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viernes, 9 de noviembre de 2018

LAS FÁBULAS DE AUGUSTO MONTERROSO

Como complemento y como contrapunto irónico a las fábulas leídas en clase de Félix María de Samaniego y Tomás de Iriarte, os dejo estos preciosos textos del genial escritor Augusto Monterroso: «Cómo acercarse a las fábulas» (en la imagen, texto entresacado del maravilloso libro La palabra mágica) y una selección de fábulas que, sin duda, os sorprenderán, pues suponen una nueva forma de entender el género pero sin romper con él.




La oveja negra
En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra. Fue fusilada. Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque. Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura.



El burro y la flauta
Tirada en el campo estaba desde hacía tiempo una flauta que ya nadie tocaba, hasta que un día un burro que paseaba por ahí resopló fuerte sobre ella haciéndola producir el sonido más dulce de su vida, es decir, de la vida del burro y de la flauta.
Incapaces de comprender lo que había pasado, pues la racionalidad no era su fuerte y ambos creían en la racionalidad, se separaron presurosos, avergonzados de lo mejor que el uno y el otro habían hecho durante su triste existencia.



El perro que deseaba ser un ser humano
En la casa de un rico mercader de la Ciudad de México, rodeado de comodidades y de toda clase de máquinas, vivía no hace mucho tiempo un perro al que se le había metido en la cabeza convertirse en un ser humano, y trabajaba con ahínco en esto.
Al cabo de varios años, y después de persistentes esfuerzos sobre sí mismo, caminaba con facilidad en dos patas y a veces sentía que estaba ya a punto de ser un hombre, excepto por el hecho de que no mordía, movía la cola cuando encontraba a algún conocido, daba tres vueltas antes de acostarse, salivaba cuando oía las campanas de la iglesia, y por las noches se subía a una barda a gemir viendo largamente a la luna.



La fe y las montañas
Al principio la Fe movía montañas sólo cuando era absolutamente necesario, con lo que el paisaje permanecía igual a sí mismo durante milenios. Pero cuando la Fe comenzó a propagarse y a la gente le pareció divertida la idea de mover montañas, éstas no hacían sino cambiar de sitio, y cada vez era más difícil encontrarlas en el lugar en que uno las había dejado la noche anterior; cosa que por supuesto creaba más dificultades que las que resolvía. La buena gente prefirió entonces abandonar la Fe y ahora las montañas permanecen por lo general en su sitio. Cuando en la carretera se produce un derrumbe bajo el cual mueren varios viajeros, es que alguien, muy lejano o inmediato, tuvo un ligerísimo atisbo de fe.



El zorro es más sabio
Un día que el Zorro estaba muy aburrido y hasta cierto punto melancólico y sin dinero, decidió convertirse en escritor, cosa a la cual se dedicó inmediatamente, pues odiaba ese tipo de personas que dice voy a hacer esto o lo otro y nunca lo hacen. Su primer libro resultó muy bueno, un éxito; todo el mundo lo aplaudió, y pronto fue traducido (a veces no muy bien) a los más diversos idiomas. El segundo fue todavía mejor que el primero, y varios profesores norteamericanos de lo más granado del mundo académico de aquellos remotos días lo comentaron con entusiasmo y aun escribieron libros sobre los libros que hablaban de los libros del Zorro. Desde ese momento el Zorro se dio con razón satisfecho, y pasaron los años y no publicaba otra cosa. Pero los demás empezaron a murmurar y a repetir “¿Qué pasa con el Zorro?”, y cuando lo encontraban en los cocteles puntualmente se le acercaban a decirle tiene usted que publicar más. —Pero si ya he publicado dos libros —respondía él con cansancio. —Y muy buenos -le contestaban—; por eso mismo tiene usted que publicar otro. El Zorro no lo decía, pero pensaba: “En realidad lo que estos quieren es que yo publique un libro malo; pero como soy el Zorro, no lo voy a hacer.” Y no lo hizo.


lunes, 12 de enero de 2015

LAS HUELLAS DE LOS CUENTOS DE «EL CONDE LUCANOR» DE DON JUAN MANUEL

Además de los dos cuentos de El conde Lucanor de don Juan Manuel que hemos leído en clase, vamos a leer dos cuentos más que han tenido gran vigencia en nuestra literatura: el cuento VII («Lo que sucedió a una mujer que se llamaba doña Truhana») y el cuento X («Lo que ocurrió a un hombre que por pobreza y falta de otro alimento comía altramuces»). El primero sirvió de inspiración a la conocidísima fábula «La lechera» de Félix María de Samaniego  y el segundo fue recordado por Calderón de la Barca en «La vida es sueño», en una décima en la primera jornada. 
Estos trasvases de textos son muy frecuentes en la historia de la literatura: el propio don Juan Manuel aprovechó los cuentos orientales como fuente de inspiración en su obra y sus cuentos han sido también objeto de distintas versiones a lo largo de los siglos. En 1935 Jorge Luis Borges glosó el cuento XI de El conde Lucanor en su Historia universal de la infamia (páginas 37 a 39) en el relato «El brujo postergado», un estupendo cuento fantástico en el que un tiempo y un espacio mágicos sirven para medir la lealtad de un discípulo a su maestro. Muy recomendable.

Cuento VII
Lo que sucedió a una mujer que se llamaba doña Truhana

Otra vez estaba hablando el Conde Lucanor con Patronio de esta manera:
-Patronio, un hombre me ha propuesto una cosa y también me ha dicho la forma de conseguirla. Os aseguro que tiene tantas ventajas que, si con la ayuda de Dios pudiera salir bien, me sería de gran utilidad y provecho, pues los beneficios se ligan unos con otros, de tal forma que al final serán muy grandes.
Y entonces le contó a Patronio cuanto él sabía. Al oírlo Patronio, contestó al conde:
-Señor Conde Lucanor, siempre oí decir que el prudente se atiene a las realidades y desdeña las fantasías, pues muchas veces a quienes viven de ellas les suele ocurrir lo que a doña Truhana.
El conde le preguntó lo que le había pasado a esta.
-Señor conde -dijo Patronio-, había una mujer que se llamaba doña Truhana, que era más pobre que rica, la cual, yendo un día al mercado, llevaba una olla de miel en la cabeza. Mientras iba por el camino, empezó a pensar que vendería la miel y que, con lo que le diesen, compraría una partida de huevos, de los cuales nacerían gallinas, y que luego, con el dinero que le diesen por las gallinas, compraría ovejas, y así fue comprando y vendiendo, siempre con ganancias, hasta que se vio más rica que ninguna de sus vecinas.
»Luego pensó que, siendo tan rica, podría casar bien a sus hijos e hijas, y que iría acompañada por la calle de yernos y nueras y, pensó también que todos comentarían su buena suerte pues había llegado a tener tantos bienes aunque había nacido muy pobre.
»Así, pensando en esto, comenzó a reír con mucha alegría por su buena suerte y, riendo, riendo, se dio una palmada en la frente, la olla cayó al suelo y se rompió en mil pedazos. Doña Truhana, cuando vio la olla rota y la miel esparcida por el suelo, empezó a llorar y a lamentarse muy amargamente porque había perdido todas las riquezas que esperaba obtener de la olla si no se hubiera roto. Así, porque puso toda su confianza en fantasías, no pudo hacer nada de lo que esperaba y deseaba tanto.
»Vos, señor conde, si queréis que lo que os dicen y lo que pensáis sean realidad algún día, procurad siempre que se trate de cosas razonables y no fantasías o imaginaciones dudosas y vanas. Y cuando quisiereis iniciar algún negocio, no arriesguéis algo muy vuestro, cuya pérdida os pueda ocasionar dolor, por conseguir un provecho basado tan sólo en la imaginación.
Al conde le agradó mucho esto que le contó Patronio, actuó de acuerdo con la historia y, así, le fue muy bien.
Y como a don Juan le gustó este cuento, lo hizo escribir en este libro y compuso estos versos:


En realidades ciertas os podéis confiar,
mas de las fantasías os debéis alejar.

viernes, 15 de febrero de 2013

EL MARAVILLOSO MUNDO DE LOS MICRORRELATOS

«Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí»

El dinosaurio de Monterroso
Este famosísimo microrrelato de Augusto Monterroso nos servirá para profundizar en los textos narrativos que leemos y estudiamos en clase y para iniciarnos en un género que en los últimos años es seguido por muchísimos lectores. De este microcuento dijo Vargas Llosa, en Cartas a un joven novelista, que era una «joya narrativa», un «perfecto relato», «con un poder de persuasión imparable, por su concisión, efectismo, color, capacidad sugestiva y limpia factura».
El microrrelato se define por su extensión hiperbreve (aunque los críticos no se ponen de acuerdo en sus límites) y por su carácter narrativo (ya que se dan como rasgos obligatorios el contar una historia, la sucesión de acciones en el tiempo, el conflicto de los personajes y la tensión narrativa con la que es relatado que obliga al lector a participar de una manera activa en su lectura). Ese gusto por contar, tan propio de la narración, encuentra en este género su máxima representación, pues su extraordinaria condensación permite intensificar todo aquello que cuenta. Esta es la razón por la que además pueden ser leídos una y otra vez sin resultarnos aburridos.
Para sus estudiosos, el microrrelato se ha convertido en el género narrativo emblemático de nuestro siglo XXI: su presencia en el planeta literario, en el ámbito periodístico y en el mundo digital es abundantísima y riquísima ya que admite múltiples enfoques, temas y tonos.

Para empezar a leer microrrelatos, además de la selección comentada en clase, se pueden consultar diferentes antologías en estos interesantes enlaces:
  • Minicuentos [de Ciudad Seva, ordenados alfabéticamente por el título, para pasar buenos e intensos ratos de lectura: además de Monterroso figuran entre muchos otros, microrrelatos de Franz Kafka, Oscar Wilde, Cortázar, Benedetti o Borges]. 
También hay en papel interesantes antologías de microrrelatos como Por favor, sea breve (en dos volúmenes), preparada por Clara Obligado en la editorial Páginas de espuma, y Antología del microrrelato español (1906-2011) editada por Irene Andrés-Suárez en Cátedra.
Y para terminar otro estupendo microrrelato de Augusto Monterroso (tomado de La Oveja negra y demás fábulas), que parodia el clásico género de las fábulas al insuflarle grandes dosis de humor negro:

LA OVEJA NEGRA

En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra. 
Fue fusilada. 
Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque. 
Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura.