Como complemento y como contrapunto irónico a las fábulas leídas en clase de Félix María de Samaniego y Tomás de Iriarte, os dejo estos preciosos textos del genial escritor Augusto Monterroso: «Cómo acercarse a las fábulas» (en la imagen, texto entresacado del maravilloso libro La palabra mágica) y una selección de fábulas que, sin duda, os sorprenderán, pues suponen una nueva forma de entender el género pero sin romper con él.
La oveja
negra
En un lejano país existió hace muchos años una Oveja
negra. Fue fusilada. Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una
estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque. Así, en lo sucesivo, cada
vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para
que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran
ejercitarse también en la escultura.
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El burro y la flauta
Tirada en el campo estaba desde hacía
tiempo una flauta que ya nadie tocaba, hasta que un día un burro que paseaba
por ahí resopló fuerte sobre ella haciéndola producir el sonido más dulce de
su vida, es decir, de la vida del burro y de la flauta.
Incapaces de comprender lo que había
pasado, pues la racionalidad no era su fuerte y ambos creían en la
racionalidad, se separaron presurosos, avergonzados de lo mejor que el uno y
el otro habían hecho durante su triste existencia.
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El perro que deseaba ser un ser
humano
En la casa de
un rico mercader de la Ciudad de México, rodeado de comodidades y de toda
clase de máquinas, vivía no hace mucho tiempo un perro al que se le había
metido en la cabeza convertirse en un ser humano, y trabajaba con ahínco en
esto.
Al cabo de
varios años, y después de persistentes esfuerzos sobre sí mismo, caminaba con
facilidad en dos patas y a veces sentía que estaba ya a punto de ser un
hombre, excepto por el hecho de que no mordía, movía la cola cuando
encontraba a algún conocido, daba tres vueltas antes de acostarse, salivaba
cuando oía las campanas de la iglesia, y por las noches se subía a una barda
a gemir viendo largamente a la luna.
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La fe y
las montañas
Al principio la Fe movía montañas sólo cuando era
absolutamente necesario, con lo que el paisaje permanecía igual a sí mismo
durante milenios. Pero cuando la Fe comenzó a propagarse y a la gente le
pareció divertida la idea de mover montañas, éstas no hacían sino cambiar de
sitio, y cada vez era más difícil encontrarlas en el lugar en que uno las
había dejado la noche anterior; cosa que por supuesto creaba más dificultades
que las que resolvía. La buena gente prefirió entonces abandonar la Fe y
ahora las montañas permanecen por lo general en su sitio. Cuando en la
carretera se produce un derrumbe bajo el cual mueren varios viajeros, es que
alguien, muy lejano o inmediato, tuvo un ligerísimo atisbo de fe.
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El zorro
es más sabio
Un día que el Zorro estaba muy aburrido y hasta
cierto punto melancólico y sin dinero, decidió convertirse en escritor, cosa
a la cual se dedicó inmediatamente, pues odiaba ese tipo de personas que dice
voy a hacer esto o lo otro y nunca lo hacen. Su primer libro resultó muy
bueno, un éxito; todo el mundo lo aplaudió, y pronto fue traducido (a veces
no muy bien) a los más diversos idiomas. El segundo fue todavía mejor que el
primero, y varios profesores norteamericanos de lo más granado del mundo
académico de aquellos remotos días lo comentaron con entusiasmo y aun
escribieron libros sobre los libros que hablaban de los libros del Zorro.
Desde ese momento el Zorro se dio con razón satisfecho, y pasaron los años y
no publicaba otra cosa. Pero los demás empezaron a murmurar y a repetir “¿Qué
pasa con el Zorro?”, y cuando lo encontraban en los cocteles puntualmente se
le acercaban a decirle tiene usted que publicar más. —Pero si ya he publicado
dos libros —respondía él con cansancio. —Y muy buenos -le contestaban—; por
eso mismo tiene usted que publicar otro. El Zorro no lo decía, pero pensaba:
“En realidad lo que estos quieren es que yo publique un libro malo; pero como
soy el Zorro, no lo voy a hacer.” Y no lo hizo.
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