño y singular, sin duda, e inevitablemente en las revistas escolares o en los blogs o en las páginas webs de colegios e institutos o en los actos de clausura (virtuales) se volverán a repetir los acostumbrados tópicos sobre la enseñanza y el aprendizaje y los textos sobre educación o motivación que tanto gustan en estos momentos en que se termina una etapa educativa o un curso escolar. 
Un falso Modigliani. Por Elmyr de Hory
Y ciertamente entre estos últimos textos se advierte, desde hace ya un tiempo, un especial regusto por citar tres o cuatro con especial reiteración. Y curiosamente en cuanto uno se pone a rastrear la autoría de esos textos pronto se da cuenta de que han sido atribuidos falsamente a autores de gran prestigio en nuestra literatura como Jorge Luis Borges, Gabriel García Márquez, Pablo Neruda, Mario Benedetti o Gabriel Celaya. Y calamitosamente caemos en alguno de los principales errores que deberíamos evitar, al menos, en el campo educativo, el de no ejercer la crítica y la lectura competente, por ejemplo. Y eso que en el estudio de la literatura ya estamos prevenidos y conocemos las historias de autores apócrifos como Mateo Luján de Sayavedra y Alonso Fernández de Avellaneda o casos como los de Lope de Vega (a quien se atribuyen más de mil obras, pero solo son suyas unas trescientas, según los estudios filológicos) o Calderón de la Barca que en 1677 se quejaba en el prólogo a una edición de sus autos sacramentales de la publicación de textos que «sin ser míos andan con mi nombre».

En los últimos días, por otras razones, los medios de comunicación han hablado de este asunto que tanto revuelo levanta siempre en las redes. Valgan estos dos ejemplos: el artículo de Verne en El País Este poema no es de Neruda: hablamos con los autores apócrifos clásicos de internet y el programa Por fin no es lunes de Onda Cero en esta entrevista con la profesora Susana Gil-Albarellos.

Aunque en la mayoría de los casos la falsa atribución esté desautorizada, paradójicamente sigue triunfando. Hagamos un repaso por algunos de esos textos que todavía se siguen leyendo y citando recurrentemente en Internet.
El primero es un poema atribuido a Gabriel Celaya que en varios institutos he visto repetir como homenaje a los profesores que se iban a jubilar o como exaltación de la profesión:
Educar es lo mismo
que poner un motor a una barca…
Hay que medir, pensar, equilibrar…
y poner todo en marcha.
Pero para eso,
uno tiene que llevar en el alma
un poco de marino…
un poco de pirata…
un poco de poeta…
y un kilo y medio de paciencia concentrada.
Pero es consolador soñar,
mientras uno trabaja,
que ese barco, ese niño,
irá muy lejos por el agua.
Soñar que ese navío
llevará nuestra carga de palabras
hacia puertos distantes, hacia islas lejanas.
Soñar que, cuando un día
esté durmiendo nuestra propia barca,
en barcos nuevos seguirá
nuestra bandera enarbolada.
El profesor Antonio Chicharro nos reveló en su blog la verdadera autoría del poema: el hermano de La Salle Fermín Gainza. A pesar de ello, la falsa atribución sigue teniendo éxito.
Otro poema de carácter motivante, en la línea de la literatura de autoayuda, muy frecuente en estas fechas, es el atribuido a Mario Benedetti, No te rindas. A pesar de las búsquedas de su autoría nadie ha logrado revelar el nombre del poeta.
El poema Instantes, otras veces titulado Momentos, ha sido atribuido erróneamente a Jorge Luis Borges.
Si pudiera vivir nuevamente mi vida.
En la próxima trataría de cometer más errores.
No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más.
Sería más tonto de lo que he sido,
de hecho tomaría muy pocas cosas con seriedad.
Sería menos higiénico.
Correría más riesgos, haría más viajes, contemplaría
más atardeceres, subiría más montañas, nadaría más ríos.
Iría a más lugares adonde nunca he ido, comería
más helados y menos habas, tendría más problemas
reales y menos imaginarios.
Yo fui una de esas personas que vivió sensata y prolíficamente
cada minuto de su vida; claro que tuve momentos de alegría.
Pero si pudiera volver atrás trataría de tener
solamente buenos momentos.
Por si no lo saben, de eso está hecha la vida, sólo de momentos;
no te pierdas el ahora.
Yo era uno de esos que nunca iban a ninguna parte sin termómetro,
una bolsa de agua caliente, un paraguas y un paracaídas;
Si pudiera volver a vivir, viajaría más liviano.
Si pudiera volver a vivir comenzaría a andar descalzo a principios
de la primavera y seguiría así hasta concluir el otoño.
Daría más vueltas en calesita, contemplaría más amaneceres
y jugaría con más niños, si tuviera otra vez la vida por delante.
Pero ya tengo 85 años y sé que me estoy muriendo.

En Wikipedia se hace un análisis exhaustivo del origen del equívoco y de la verdadera autoría que recaería en Don Herold, contradiciendo a su vez a María Kodama, la esposa de Borges, quien lo atribuyó a la escritora estadounidense Nadine Stair, autora de la que incluso se duda de su existencia, como avala Ivan Almeida en un artículo que puede leerse también en internet. Este estudio termina con estas palabras que aportan una nueva e irónica valoración de las falsas atribuciones: «No hay que olvidar que, a pesar de todo […] hay personas a quienes la lectura de Instantes ha llevado a descubrir Ficciones. Quizá la historia de la literatura sea la historia de algunos grandes errores de lectura. Por suerte, Borges escribió un texto célebre, llamado Borges y yo. Nunca sabremos a cuál de los dos le está sucediendo esta historia. Pero podemos estar seguros de que el otro se divierte jubilosamente».
Otro de los autores a los que se le han atribuido erróneamente numerosos poemas es Pablo Neruda. La Fundación dedicada al poeta ya sentenció que Muere lentamente quien no viaja, Nunca te quejes o Queda prohibido no son obra del poeta chileno. Según Adriana Valenzuela, bibliotecaria de la Fundación Pablo Neruda, Muere lentamente quien no viaja es de la autora brasileña Martha Medeiros, Queda prohibido es del escritor español Alfredo Cuervo, como atestigua el artículo citado antes de Verne, y Nunca te quejes es de autor desconocido. A pesar de todo ello, cuando buscamos en la red cualquiera de estos versos muchas páginas siguen atribuyendo a Neruda su autoría.
Nunca te quejes de nadie, ni de nada,
porque fundamentalmente tú has hecho
lo que querías en tu vida.

Acepta la dificultad de edificarte a ti
mismo y el valor de empezar corrigiéndote.
El triunfo del verdadero hombre surge de
las cenizas de su error.

Nunca te quejes de tu soledad o de tu
suerte, enfréntala con valor y acéptala.
De una manera u otra es el resultado de
tus actos y prueba que tú siempre
has de ganar.[…]

Termino este pequeño repaso por algunas de las falsas atribuciones que triunfan en Internet con un par de breves reflexiones. Los lectores debemos estar alerta siempre en el acto de la lectura pues somos piezas esenciales de él junto al autor y la obra, por lo que la mejora de nuestra competencia lectora nunca tenemos que darla por concluida. Y en nuestro acceso a la información a través de las redes, no debemos creer todo lo que vemos escrito sin más, aun en páginas reputadas.
Para otro momento dejo el apasionante juego de las metafalsificaciones, cimentado en la ironía, como el que demostró Max Aub en su ingeniosa Antología traducida o el que llevó a cabo en la prestigiosa revista Quimera Vicente Luis Mora, quien suplantó brillantemente a diferentes críticos y estudiosos, en un número dedicado a Literatura y falsificación, siguiendo la estela de otros autores como Clarín que ya había practicado estos juegos en sus Folletos literarios. Todo ello sin perder de vista el excelente cuento de Jorge Luis Borges Pierre Menard, autor del Quijote, que termina con estas sugerentes palabras: Menard (acaso sin quererlo) ha enriquecido mediante una técnica nueva el arte detenido y rudimentario de la lectura: la técnica del anacronismo deliberado y de las atribuciones erróneas. Esa técnica de aplicación infinita nos insta a recorrer la Odisea como si fuera posterior a la Eneida y el libro Le jardin du Centaure de madame Henri Bachelier como si fuera de madame Henri Bachelier. Esa técnica puebla de aventura los libros más calmosos. Atribuir a Louis Ferdinand Céline o a James Joyce la Imitación de Cristo ¿no es una suficiente renovación de esos tenues avisos espirituales?
Las falsas atribuciones ya no son una impostura, sino que se convierten en todo un estupendo juego literario en el que se reflexiona sobre la autoría de la obra y se abre el camino a géneros como la autoficción o la metaficción.

viernes, 27 de septiembre de 2019

«EL ESPEJO Y LA MÁSCARA» DE JORGE LUIS BORGES

Como aperitivo  a un curso en el que vamos a leer y comentar muchos textos literarios, os dejo este cuento de Jorge Luis Borges, aparecido en su obra Libro de arena, que plantea varias cuestiones relacionadas con la creación literaria: la intención última de la obra, la representación de la realidad, el valor expresivo del lenguaje, la búsqueda de la belleza, ...  



EL ESPEJO Y LA MÁSCARA



Librada la batalla de Clontarf, en la que fue humillado el noruego, el Alto Rey habló con el poeta y le dijo:
 -Las proezas más claras pierden su lustre si no se las amoneda en palabras. Quiero que cantes mi victoria y mi loa. Yo seré Eneas; tú serás mi Virgilio. ¿Te crees capaz de acometer esa empresa, que nos hará inmortales a los dos?


-Sí, Rey -dijo el poeta-. Yo soy el Ollan. Durante doce inviernos he cursado las disciplinas de la métrica. Sé de memoria las trescientas sesenta fábulas que son la base de la verdadera poesía. Los ciclos de Ulster y de Munster están en las cuerdas de mi arpa. Las leyes me autorizan a prodigar las voces más arcaicas del idioma y las más complejas metáforas. Domino la escritura secreta que defiende nuestro arte del indiscreto examen del vulgo. Puedo celebrar los amores, los abigeatos, las navegaciones, las guerras. Conozco los linajes mitológicos de todas las casas reales de Irlanda. Poseo las virtudes de las hierbas, la astrología judiciaria, las matemáticas y el derecho canónico. He derrotado en público certamen a mis rivales. Me he adiestrado en la sátira, que causa enfermedades de la piel, incluso la lepra. Sé manejar la espada, como lo probé en tu batalla. Sólo una cosa ignoro: la de agradecer el don que me haces.

El Rey, a quien lo fatigaban fácilmente los discursos largos y ajenos, le dijo con alivio:

-Sé harto bien esas cosas. Acaban de decirme que el ruiseñor ya cantó en Inglaterra. Cuando pasen las lluvias y las nieves, cuando regrese el ruiseñor de sus tierras del Sur, recitarás tu loa ante la corte y ante el Colegio de Poetas. Te dejo un año entero. Limarás cada letra y cada palabra. La recompensa, ya lo sabes, no será indigna de mi real costumbre ni de tus inspiradas vigilias. 

-Rey, la mejor recompensa es ver tu rostro -dijo el poeta, que era también un cortesano.

Hizo sus reverencias y se fue, ya entreviendo algún verso.

Cumplido el plazo, que fue de epidemias y rebeliones, presentó el panegírico. Lo declamó con lenta seguridad, sin una ojeada al manuscrito. El Rey lo iba aprobando con la cabeza. Todos imitaban su gesto, hasta los que agolpados en las puertas, no descifraban una palabra. Al fin el Rey habló.

-Acepto tu labor. Es otra victoria. Has atribuido a cada vocablo su genuina acepción ya cada nombre sustantivo el epíteto que le dieron los primeros poetas. No hay en toda la loa una sola imagen que no hayan usado los clásicos. La guerra es el hermoso tejido de hombres y el agua de la espada es la sangre. El mar tiene su dios y las nubes predicen el porvenir. Has manejado con destreza la rima, la aliteración, la asonancia, las cantidades, los artificios de la docta retórica, la sabia alteración de los metros. Si se perdiera toda la literatura de Irlanda -omen absit- podría reconstruirse sin pérdida con tu clásica oda. Treinta escribas la van a transcribir dos veces.

Hubo un silencio y prosiguió.

-Todo está bien y sin embargo nada ha pasado. En los pulsos no corre más a prisa la sangre. Las manos no han buscado los arcos. Nadie ha palidecido. Nadie profirió un grito de batalla, nadie opuso el pecho a los vikingos. Dentro del término de un año aplaudiremos otra loa, poeta. Como signo de nuestra aprobación, toma este espejo que es de plata.

-Doy gracias y comprendo -dijo el poeta. Las estrellas del cielo retornaron su claro derrotero. Otra vez cantó el ruiseñor en las selvas sajonas y el poeta retornó con su códice, menos largo que el anterior. No lo repitió de memoria; lo leyó con visible inseguridad, omitiendo ciertos pasajes, como si él mismo no los entendiera del todo o no quisiera profanarlos. La página era extraña. No era una descripción de la batalla, era la batalla. En su desorden bélico se agitaban el Dios que es Tres y es Uno, los númenes paganos de Irlanda y los que guerrearían, centenares de años después, en el principio de la Edda Mayor. La forma no era menos curiosa. Un sustantivo singular podía regir un verbo plural. Las preposiciones eran ajenas a las normas Comunes. La aspereza alternaba Con la dulzura. Las metáforas eran arbitrarias o así lo parecían.

El Rey cambió unas pocas palabras Con los hombres de letras que lo rodeaban y habló de esta manera:

-De tu primera loa pude afirmar que era un feliz resumen de cuanto se ha cantado en Irlanda. Ésta supera todo lo anterior y también lo aniquila. Suspende, maravilla y deslumbra. No la merecerán los ignaros, pero sí los doctos, los menos. Un cofre de marfil será la custodia del único ejemplar. De la pluma que ha producido obra tan eminente podemos esperar todavía una obra más alta.

Agregó con una sonrisa: -Somos figuras de una fábula y es justo recordar que en las fábulas prima el número tres.

El poeta se atrevió a murmurar: -Los tres dones del hechicero, las tríadas y la indudable Trinidad. El Rey prosiguió: -Como prenda de nuestra aprobación, toma esta máscara de oro.

-Doy gracias y he entendido -dijo el poeta. El aniversario volvió. Los centinelas del palacio advirtieron que el poeta no traía un manuscrito. No sin estupor el Rey lo miró; casi era otro. Algo, que no era el tiempo, había surcado y transformado sus rasgos. Los ojos parecían mirar muy lejos o haber quedado ciegos. El poeta le rogó que hablara unas palabras con él. Los esclavos despejaron la cámara.

-¿No has ejecutado la oda? -preguntó el Rey.

-Sí -dijo tristemente el poeta-. Ojalá Cristo Nuestro Señor me lo hubiera prohibido.

-¿Puedes repetirla?

-No me atrevo.

-Yo te doy el valor que te hace falta -declaró el Rey.

El poeta dijo el poema. Era una sola línea. Sin animarse a pronunciarla en voz alta, el poeta y su Rey la paladearon, como si fuera una plegaria secreta o una blasfemia. El Rey no estaba menos maravillado y menos maltrecho que el otro. Ambos se miraron, muy pálidos.

-En los años de mi juventud -dijo el Rey- navegué hacia el ocaso. En una isla vi lebreles de plata que daban muerte a jabalíes de oro. En otra nos alimentamos con la fragancia de las manzanas mágicas. En otra vi murallas de fuego. En la más lejana de todas un río abovedado y pendiente surcaba el cielo y por sus aguas iban peces y barcos. Éstas son maravillas, pero no se comparan con tu poema, que de algún modo las encierra. ¿Qué hechicería te lo dio? 

-En el alba -dijo el poeta- me recordé diciendo unas palabras que al principio no comprendí. Esas palabras son un poema. Sentí que había cometido un pecado, quizá el que no perdona el Espíritu.

-El que ahora compartimos los dos -el Rey musitó-. El de haber conocido la Belleza, que es un don vedado a los hombres. Ahora nos toca expiarlo. Te di un espejo y una máscara de oro; he aquí el tercer regalo que será el último.

Le puso en la diestra una daga. Del poeta sabemos que se dio muerte al salir del palacio; del Rey, que es un mendigo que recorre los caminos de Irlanda, que fue su reino, y que no ha repetido nunca el poema.