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Cartas marruecas. Edición de 1796.
Tomada de Wikipedia |
José Cadalso es uno de los prosistas ilustrados más destacados de nuestra literatura. En esta entrada nos detendremos en sus
Cartas marruecas. Se trata de una colección de noventa cartas escritas por tres personajes que analizan la realidad española:
- Gazel es un joven marroquí que ha llegado a España en el séquito del embajador de su país y que decide quedarse para conocer mejor España.
- Nuño es el amigo español de Gazel y quien ejerce de guía durante su estancia en el país.
- Ben-Beley es el anciano preceptor de Gazel y vive retirado en un lejano lugar de África.
En sus críticos análisis de la España de su tiempo, observamos la visión de un autor preocupado por la decadencia que se vivía desde el siglo XVII y que continuaba entonces: el atraso de la ciencia y de la industria, el rechazo al saber, la mala educación de la nobleza que no cumplía con sus deberes sociales, la degradación moral de algunos políticos, las supersticiones, el mal empleo de la lengua,... La sátira de los vicios y costumbres de la época se realiza en nombre las nuevas ideas ilustradas de progreso y de felicidad.
En la carta que reproduzco a continuación se critica a aquellos políticos a quienes solo les guía la ambición desmesurada, tan diferentes de aquellos que consideran un privilegio trabajar por el bien común. Un tema que seguramente os resultará de rabiosa actualidad.
De
Gazel a Ben-Beley. Carta LI
Una
de las palabras cuya explicación ocupa más lugar en el diccionario de mi amigo
Nuño es la voz política, y su adjetivo derivado político. Quiero copiarte todo
el párrafo; dice así:
«Política
viene de la voz griega que significa ciudad, de donde se infiere que su
verdadero sentido es la ciencia de gobernar los pueblos, y que los políticos son
aquellos que están en semejantes encargos o, por lo menos, en carrera de llegar
a estar en ellos. En este supuesto, aquí acabaría este artículo, pues venero su
carácter; pero han usurpado este nombre estos sujetos que se hallan muy lejos
de verse en tal situación ni merecer tal respeto. Y de la corrupción de esta
palabra mal apropiada a estas gentes nace la precisión de extenderme más.
»Políticos
de esta segunda especie son unos hombres que de noche no sueñan y de día no
piensan sino en hacer fortuna por cuantos medios se ofrezcan. Las tres
potencias del alma racional y los cinco sentidos del cuerpo humano se reducen a
una desmesurada ambición en semejantes hombres. Ni quieren, ni entienden, ni se
acuerdan de cosa que no vaya dirigida a este fin. La naturaleza pierde toda su
hermosura en el ánimo de ellos. Un jardín no es fragrante, ni una fruta es
deliciosa, ni un campo es ameno, ni un bosque frondoso, ni las diversiones
tienen atractivo, ni la comida les satisface, ni la conversación les ofrece
gusto, ni la salud les produce alegría, ni la amistad les da consuelo, ni el
amor les presenta delicia, ni la juventud les fortalece. Nada importan las
cosas del mundo en el día, la hora, el minuto, que no adelantan un paso en la
carrera de la fortuna. Los demás hombres pasan por varias alteraciones de
gustos y penas; pero éstos no conocen más que un gusto, y es el de adelantarse,
y así tienen, no por pena, sino por tormentos inaguantables, todas las varias
contingencias e infinitas casualidades de la vida humana. Para ellos, todo
inferior es un esclavo, todo igual un enemigo, todo superior un tirano. La risa
y el llanto en estos hombres son como las aguas del río que han pasado por
parajes pantanosos: vienen tan turbias, que no es posible distinguir su
verdadero sabor y color. El continuo artificio, que ya se hace segunda
naturaleza en ellos, los hace insufribles aun a sí mismos. Se piden cuenta del
poco tiempo que han dejado de aprovechar en seguir por entre precipicios el
fantasma de la ambición que les guía. En su concepto, el día es corto para sus
ideas, y demasiado largo para las de los otros. Desprecian al hombre sencillo,
aborrecen al discreto, parecen oráculos al público, pero son tan ineptos que un
criado inferior sabe todas sus flaquezas, ridiculeces, vicios y tal vez
delitos, según el muy verdadero proverbio francés, que ninguno es héroe con su
ayuda de cámara. De aquí nace revelarse tantos secretos, descubrirse tantas
maquinaciones y, en sustancia, mostrarse los hombres ser defectuosos, por más
que quieran parecer semidioses».
En
medio de lo odioso que es y debe ser a lo común de los hombres el que está
agitado de semejante delirio, y que a manera del frenético debiera estar
encadenado porque no haga daño a cuantos hombres, mujeres y niños encuentre por
las calles, suele ser divertido su manejo para el que lo ve de lejos. Aquella
diversidad de astucias, ardides y artificios es un gracioso espectáculo para
quien no la teme. Pero para lo que no basta la paciencia humana es para mirar
todas estas máquinas manejadas por un ignorante ciego, que se figura a sí mismo
tan incomprensible como los demás le conocen necio. Creen muchos de éstos que
la mala intención puede suplir al talento, a la viveza, y al demás conjunto que
se ven en muchos libros, pero en pocas personas.