lunes, 27 de noviembre de 2017

RAFAEL ALBERTI, POETA DEL 27



El poeta Rafael Alberti resume en bastantes sentidos la historia de la Generación del 27, pues las diferentes tendencias poéticas que cultiva vienen a coincidir con las más representativas del grupo poético.
La concesión en 1925 del Premio Nacional de Literatura a Marinero en tierra consagró a Rafael Alberti. Esta primera obra era un nostálgico recuerdo del mar de su infancia y de la bahía de Cádiz, en unos versos llenos de ritmo y gracia. La obra había surgido de la lectura de Gil Vicente y de los cancioneros del los siglos XV y XVI y supuso el comienzo de la tendencia neopopularista que se continuó en La amante (1926) y El alba del alhelí (1927). El poeta se sitúa en la tradición de los cancioneros pero no de modo mimético sino desde la posición de un poeta de vanguardia.
De Marinero en tierra. Caligrafía del autor
Cal y canto (escrito entre 1926 y 1927, pero publicado en 1929) es una atrevida fusión de gongorismo y vanguardismo. Alternan estrofas clásicas de deliberado hermetismo y poemas futuristas. Los temas andaluces, los temas de la ciudad y los temas eróticos, más ciertos tonos sombríos, configuran una obra compleja.
 De Sobre los ángeles
Esos tonos sombríos estallan en Sobre los ángeles, escrita entre 1927 y 1928. La obra nace como consecuencia de una grave crisis personal y es fruto de la irrupción del surrealismo en nuestra literatura y en su estética. En la búsqueda del paraíso perdido que emprende el poeta surge un pavoroso drama interior en el que la lucha con las fuerzas del inconsciente se simbolizará en ángeles bélicos, vengativos o crueles. Es una obra atormentada pero también liberadora, en la que destacan el verso libre y las imágenes oníricas, desconcertantes y violentas.
La estética surrealista continúa en sus dos siguientes obras. Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos  presenta a los grandes cómicos del cine mudo como centro de su interés. La obra no es solo un puro juego vanguardista ya que tras la figura cómica de estos actores se adivina una cara patética que adopta un tono nostálgico de paraísos perdidos (la niñez, la amistad, el amor,…). Sermones y moradas muestra la inquietud existencial del poeta en versos libres y en largos fragmentos de prosa densa y hermética.
La llegada de la Segunda República y su afiliación al Partido Comunista hacen que los poemas de Alberti se centren en los temas políticos y sociales. La poesía cívica y política de los años treinta se recoge en El poeta en la calle y en De un momento a otro. Los poemas escritos durante la Guerra Civil se agruparon en Madrid, capital de la gloria.
En el exilio continúa la poesía cívica y política (Entre el clavel y la espada, Coplas de Juan Panadero) al tiempo que escribe nuevos poemas marcados por la evocación de la niñez, la juventud y el paisaje. La nostalgia y añoranza del país perdido se convierte en tema central de obras como Retornos de lo vivo lejano y Baladas y canciones del Paraná.
De Baladas y canciones del Paraná. Caligrafía del autor.
Además de estos temas plasmará su amor por el arte pictórico en A la pintura o Los ocho nombres de Picasso. En sus últimos años apreciamos distintos tonos: el Alberti sarcástico está presente en Roma, peligro para caminantes, el más intimista en Canciones del Alto Valle del Aniene y el poeta erótico en Canciones para Altair.
A pesar de las diferentes tendencias cultivadas por Alberti, se advierte en su obra un universo coherente, de signo vitalista, según Miguel García-Posada, articulado sobre el tema central del paraíso soñado, que se despliega en los motivos del mar (o de la infancia), del amor, siempre joven, o del destierro.
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Para oír a Rafael Alberti recitando sus poemas podéis abrir este enlace de la página web de su Fundación.
Para escuchar algunas de las versiones musicales de sus poemas podéis acudir a las que realizó Paco Ibáñez, un gran cantautor, amigo entrañable del poeta. Valga esta muestra: el recitado del poeta y la versión musical del famoso poema «Galope», emblema de la oposición al régimen franquista durante mucho tiempo, aparecido en Capital de la gloria.

martes, 21 de noviembre de 2017

ORTEGA Y GASSET Y LA GENERACIÓN DEL 27

José Ortega y Gasset
La influencia del filósofo José Ortega y Gasset es fundamental en los poetas del 27 durante la década de los años veinte. A través de la Revista de Occidente, que él dirigía y que se mostró siempre receptiva a las últimas corrientes del pensamiento europeo, dio a conocer al grupo del 27. La editorial de la Revista de Occidente publicó algunas de las obras más importantes del grupo: Primer romancero gitano de Federico García Lorca, Cántico de Jorge Guillén, Seguro azar de Pedro Salinas y Cal y canto de Rafael Alberti.
Y, además de esto, resultó vital para los poetas del 27 la radiografía que el filósofo hizo sobre el «arte nuevo» en su ensayo La deshumanización del arte (1925). En esa obra sostiene que arte y realidad son incompatibles, pues la obra de arte es considerada como tal en la medida en que esté desconectada del mundo exterior. Para evitar la realidad nada mejor en la literatura que la metáfora, recurso con el que se elude el nombre cotidiano de las cosas, sustituyéndolo por otro que nos hace ver los objetos desde otra perspectiva distinta a la habitual. De este modo, a través de la metáfora, el quehacer artístico se convierte en un acto creador, lo que explica su concepción de la poesía como «el álgebra superior de las metáforas». Así, el objeto artístico, en tanto que irreal, solo puede ser apreciado por minorías cultas y es, por tanto, antipopular. El arte nuevo busca el goce estético, distanciándose de lo afectivo, lo sentimental, lo humano; por eso ve en el Realismo y el Romanticismo la antítesis de esta nueva concepción estética. Estos son los rasgos característicos de la «poesía pura» y de las primeras vanguardias (Futurismo, Cubismo, Ultraísmo, Creacionismo), tendencias literarias que leerán, admirarán y cultivarán los jóvenes poetas del grupo del 27.
En estos dos fragmentos de La deshumanización del arte podemos leer con más detalle las valoraciones que realiza Ortega y Gasset sobre el «arte nuevo»:
A mi juicio, lo característico del arte nuevo, desde el punto de vista sociológico, es que divide al público en estas dos clases de hombres: los que lo entienden y los que no lo entienden. Esto implica que los unos poseen un órgano de comprensión negado, por tanto, a los otros, que son dos variedades distintas de la especie humana. El arte nuevo, por lo visto, no es para todo el mundo, como el romántico, sino que va, desde luego, dirigido auna minoría especialmente dotada. De aquí la irritación que despierta en la masa. Cuando a uno no le gusta una obra de arte, pero la ha comprendido, se siente superior a ella y no ha lugar a la irritación. Mas cuando el disgusto que la obra causa nace de que no se la ha entendido, queda el hombre como humillado, con una oscura conciencia de su inferioridad que necesita compensar mediante la indignada afirmación de sí mismo frente a la obra. El arte joven, con sólo presentarse, obliga al buen burgués a sentirse tal y como es: buen burgués, ente incapaz de sacramentos artísticos, ciego y sordo a toda belleza pura. Ahora bien: esto no puede hacerse impunemente después de cien años de halago omnímodo a la masa y apoteosis del «pueblo». Habituada a predominar en todo, la masa se siente ofendida en sus «derechos del hombre» por el arte nuevo, que es un arte de privilegio, de nobleza de nervios, de aristocracia instintiva. Donde quiera que las jóvenes musas se presentan, la masa las cocea. [...]

Para el hombre de la generación novísima, el arte es una cosa sin trascendencia. Una vez escrita esta frase me espanto de ella, al advertir su innumerable irradiación de significados diferentes. Porque no se trata de que a cualquier hombre de hoy le parezca el arte cosa sin importancia o menos importante que al hombre de ayer, sino que el artista mismo ve su arte como una labor intrascendente. Pero aun esto no expresa con rigor la verdadera situación. Porque el hecho no es que al artista le interese poco su obra y oficio, sino que le interesa precisamente porque no tienen importancia grave y en la medida que carecen de ella. No se entiende bien el caso si no se le mira en confrontación con lo que era el arte hace treinta años y, en general, durante todo el siglo pasado. Poesía o música eran entonces actividades de enorme calibre; se esperaba de ellas poco menos que la salvación de la especie humana sobre la ruina de las religiones y el relativismo inevitable de la ciencia. El arte era trascendente en un doble sentido. Lo era por su tema, que solía consistir en los más graves problemas de la humanidad, y Io era por sí mismo, como potencia humana que prestaba justificación y dignidad a la especie. Era de ver el solemne gesto que ante la masa adoptaba el gran poeta y el músico genial, gesto de profeta o fundador de religión, majestuosa apostura de estadista responsable de los destinos universales.

A un artista de hoy sospecho que le aterraría verse ungido con tan enorme misión y obligado, en consecuencia, a tratar en su obra materias capaces de tamañas repercusiones. Precisamente le empieza a saber algo a fruto artístico cuando empieza a notar que el aire pierde seriedad y las cosas comienzan a brincar livianamente, libres de toda formalidad. Ese pirueteo universal es para él el signo auténtico de que las musas existen. Si cabe decir que el arte salva al hombre, es sólo porque le salva de la seriedad de la vida y suscita en él inesperada puericia. Vuelve a ser símbolo del arte la flauta mágica de Pan, que hace danzar los chivos en la linde del bosque.