Mostrando entradas con la etiqueta Otero. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Otero. Mostrar todas las entradas

domingo, 14 de noviembre de 2021

EN EL CENTENARIO DEL PCE: LA LITERATURA DE LOS MILITANTES Y DE LOS «COMPAÑEROS DE VIAJE»

El que quiera estudiar ciertas letras de nuestro tiempo tendrá que hacerlo -si quiere ser íntegro- juzgando el papel que de 1939 a 1950 jugó el Partido Comunista frente a nosotros. (Max Aub, Diarios)

El canon literario oficial(ista) ha venido arrinconando hasta nuestros días a todas aquellas voces discordantes que se salían de lo políticamente correcto. Hasta hace muy poco, los programas escolares y los libros de texto  han olvidado o han prestado muy poca atención a la presencia femenina en la historia de la literatura, a los autores exiliados tras la Guerra Civil o a los novelistas sociales del realismo crítico de los años 50. A todo ello no es ajeno el sesgo ideológico que han imprimido las distintas leyes de educación de los últimos cuarenta y tres años de democracia. El olvido unas veces o el menosprecio otras se extiende también a los escritores que militaron o simpatizaron con el Partido Comunista de España en los años treinta del siglo pasado o durante la dictadura franquista. Por eso es reseñable el libro de Manuel Aznar Soler, catedrático de literatura española de la Universitat Autónoma de Barcelona y director del Grupo de Estudios del Exilio Literario (GEXEL), que lleva por título El Partido Comunista de España y la literatura (1931-1978), publicado por la editorial Atrapasueños. En él recoge once estudios muy documentados sobre escritores e intelectuales que militaron en ese periodo en el PCE. La nómina de autores es interminable e incluye como militantes o simpatizantes a lo más granado de nuestras letras en los años treinta (Rafael Alberti, Teresa León, Luis Cernuda, Emilio Prados, Juan Chabás, Pedro Garfias, Miguel Hernández,...) o en la década de los cincuenta (Antonio Ferres, Armando López Salinas, Jesús López Pacheco, Juan García Hortelano, Alfonso Grosso, Gabriel Celaya, Blas de Otero,...).

Sirva esta entrada, en el centenario del nacimiento del PCE, para recordar a los autores que o bien militando o como simpatizantes o «compañeros de viaje» del Partido defendieron con su obra la República durante la Guerra Civil o combatieron la dictadura desde el exilio o desde el insilio. La valentía de sus voces y su compromiso ético y político son dignos de la memoria de todos aquellos que hoy vivimos en democracia.

La lectura de este poema de Rafael Alberti, aparecido en El poeta en la calle, es un vivo ejemplo del impacto que en los años treinta causó en algunos escritores la ideología comunista, que después pervivió en los tiempos de la dictadura y ha llegado hasta nuestros días.

               UN FANTASMA RECORRE EUROPA…

         … Y las viejas familias cierran las ventanas,
afianzan las puertas,
y el padre corre a oscuras a los Bancos
y el pulso se le para en la Bolsa
y sueña por las noches con hogueras,
con ganados ardiendo,
que en vez de trigos tiene llamas,
en vez de granos, chispas,
cajas,
cajas de hierro llenas de pavesas.
¿Dónde estás,
dónde estás?
Los campesinos pasan pisando nuestra sangre.
¿Qué es esto?

—Cerremos,
cerremos pronto las fronteras.
Vedlo avanzar de prisa en el viento del Este,
de las estepas rojas del hambre.
Que su voz no la oigan los obreros,
que su silbido no penetre en las fábricas,
que no divisen su hoz alzada los hombres de los campos.
¡Detenedle!

Porque salta los mares
recorriendo toda la geografía,
porque se esconde en las bodegas de los barcos
y habla a los fogoneros
y los saca tiznados a cubierta,
y hace que el odio y la miseria se subleven
y se levanten las tripulaciones.
¡Cerrad,
cerrad las cárceles!
Su voz se estrellará contra los muros.
¿Qué es esto?

—Pero nosotros lo seguimos,
lo hacemos descender del viento Este que lo trae,
le preguntamos por las estepas rojas de la paz y del triunfo,
lo sentamos a la mesa del campesino pobre,
presentándolo al dueño de la fábrica,
haciéndolo presidir las huelgas y manifestaciones,
hablar con los soldados y los marineros,
ver en las oficinas a los pequeños empleados
y alzar el puño a gritos en los Parlamentos del oro y de la sangre.

Un fantasma recorre Europa,
el mundo.
Nosotros le llamamos camarada.

martes, 2 de noviembre de 2021

«LOS CELESTIALES» DE JOSÉ AGUSTÍN GOYTISOLO: UNA VISIÓN CRÍTICA DE LA «POESÍA ARRAIGADA»

Esta es la historia, caballeros,
de los poetas celestiales, historia clara
y verdadera [...]

Según Dámaso Alonso, en la poesía española de posguerra solo había dos caminos: el de la poesía arraigada, la de los poetas conformes con el mundo que les había tocado vivir y que aprobaban la nueva situación, y el de la poesía desarraigada, la de aquellos que mostraban su disconformidad con el mundo circundante y su desasosiego existencial.

A pesar de la terrible situación que vive España tras la Guerra Civil, los poetas arraigados muestran una visión del mundo optimista y esperanzada. La España de sus versos es un país idealizado y la vida tiene sentido. Se preocupan de los temas tradicionales de la lírica: la naturaleza, el sentimiento religioso, la familia,... Para ello eligen un lenguaje clásico y esteticista y vuelven a las formas poéticas clásicas como el soneto. Estos poetas escriben en las revistas Escorial y Garcilaso, y toman a Garcilaso de la Vega como modelo ético y estético ya que se consideran, como él, poetas y soldados. Entre estos poetas destacan Luis Rosales, Leopoldo Panero, José García Nieto y Dionisio Ridruejo.


José Agustín Goytisolo, un poeta de la generación posterior, tan distante de esta forma de hacer poesía, dedicó a estos poetas arraigados el poema «Los celestiales», una irónica y crítica estampa de su quehacer poético, de su actitud ante el mundo, de su lenguaje, de su métrica, de sus temas,... Merece la pena leer este poema, aparecido en Salmos al viento (1958), por distintas razones: es un ajuste de cuentas con la poesía de los vencedores, pero también es una reivindicación de los «otros» poetas, «los poetas locos», los de los años cincuenta que cantaron al hombre y pidieron, como decía Blas de Otero, la paz y la palabra en un país marcado por la dictadura, la miseria y el terror.

                                  LOS CELESTIALES

«No todo el que dice: Señor, Señor,
entrará en el reino…»

(Mat., 7, 21)

Después y por encima de la pared caída,
de los vidrios caídos, de la puerta arrasada,
cuando se alejó el eco de las detonaciones
y el humo y sus olores abandonaron la ciudad,
después, cuando el orgullo se refugió en las cuevas,
mordiéndose los puños para no decir nada,
arriba, en los paseos, en las calles con ruina
que el sol acariciaba con sus manos de amigo,
asomaron los poetas, gente de orden, por supuesto.

Es la hora, dijeron, de cantar los asuntos
maravillosamente insustanciales, es decir,
el momento de olvidarnos de todo lo ocurrido
y componer hermosos versos, vacíos, sí, pero sonoros,
melodiosos como el laúd,
que adormezcan, que transfiguren,
que apacigüen los ánimos, ¡qué barbaridad!

Ante tan sabia solución
se reunieron, pues, los poetas y en la asamblea
de un café, a votación, sin más preámbulo,
fue Garcilaso desenterrado, llevado en andas, paseado
como reliquia, por las aldeas y revistas,
y entronizado en la capital. El verso melodioso,
la palabra feliz, todos los restos,
fueron comida suculenta, festín de la comunidad.

Y el viento fue condecorado, y se habló
de marineros, de lluvia, de azahares,
y una vez más, la soledad y el campo, como antaño,
y  el cauce tembloroso de los ríos,
y todas las grandes maravillas,
fueron, en suma, convocadas.

Esto duró algún tiempo, hasta que, poco
a poco, las reservas se fueron agotando.
Los poetas, rendidos de cansancio, se dedicaron
a lanzarse sonetos, mutuamente,
de mesa a mesa, en el café. Y un día,
entre el fragor de los poemas, alguien dijo: escuchad,
fuera las cosas no han cambiado, nosotros
hemos hecho una meritoria labor, pero no basta.
Los trinos y el aroma de nuestras elegías,
no han calmado las iras, el azote de Dios.

De las mesas creció un murmullo
rumoroso como el océano y los poetas exclamaron:
es cierto, es cierto, olvidamos a Dios, somos
ciegos mortales perros heridos por su fuerza,
por su justicia, cantémosle ya.

Y así el buen Dios sustituyó
al viejo padre Garcilaso y fue llamado
dulce tirano, amigo, mesías
lejanísimo, sátrapa fiel, amante, guerrillero,
gran parido, asidero de mi sangre, y los Oh, Tú
y los Señor, Señor, se elevaron altísimos, empujados
por los golpes de pecho en el papel,
por el dolor de tantos corazones valientes.

Y así perduran en la actualidad.

Esta es la historia, caballeros,
de los poetas celestiales, historia clara
y verdadera, y cuyo ejemplo no han seguido
los poetas locos, que, perdidos
en el tumulto callejero, cantan al hombre,
satirizan o aman el reino de los hombres,
tan pasajero, tan falaz, y en su locura
lanzan gritos, pidiendo paz, pidiendo patria
pidiendo aire verdadero.

miércoles, 5 de junio de 2019

RECUENTOS DE LA VIDA: HIERRO, OTERO Y CELAYA

Os presento tres poemas de los principales autores de posguerra que estamos leyendo en clase (José Hierro, Blas de Otero y Gabriel Celaya) que comparten  varios rasgos: son testimonios de su vida y de su relación con el mundo, son breves y sugerentes y sus títulos son suficientemente elocuentes por aludir a diferentes tipos de textos que empleamos en nuestras vidas: una «fe de vida» (con su doble sentido: documento que acredita que alguien está vivo y esperanza en lo que nos da la vida), la «penúltima palabra» convertida en un testamento literario y vital y una «biografía» que se va forjando a partir de las órdenes y las prohibiciones de la sociedad .

FE DE VIDA
Sé que el invierno está aquí,
detrás de esa puerta. Sé
que si ahora saliese fuera
lo hallaría todo muerto,
luchando por renacer.
Sé que si busco una rama
no la encontraré.
Sé que si busco una mano
que me salve del olvido
no la encontraré.
Sé que si busco al que fui
no lo encontraré.
Pero estoy aquí. Me muevo,
vivo. Me llamo José
Hierro. Alegría. (Alegría
que está caída a mis pies).
Nada en orden.
Todo roto, a punto de ya no ser.
Pero toco la alegría,
porque aunque todo esté muerto
yo aún estoy vivo y lo sé. 
                        José Hierro

PENÚLTIMA PALABRA
Dentro de poco moriré.
El zafarrancho de mi vida
toca a su fin. El alma está partida,
y el cuerpo a punto de partir. Lo sé.

Amé la vida, sin embargo.
Bien sabes tú que la amé mucho.
Aunque me expulsen de la vida, lucho
aún. Ancho el amor y el dolor largo.

Veo los ríos, me conmueven.
Contemplo un árbol, quedo absorto.
El mar inmenso me parece corto
de luces frente a muertos que se mueven.

He caminado junto al hombre.
Participé sus arduas luchas.
Muchos han sido los fracasos; muchas
más las conquistas que no tienen nombre.
Dentro de poco moriré.
Aquí está todo mi equipaje.
Cuatro libros, dos lápices, un traje
y un ayer hecho polvo que aventé.

Esto fue todo. No me quejo.
Sé que he vivido intensamente.
(Demasiado intensamente.) Enfrente
está el futuro: es todo lo que os dejo.
Blas de Otero

BIOGRAFÍA
No cojas la cuchara con la mano izquierda.
No pongas los codos en la mesa.
Dobla bien la servilleta.
Eso, para empezar.

Extraiga la raíz cuadrada de tres mil trescientos trece.
¿Dónde está Tanganika? ¿Qué año nació Cervantes?
Le pondré un cero en conducta si habla con su compañero.
Eso, para seguir.

¿Le parece a usted correcto que un ingeniero haga versos?
La cultura es un adorno y el negocio es el negocio.
Si sigues con esa chica te cerraremos las puertas.
Eso, para vivir.

No seas tan loco. Sé educado. Sé correcto.
No bebas. No fumes. No tosas. No respires.
¡Ay, sí, no respirar! Dar el no a todos los nos.
Y descansar: morir.
Gabriel Celaya