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miércoles, 22 de abril de 2020

DOCE NOVELAS ESPAÑOLAS ENTRE 1945 Y 1975 (III) : «SEÑAS DE IDENTIDAD», «CINCO HORAS CON MARIO» Y «VOLVERÁS A REGIÓN»

Continuamos con la selección de estas doce novelas españolas representativas de los años 1945 a 1975, con todas las puntualizaciones hechas en la primera entrada.

Señas de identidad (1966) de Juan Goytisolo
«... sin patria, sin hogar, si amigos, puro presente incierto... Álvaro Mendiola a secas, sin señas de identidad.»
Tres exergos desesperados abren la novela: uno de Quevedo («Ayer se fue, Mañana no ha llegado»), otro de Larra y un último de Cernuda («mejor la destrucción, el fuego», que estuvo a punto de ser el título). El protagonista, Álvaro Mendiola, español, burgués, antifranquista, repasa su vida —es verano y está en el jardín de su chalet familiar—, mientras agota una botella de vino de Fefiñanes: por su memoria pasan sus recuerdos infantiles de la Guerra Civil, su militancia antifranquista, los resistentes españoles que conoció en su exilio francés, su experiencia en la revolución cubana (muy amputada en futuras ediciones, tras la ruptura del autor con el castrismo), su azarosa vida sentimental llena de rupturas, su descubrimiento de la homosexualidad, la comprobación de lo poco que queda de espíritu rebelde en la España conformista de la década de 1960. El monólogo interior, la explosión sarcástica, la utilización de la segunda persona narrativa como objetivación de la autorreflexión moral e incluso —en las páginas finales— la fluencia del poema en verso libre, componen un intenso rompecabezas, que abrió la senda de una trilogía a la que se sumaron Reivindicación del Conde Don Julián (1970) y Juan sin Tierra (1975). Prohibida en España, Señas de identidad llegó a ser el breviario de una generación y el símbolo de la ruptura de su autor con la idea tradicional, católica y represiva de España. Su título, aplicado a la necesidad de conocimiento del pasado oculto, pasó a ser todo un emblema de la transición política. [José-Carlos Mainer]

Cinco horas con Mario de Miguel Delibes
La novela está compuesta por 27 soliloquios o diálogos sin respuesta que Menchu, Carmen Sotillo, sostiene ante el cadáver de su marido, Mario, repentinamente fallecido. La técnica compositiva de la novela es entre dramática y existencial. Realmente el discurso que profiere Menchu es un monólogo interior trufado de marcas dialogales, o sea que es una fórmula mixta, un diálogo sin respuesta. El propio Delibes matizaba la originalidad de esta fórmula que puede conectarse con famosos monólogos dramáticos como los de Hamlet y Segismundo. No cabe duda de que la originalidad de Delibes consiste en ordenar las ideas de forma no lineal, en conseguir presentarnos la complejidad psicológica de Menchu y Mario a través del caos de la conciencia de la viuda. En el uso de esta técnica estructural laten textos literarios de carácter existencial como La náusea. Ante el cadáver de su marido, Menchu repasa los años de matrimonio la frustración sexual de una mujer entregada exclusivamente a sus tareas de madre y ama de casa. Menchu representa la cortedad de miras de una mujer educada en los valores de los vencedores de la Guerra Civil que cree a pies juntillas en las consignas del nacionalcatolicismo y que ha sufrido por eso de forma especial las tentaciones del adulterio. Mario es un católico posconciliar, más inteligente y comprometido con un mundo social que podría ser diferente. Sin embargo, la hondura del monólogo acaba matizando la lectura maniquea en la que Menchu es la parte negativa de la dicotomía [María Ángeles Naval].

Volverás a Región (1968) de Juan Benet
Quizá sea Volverás a Región la novela más representativa de Juan Benet, al menos la que le dio más fama de novelista complejo, faulkneriano, de gran ambigüedad, y dotado de una prosa enriquecida con una sintaxis espectacular que tiende hacia lo poético. Región es el territorio simbólico por excelencia de Benet, en donde la Guerra Civil española tiene un protagonismo de destino fatal, al que se añade también la presencia de la preguerra y las posguerra. En ese sentido, no sería desafortunado pensar que toda la novela representa simbólicamente una interpretación nihilista de la historia de España, algo así como si el sistema literario de una William Faulkner y también el de un Juan Rulfo se hubiera aplicado sobre la idea del Mal en la historia reciente de España. Sorprende la minuciosidad de geógrafo con que Benet describe su territorio imaginario. Esa minuciosidad es casi un arquetipo literario de la novela, y pretende crear realidad sobre la ficción, pero lo hace desde un postulado moral. También el paisaje, el agobiante paisaje de la novela, acaba convirtiéndose en un protagonista silencioso. La novela narra un largo diálogo entre el doctor Daniel Sebastián y una misteriosa mujer.
Con Volverás a Región la narrativa española emprende un viaje hacia el corazón de las tradiciones literarias europeas y americanas más importantes desde un punto de vista cualitativo, pero sin duda la literatura posterior se apartará de los laberintos mentales, metafísicos, herméticos y simbolistas [Manuel Vilas].

lunes, 4 de diciembre de 2017

LA GENERACIÓN DEL 27 ESTÁ EN OBRAS

Ahora que terminamos el estudio de los poetas de la Generación del 27, reproduzco a continuación un artículo (aparecido en El País) que escribió el profesor y escritor Manuel Vilas en septiembre pasado sobre esta generación en su nonagésimo aniversario. Plantea una revisión de la nómina de autores que considera muy corta al excluir a las escritoras, pero también a otros artistas vinculados al grupo y a los autores más jóvenes. Y también hace un balance acerca de la presencia e influencia de los autores en la actualidad: la modernidad de los planteamientos estéticos del grupo, la vigencia de algunas de sus obras y la primacía de García Lorca contrastan con el olvido de los demás poetas en general, a pesar de que Luis Cernuda haya sido reivindicado por todos los poetas de los últimos cincuenta años como un maestro, como una voz auténtica.

La generación del 27 está en obras

El edificio literario del colectivo, de una modernidad aún apabullante, afronta su 90º aniversario necesitado de reformas. ¿Cómo revisar un canon tan masculino y poético?
Ilustración de Eva Vázquez. Tomada de El País
Se cumplen 90 años de aquel lejano 1927 en que unos jóvenes poetas se reunieron en Sevilla para homenajear a don Luis de Góngora. Tal vez atacada de alguna aluminosis posmoderna, la exitosa generación del 27 es un edificio histórico que necesita reformas. Una de las reformas sociológicas más demandadas en la actualidad pasa por la incorporación de las mujeres que convivieron con los nombres clásicos de esa generación, cuyo canon lo componen Federico García Lorca, Vicente Aleixandre, Rafael Alberti, Luis Cernuda, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Dámaso Alonso y Gerardo Diego. Son ocho poetas, todos varones, ni una triste mujer en la nómina. La generación del 27 consagró un discurso masculino. Esas mujeres injustamente orilladas serían, entre otras, Ernestina de Champourcin, Josefina de la Torre o Concha Méndez. Otra reforma en el edificio tuvo lugar hace ya unas décadas cuando, al pairo del éxito del modelo generacional, se quiso abrir la nómina a prosistas, cineastas o pintores, y allí estaban los nombres de Bergamín, Buñuel o Dalí. Esa apertura cabría hacerse ahora con mujeres como Maruja Mallo, María Zambrano, María Teresa León o Rosa Chacel. Claro que ni Buñuel ni Dalí necesitan empujón historiográfico ninguno y la actualidad de su obra goza de buena salud. Pero aún hubo una tercera reforma, y esa es casi la que produce más ternura. La tercera reforma es aquella que se fija en lo que se dio en llamar “los epígonos del 27”, a saber, Manuel Altolaguirre, Emilio Prados, Mauricio Bacarisse, Juan Larrea, Fernando Villalón o José María Hinojosa.
De modo que el edificio histórico y pedagógico de la generación del 27 reclama una ampliación de sus dependencias, más habitaciones y más ventanas y más salas de baile. Reclama una ampliación de capital. Y eso sí encierra una despiadada paradoja. Porque si uno observa en las webs de las librerías españolas la presencia de la obra de los poetas canónicos del 27, deberá concluir que sólo existe un poeta en activo. Y ese poeta es Federico García Lorca. Le sigue en demanda de su obra Rafael Alberti y con un solo título: Marinero en tierra. Los demás sobreviven en ediciones escolares, y casi todos bajo la forma de la antología, y con una presencia discreta más allá de la esquelética enseñanza de la poesía en los colegios e institutos españoles. Por tanto, esa ampliación del edificio, tan exigida por los profesionales de la literatura, casi obedece a un espíritu de especulación urbanística de carácter ocioso. Pues pocos lectores van a comprarse un piso en esa nueva urbanización que bien podría llamarse Generación del 27, Segunda Fase. Ya hace un tiempo José-Carlos Mainer adjetivó a los poetas del 27 como generación SL (sociedad limitada) para colocar la lupa precisamente en la inmovilidad canónica del edificio. Esa inmovilidad SL parecía dar robustez a la historia de la literatura española contemporánea. La generación del 27 era un edificio sólido. Cabía aprenderse los ocho nombres de los poetas con fe ciega. Incluso en los manuales de literatura se facilitaba una norma nemotécnica, que se basaba en clasificarlos por parejas: Lorca/Alberti, Salinas/Guillén, Cernuda/Aleixandre y Alonso/Diego.
La justa demanda de extender la generación del 27 a las poetas tiene que ser forzosamente un sumatorio, pues no sería de recibo quitar a Luis Cernuda para colocar en su lugar a Ernestina de Champourcin, eso si nos importa la poesía, que a lo mejor tampoco nos importa tanto la poesía como culpabilizar una historiografía descaradamente masculina. En todo caso, el alargamiento de la lista generacional lo acabará sufriendo el alumno de la ESO, que será finalmente a quien le toque aprenderse de memoria a la ilustre cofradía ya reformada para sacar en el examen correspondiente un deseado 5 que le abra las puertas de nadie sabe qué.
Tal vez la lucha contra la aluminosis o la simple oxidación pase por huir de ese subdesarrollo pedagógico que consiste en el apelotonamiento de escritores y entrar en un estadio en donde cuenten los libros y las figuras individuales. Se me ocurren tres libros importantísimos, a saber: Desolación de la quimera, de Luis Cernuda; Poeta en Nueva York, de Lorca, e Hijos de la ira, de Dámaso Alonso. Si uno lee Hijos de la ira, que es uno de los grandes libros de la posguerra, y donde pone “Dios” pone “Vida” o “Muerte”, o cualquier otra cosa que se nos ocurra, el libro se vuelve de una modernidad arrebatada. Si uno lee La realidad y el deseo, y lo hace desde los libros publicados por Cernuda después de la Guerra Civil, estará asistiendo a uno de los momentos más extraordinarios de la literatura española.
La generación del 27 dio un poeta importante y un poeta universal. El poeta importante es Luis Cernuda. El poeta universal es, claro, Lorca. A Lorca se le admira y se le quiere. A Cernuda lo acabas comprendiendo, entendiendo, lo que es peor. Esa fue la gran lección del autor de La realidad y el deseo: una poesía que cuenta la vida de un hombre. Fue un hecho inédito en la historia de la poesía española, que culminará en la poesía conversacional de poetas como Gil de Biedma o Ángel González, que son los verdaderos herederos de Cernuda. La poesía de Cernuda explica a un hombre. Ahora necesitamos a una poeta que explique a una mujer.
El mejor poema que se ha escrito sobre la Guerra Civil española es ‘1936’, de Cernuda. Había en ese poema la pequeña narración de una historia vivida. No era un poema abstracto ni solemne. La abstracción culta y elevada fue el agujero negro que engulló a Aleixandre, a Salinas y a Guillén. Cernuda le hizo un bien mayor a la literatura: transformó la solemnidad en pequeñas confesiones personales. Pocos son los teóricos que citan a Cernuda cuando se habla de la autoficción. La poesía está tan apartada de la vida pública que ni siquiera los especialistas han advertido que quien primero hizo autoficción en la literatura española fue Cernuda. Da la sensación, a veces, de que la poesía ya no forma parte del cuerpo de la literatura. También hizo autoficción Dámaso Alonso en Hijos de la ira. Y se nombró a sí mismo como “este Dámaso frenético”.
El patrimonio literario que heredamos de la llamada generación del 27 necesita reformas y ampliaciones, pero es un patrimonio de una modernidad apabullante. Fue un gran momento de nuestra literatura. Falta sacar ese momento de las lindes estrechas de la historia de la poesía y devolverlo a los cauces más anchurosos y fértiles de la historia de la cultura española del siglo XX.