jueves, 20 de mayo de 2021

BRINES: CUANDO YO AÚN SOY LA VIDA

En el día del fallecimiento del poeta Francisco Brines os invito a leer uno de sus poemas más conocidos, "Cuando yo aún soy la vida", un canto a la vida a pesar de la erosión del tiempo y un canto a la esperanza a pesar de todos los desengaños. Este poema ya aparecía seleccionado en la excelente antología Poesía española contemporánea (1939-1980) de Fanny Rubio y José Luis Falcó. En otra entrada del blog de este mismo año leíamos también otro de sus poemas vitalistas, "Collige, virgo, rosas". Como ocurre con todos los grandes escritores, su obra permanecerá siempre con nosotros.

CUANDO YO AÚN SOY LA VIDA

                                      A Justo Jorge Padrón

La vida me rodea, como en aquellos años
ya perdidos, con el mismo esplendor
de un mundo eterno. La rosa cuchillada
de la mar, las derribadas luces
de los huertos, fragor de las palomas
en el aire, la vida en torno a mí,
cuando yo aún soy la vida.
Con el mismo esplendor, y envejecidos ojos,
y un amor fatigado.

¿Cuál será la esperanza? Vivir aún;
y amar, mientras se agota el corazón,
un mundo fiel, aunque perecedero.
Amar el sueño roto de la vida
y, aunque no pudo ser, no maldecir
aquel antiguo engaño de lo eterno.
Y el pecho se consuela, porque sabe
que el mundo pudo ser una bella verdad.

viernes, 7 de mayo de 2021

LA NOVELA DE FOLLETÍN VISTA POR GALDÓS

 

La realidad nos persigue. Yo escribo maravillas, la realidad me las plagia.

La novela de folletín era un tipo de novela por entregas marcadamente melodramática, dominada por la acción trepidante, con grandes dosis de suspense y misterio, y protagonizada por personajes de corte romántico muy tópicos y estereotipados. Estas novelas acapararon el mercado editorial español desde 1840 a 1870 y se presentaban como un producto a medida de los gustos del público.

En 1870 Benito Pérez Galdós achacaba la falta de una novela realista («de observación», como la llamaba él), como la que triunfaba en Francia o en Inglaterra, a la influencia y el predominio de estas «novelas de impresiones y de movimiento», que hoy llamamos novelas de folletín. Así nos describe este tipo de novelas:

Esta gente que lee, estos españoles que gustan de comprar una novela y la devoran de cabo a rabo, estimando de todo corazón al ingenio que tal cosa produjo, se abastece en un mercado especial. El pedido de este lector especialísimo es lo que determina la índole de la novela. Él la pide a su gusto, la ensaya, da el patrón y la medida; y es preciso servirle. Aquí tenemos explicado el fenómeno, es decir, la sustitución de la novela nacional de pura observación, por esa otra convencional y sin carácter, género que cultiva cualquiera, peste nacida en Francia, y que se ha difundido con la pasmosa rapidez de todos los males contagiosos. El público ha dicho: “Quiero traidores pálidos y de mirada siniestra, modistas angelicales, meretrices con aureola, duquesas averiadas, jorobados románticos, adulterios, extremos de amor y de odio”, y le han dado todo esto. Se lo han dado sin esfuerzo, porque estas máquinas se forjan con asombrosa facilidad por cualquiera que haya leído una novela de Dumas y otra de Soulié. El escritor no se molesta en hacer otra cosa mejor, porque sabe que no se la han de pagar; y esta es la causa única de que no tengamos novela. El género literario en que se ocupan con algún resultado nuestros desdichados literatos, y el que sostiene algunas pequeñas industrias editoriales, es el de la novela de impresiones y movimiento, cuya lectura ejerce una influencia tan marcada en la juventud del día, reflejándose en nuestra educación y dejando en nosotros una huella que tal vez dura toda la vida.

José Ido del Sagrario, uno de esos personajes recurrentes que deambulan por varias novelas de Benito Pérez Galdós, encarna perfectamente la figura de este tipo de autor de «novelas de impresiones y de movimiento» o, como le dirá su editor, «obra de mucho sentimiento, que haga llorar a la gente y que esté bien cargada de moralidad». En el primer capítulo de Tormento nos da cuenta de algunas reflexiones que comparte con su amigo Felipe Centeno («Aristóteles»), entre cafés y copas, sobre la naturaleza de este género.

Ido del Sagrario, repárese en su nombre, empezó como escribiente al servicio de un autor de novelas por entregas y cuando este enfermó pasó a ser «colaborador», o como diríamos hoy negro, a quien el editor le dictaba los comienzos que él debía continuar. En el momento en que habla (1867) está a la espera de trabajar por su cuenta. Así explica el tipo de argumentos que desarrolla en una de sus novelas:

Todo es cosa de Felipe II, ya sabes, hombres embozados, alguaciles, caballeros flamencos, y unas damas, chico,   más quebradizas que el vidrio y más combustibles que la yesca...; el Escorial, el Alcázar de Madrid, judíos, moriscos, renegados, el tal Antoñito Pérez, que para enredos se pinta solo, y la muy tunanta de la princesa de Éboli, que con un ojo solo ve más que cuatro; el Cardenal Granvela, la Inquisición, el príncipe D. Carlos, mucha falda, mucho hábito frailuno, mucho de arrojar bolsones de dinero por cualquier servicio, subterráneos, monjas levantadas de cascos, líos y trapisondas, chiquillos naturales a cada instante, y mi D. Felipe todo lleno de ungüentos...

 

Para crear este tipo de intrigas, que le reportan un buen dinero, la principal facultad que debe tener es, según su editor, «imaginación volcánica: tres cabezas en una».

Al final de la conversación, Ido del Sagrario le cuenta a su amigo, y a todos los lectores de la novela, el argumento de la historia que está escribiendo, inspirado en dos muchachas jóvenes honradas:  

He puesto en la tal obra dos niñas bonitas, pobres, se entiende, muy pobres, yque viven siempre con más apuro que el último día de mes... Pero son más honradas que el Cordero Pascual. Ahí está la moralidad, ahí está, porque esas pollas huerfanitas que solicitadas de tanto goloso, resisten valientes y son tan ariscas con todo el que les hable de pecar, sirven de ejemplo a las mozas del día. Mis heroínas tienen los dedos pelados de tanto coser, y mientras más les aprieta el hambre, más se encastillan ellas en su virtud. El cuartito en que viven es una tacita de plata. Allí flores vivas y de trapo, porque la una riega los tiestos de minutisa, y la otra se dedica a claveles artificiales. Por las mañanas, cuando abren la ventanita que da al tejado... Quisiera leértelo... Dice: «Era una hermosa mañana del mes de Mayo. Parecía   que la Naturaleza...».  [...] En esto tocan a la puerta. Es un lacayo con una carta llena de billetes de Banco. Las dos niñas bonitas se ponen furiosas, le escriben al marqués en perfumado pliego... y me le ponen que no hay por donde cogerlo. Total, que ellas quieren más la palma que el dinero. ¡Ah!, me olvidaba de decirte que hay una duquesa más mala que la mala landre, la cual quiere perder a las chicas por la envidia que tiene de lo guapas que son... También hay un banquero que no repara en nada. Él cree que todo se arregla con puñados de billetes. ¡Patarata! Yo me inspiro en la realidad. ¿Dónde está la honradez? En el pobre, en el obrero, en el mendigo. ¿Dónde está la picardía? En el rico, en el noble, en el ministro, en el general, en el cortesano... Aquellos trabajan, estos gastan. Aquellos pagan, estos chupan. Nosotros lloramos y ellos maman. Es preciso que el mundo...

Ido del Sagrario se inspira en dos vecinas para la creación de su obra, que resultan ser las huérfanas de Sánchez Emperador. La realidad nos persigue. Yo escribo maravillas, la realidad me las plagia, dirá en un último arrebato. Y a partir del siguiente capítulo de Tormento entraremos, de la mano de los Bringas, en la historia protagonizada por Amparo Sánchez, Agustín Caballero y Pedro Polo, una trama folletinesca, como las que devoraría el joven Galdós, pero tratada desde una perspectiva realista y naturalista, lo que convertirá a la novela en una estupenda parodia del género del folletín.