Mostrando entradas con la etiqueta Góngora. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Góngora. Mostrar todas las entradas

jueves, 25 de febrero de 2021

LA VITALIDAD DE «CARPE DIEM» Y DE «COLLIGE, VIRGO, ROSAS» EN NUESTRA LITERATURA

El nacimiento de Venus de Sandro Botticelli

La vitalidad de tópicos literarios como el «carpe diem» y el «collige, virgo, rosas» ha sido comentada en clase estos días a propósito de la lectura de los poemas de Garcilaso de la Vega, en especial de su soneto XXIII. Resuenan en él los versos de dos de los poetas más admirados por los humanistas y los poetas renacentistas del siglo XVI, Horacio y Ausonio. La oda de Horacio en que aparece formulado por primera vez el «carpe diem» dice así: «Dum loquimur, fugerit invidia / aetas: carpe diem, quam minimum credula postero" (Mientras hablamos huye la edad envidiosa: agarra el día, no te fíes apenas del dudoso mañana). El célebre poema de Ausonio «El nacimiento de las rosas» concluye con estos versos: «Collige, virgo, rosas dum flos novus et nova pubes / et memor esto aevum sic properare tuum» (Coge las rosas, muchacha, mientras está fresca tu juventud, pero no olvides que así se desliza también tu vida). Y resuenan también los versos del poeta italiano Bernardo Tasso que les sirvieron de inspiración a Garcilaso y los poetas posteriores.

El tópico siguió vivo durante el Renacimiento y el Barroco (en especial en los sonetos de Góngora y de sor Juana Inés de la Cruz)  y ha llegado hasta los poetas de la segunda mitad del siglo XX y del XXI. Valgan como ejemplos estos dos poemas de Francisco Brines y Luis Alberto de Cuenca que se titulan precisamente «Collige, virgo, rosas». Recrean el tópico con estilos completamente distintos: el primero, de Francisco Brines, de una forma tierna y delicada; y el segundo, el soneto en alejandrinos de Luis Alberto de Cuenca, con un tono más coloquial y directo.

«COLLIGE, VIRGO, ROSAS»

[Francisco Brines]

 

Estás ya con quien quieres. Ríete y goza. Ama.
Y enciéndete en la noche que ahora empieza,
y entre tantos amigos (y conmigo)
abre los grandes ojos a la vida
con la avidez preciosa de tus años.
La noche, larga, ha de acabar al alba,
y vendrán escuadrones de espías con la luz,
se borrarán los astros, y también el recuerdo,
y la alegría acabará en su nada.

Más, aunque así suceda, enciéndete en la noche,
pues detrás del olvido puede que ella renazca,
y la recobres pura, y aumentada en belleza,
si en ella, por azar, que ya será elección,
sellas la vida en lo mejor que tuvo,
cuando la noche humana se acabe ya del todo,
y venga esa otra luz, rencorosa y extraña,
que antes que tú conozcas, yo ya habré conocido.

 

«COLLIGE, VIRGO, ROSAS»

[Luis Alberto de Cuenca]

Niña, arranca las rosas, no esperes a mañana.

Córtalas a destajo, desaforadamente,

sin pararte a pensar si son malas o buenas.

Que no quede ni una. Púlete los rosales

que encuentres a tu paso y deja las espinas

para tus compañeras de colegio. Disfruta

de la luz y del oro mientras puedas y rinde

tu belleza a ese dios rechoncho y melancólico

que va por los jardines instilando veneno.

Goza labios y lengua, machácate de gusto

con quien se deje y no permitas que el otoño

te pille con la piel reseca y sin un hombre

(por lo menos) comiéndote las hechuras del alma.

Y que la negra muerte te quite lo bailado.

 

viernes, 17 de noviembre de 2017

GÓNGORA Y LA GENERACIÓN DEL 27

Dámaso Alonso, el poeta del 27, nos recuerda en estos fragmentos entresacados de «Góngora entre dos centenarios» (1962) lo que significó el centenario del poeta barroco para sus compañeros de grupo. En los dos primeros párrafos nos da cuenta de las noticias de los actos organizados por los jóvenes poetas, entre los que destaca el homenaje en el Ateneo de Sevilla los días 16 y 17 de diciembre de 1927 del que guardamos testimonio fotográfico (debajo de estas líneas); y en el tercero nos explica las razones profundas de la seducción que Góngora ejerció sobre los poetas del 27.
Homenaje a Góngora en el Ateneo de Sevilla (1927). De izquierda a derecha: Alberti, Lorca, Chabás, Bacarisse, Platero, Blasco, Guillén, Bergamín, Alonso, Diego.


Todos los poetas del grupo, en nuestras reuniones en cafés o en casa de algún amigo, hablábamos de Góngora, discutíamos pasajes. Queríamos también preparar la defensa contra los feroces enemigos: estábamos indignados porque la Academia no había querido celebrar el centenario del poeta [...]

Queríamos organizar actos para la celebración del centenario. Escribimos cartas -firmadas por todos nosotros- a varios de los maestros literarios de entonces. Las contestaciones a esas cartas fueron casi todas negativas. Quisimos hacer una biblioteca del centenario en la que se publicaran las obras de Góngora y otras en su honor. Yo preparé la edición de las Soledades, y mi libro tuvo un éxito mundial (con muchas reseñas en España, Europa y América); Gerardo Diego reunió su preciosa Antología Poética en honor de Góngora, que es un excelente índice del influjo del poeta a través de siglos de poesía española; Cossío publicó una pulcra edición de los romances; Salinas, Guillén y Alfonso Reyes se comprometieron a editar los sonetos, las octavas y las letrillas del poeta, pero no lo hicieron [...]

El centenario de Góngora, en 1927, fue una explosión de entusiasmo juvenil. Los jóvenes de entonces nos sentíamos cerca de algunos de los problemas estéticos que habían ocupado a Góngora. Estaba en el ambiente europeo la cuestión de la pureza literaria: se trataba de eliminar del poema toda ganga, todo elemento no poético. Nos preocupaba también la imagen: en la imagen íbamos detrás del movimiento ultraísta -en el que alguno, Gerardo Diego, había participado ya-. Ese movimiento había sido estridentista. Y ahora, en los años inmediatamente anteriores a 1927, nada de estridentismo: se trataba de trabajar perfectamente, en pureza y fervor, de eliminar del poema elementos reales y dejar todos los metafóricos, pero de tal modo que éstos satisficieran a la inteligencia con el sello de lo logrado.

martes, 14 de febrero de 2017

SONETOS DE AMOR

Si el amor es uno de los temas centrales de la lírica, el soneto es, quizás, la composición predilecta de los poetas, la joya de más dificil elaboración pero la más deslumbrante. En esta pequeña publicación recojo alguno de los grandes sonetos de amor de nuestra literatura castellana, desde Garcilaso de la Vega a Ángel González, pasando por Góngora y Quevedo, y por Machado y García Lorca. Una lectura muy apropiada para un día como hoy... o para cualquier otro. En los comentarios podéis elegir el que más os gusta o proponer nuevos sonetos de amor.

viernes, 3 de junio de 2016

LA POESÍA BARROCA


El Barroco no se presenta como una ruptura con el periodo renacentista, sino como una continuación en gran parte de sus temas y formas. Frente al ideal de belleza puesto en los clásicos, en el Barroco se va consagrar ante todo la libertad de creación, con lo que la armonía y naturalidad renacentistas van a dar paso a la demostración del ingenio y a la búsqueda de un estilo personal más elaborado y artificioso.
Métrica. En la lírica barroca conviven los metros de origen italiano con la métrica tradicional castellana, basada en el octosílabo y otros versos de arte menor, con un empleo abundante del romance en el que los autores cultos tratan de imitar el estilo tradicional del Romancero viejo.
Temas. La tradición renacentista y clásica continúa con el tratamiento de los temas amoroso, mitológico y religioso. Junto a estos temas cobra importancia el cultivo de los temas filosófico y moral (el paso destructor del tiempo, la muerte aniquiladora, la brevedad de la vida, el desengaño ante la vida), el político (la decadencia de la patria) y el satírico que nace igualmente del desengaño propio de la época (cualquier persona, acontecimiento o cosa es susceptible del ataque más duro o de la ridiculización más absoluta)
Tono. Los distintos temas y géneros son tratados ya de forma seria o grave, ya de manera burlesca o humorística. Los autores combinan, según las ocasiones, la idealización y ennoblecimiento de la realidad con su total degradación. Esta doble vertiente de idealización y desengaño es muy representativa de las contradicciones y contrastes del Barroco.
Estilos. Se distinguen cuatro grandes corrientes estilísticas en la lírica española del siglo XVII: 

  • la clasicista, de gran sobriedad y continuadora de la estética renacentista (Andrés Fernández de Andrada); 
  • la obra personalísima de Lope de Vega que apuesta por la claridad y la llaneza; 
  • las dos tendencias más eminentemente barrocas, el culteranismo de Góngora y el conceptismo de Quevedo: ambos estilos aspiran a romper el equilibrio entre forma y contenido propio del Renacimiento y a desarrollar el estilo hasta el máximo de posibilidades formales. No son tendencias opuestas sino complementarias.

El culteranismo rompe este equilibrio haciendo que la forma se desarrolle a expensas del contenido. Se busca embellecer la expresión con el uso abundante de latinismos e hipérbatos (que dan al lenguaje poético un léxico y una sintaxis nada vulgares, ni desgastadas por el uso, además de dotarlo de gran musicalidad y sonoridad), las alusiones perifrásticas (que designaban a los objetos de un modo descriptivo con todo lujo de detalles sensoriales y eruditos) y las metáforas atrevidas y suntuosas (que crean brillantez con el empleo de elementos considerados como nobles o de una gran pureza cromática).
El conceptismo rompe el equilibrio entre forma y contenido haciendo que el contenido se desarrolle a costa de la forma. Busca la condensación estilística, con la elipsis, y la demostración de ingenio y sutileza intelectual que supone la creación de conceptos (“expresión de la correspondencia y relaciones que se hallan entre las cosas y las palabras”). Para crear conceptos se utilizaban hasta la saciedad todos los recursos de la lengua: dilogías, paronomasias, antítesis, metáforas y comparaciones.
___________________________
En esta presentación encontraréis una breve introducción a la estética barroca y un primer acercamiento a los grandes poetas del Barroco: Luis de Góngora y Argote, Francisco de Quevedo y Villlegas y Félix Lope de Vega y Carpio. 


lunes, 9 de mayo de 2016

GÓNGORA Y EL «CARPE DIEM»

Luis de Góngora retratado
por Diego Velázquez
Entre los muchos poemas que Góngora dedicó a tratar el tema del «carpe diem», os dejo dos en los que de formas muy distintas se enfrenta a este tópico clásico que ya hemos leído en Garcilaso de la Vega. Son dos muestras de la genialidad del autor cordobés, capaz de desenvolverse perfectamente en formas y registros tan diferentes.
En el primero, en la mejor tradición culta, en forma de soneto, con una lengua musical  y una perfecta disposición de las palabras, con un tono serio, habla de la belleza, del tiempo y del goce de la vida. En el segundo, en un estilo tradicional, en forma de romance, con una lengua clara y con un tono desenfadado, vuelve a invitar a disfrutar de la vida a las locuelas mozas de su barrio.

jueves, 16 de enero de 2014

LA BÚSQUEDA DE LA IMAGEN POÉTICA EN GARCÍA LORCA

En 1926 García Lorca pronunció en Granada su conferencia La imagen poética en Góngora.  El escritor barroco fue para los autores de la generación del 27 el ejemplo de poeta auténtico, exigente e inspirado, creador de un nuevo lenguaje poético digno de ser imitado por su belleza formal. La imagen poética, la metáfora, nos dirá Lorca en esa conferencia, "une dos mundos antagónicos por medio de una salto de la imaginación", por lo que se convierte en el recurso del que se vale el poeta para conectar los diferentes planos de la realidad.
En esa conferencia García Lorca medita sobre el momento de la creación del poema. Lo identifica con una cacería nocturna. La oscuridad, la noche, el misterio, el peligro son ingredientes de esa lucha. Pero a todo ello hay que sumar la necesidad del orden y el control para no caer en el engaño de la facilidad. El poeta debe acudir a la cacería con sus cinco sentidos corporales alerta. En el equilibrio entre inspiración y disciplina radica la genialidad del poeta. Y en eso, Góngora y García Lorca son dos maestros.
Con estas palabras recoge García Lorca en dicha conferencia ese momento mágico de la creación.

El poeta que va a hacer un poema (lo sé por experiencia propia) tiene la sensación vaga de que va a una cacería nocturna en un bosque lejanísimo. Un miedo inexplicable rumorea en el corazón. Para serenarse, siempre es conveniente beber un vaso de agua fresca y hacer con la pluma negros rasgos sin sentido. Digo negros, porque... ahora voy a hacerles una revelación íntima.... yo no uso tinta de colores. Va el poeta a una cacería. Delicados aires enfrían el cristal de sus ojos. La luna, redonda como una cuerna de blando metal, suena en el silencio de las ramas últimas. Ciervos blancos aparecen en los claros de los troncos. La noche entera se recoge bajo una pantalla de rumor. Aguas profundas y quietas cabrillean entre los juncos... Hay que salir. Y éste es el momento peligroso para el poeta. El poeta debe llevar un plano de los sitios que va a recorrer y debe estar sereno frente a las mil bellezas y las mil fealdades disfrazadas de belleza que han de pasar ante sus ojos. Debe tapar sus oídos como Ulises frente a las sirenas, y debe lanzar sus flechas sobre las metáforas vivas, y no figuradas o falsas, que le van acompañando. Momento peligroso si el poeta se entrega, porque como lo haga, no podrá nunca levantar su obra. El poeta debe ir a su cacería limpio y sereno, hasta disfrazado. Se mantendrá firme contra los espejismos y acechará cautelosamente las carnes palpitantes y reales que armonicen con el plano del poema que lleva entrevisto. Hay a veces que dar grandes gritos en la soledad poética para ahuyentar los malos espíritus fáciles que quieren llevarnos a los halagos populares sin sentido estético y sin orden ni belleza. Nadie como Góngora preparado para esta cacería interior. No le asombran en su paisaje mental las imágenes coloreadas, ni las brillantes en demasía. Él caza la que casi nadie ve, porque la encuentra sin relaciones, imagen blanca y rezagada, que anima sus momentos poemáticos insospechados. Su fantasía cuenta con sus cinco sentidos corporales. Sus cinco sentidos, como cinco esclavos sin color que le obedecen a ciegas y no lo engañan como a los demás mortales. Intuye con claridad que la naturaleza que salió de las manos de Dios no es la naturaleza que debe vivir en los poemas, y ordena sus paisajes analizando sus componentes.