Ahora que terminamos el estudio de los poetas de la Generación del 27, reproduzco a continuación un artículo (aparecido en El País) que escribió el profesor y escritor Manuel Vilas en septiembre pasado sobre esta generación en su nonagésimo aniversario. Plantea una revisión de la nómina de autores que considera muy corta al excluir a las escritoras, pero también a otros artistas vinculados al grupo y a los autores más jóvenes. Y también hace un balance acerca de la presencia e influencia de los autores en la actualidad: la modernidad de los planteamientos estéticos del grupo, la vigencia de algunas de sus obras y la primacía de García Lorca contrastan con el olvido de los demás poetas en general, a pesar de que Luis Cernuda haya sido reivindicado por todos los poetas de los últimos cincuenta años como un maestro, como una voz auténtica.
La generación del 27 está en obras
El edificio literario del colectivo, de una modernidad
aún apabullante, afronta su 90º aniversario necesitado de reformas. ¿Cómo
revisar un canon tan masculino y poético?
Ilustración de Eva Vázquez. Tomada de El País |
De modo que
el edificio histórico y pedagógico de la generación del 27 reclama una
ampliación de sus dependencias, más habitaciones y más ventanas y más salas de
baile. Reclama una ampliación de capital. Y eso sí encierra una despiadada
paradoja. Porque si uno observa en las webs de las librerías españolas la
presencia de la obra de los poetas canónicos del 27, deberá concluir que sólo
existe un poeta en activo. Y ese poeta es Federico García Lorca. Le sigue en
demanda de su obra Rafael Alberti y con un solo título: Marinero en tierra.
Los demás sobreviven en ediciones escolares, y casi todos bajo la forma de la
antología, y con una presencia discreta más allá de la esquelética enseñanza de
la poesía en los colegios e institutos españoles. Por tanto, esa ampliación del
edificio, tan exigida por los profesionales de la literatura, casi obedece a un
espíritu de especulación urbanística de carácter ocioso. Pues pocos lectores
van a comprarse un piso en esa nueva urbanización que bien podría llamarse
Generación del 27, Segunda Fase. Ya hace un tiempo José-Carlos
Mainer adjetivó a los poetas del 27 como generación SL (sociedad
limitada) para colocar la lupa precisamente en la inmovilidad canónica del
edificio. Esa inmovilidad SL parecía dar robustez a la historia de la
literatura española contemporánea. La generación del 27 era un edificio sólido.
Cabía aprenderse los ocho nombres de los poetas con fe ciega. Incluso en los
manuales de literatura se facilitaba una norma nemotécnica, que se basaba en
clasificarlos por parejas: Lorca/Alberti, Salinas/Guillén, Cernuda/Aleixandre y
Alonso/Diego.
La justa
demanda de extender la generación del 27 a las poetas tiene que ser
forzosamente un sumatorio, pues no sería de recibo quitar a Luis Cernuda para
colocar en su lugar a Ernestina de Champourcin, eso si nos importa la poesía,
que a lo mejor tampoco nos importa tanto la poesía como culpabilizar una
historiografía descaradamente masculina. En todo caso, el alargamiento de la
lista generacional lo acabará sufriendo el alumno de la ESO, que será finalmente
a quien le toque aprenderse de memoria a la ilustre cofradía ya reformada para
sacar en el examen correspondiente un deseado 5 que le abra las puertas de
nadie sabe qué.
Tal vez la lucha contra la aluminosis o la simple
oxidación pase por huir de ese subdesarrollo pedagógico que consiste en el
apelotonamiento de escritores y entrar en un estadio en donde cuenten los
libros y las figuras individuales. Se me ocurren tres libros importantísimos, a
saber: Desolación de la quimera, de Luis Cernuda; Poeta en Nueva
York, de Lorca, e Hijos de la ira, de Dámaso Alonso. Si uno lee Hijos
de la ira, que es uno de los grandes libros de la posguerra, y donde pone
“Dios” pone “Vida” o “Muerte”, o cualquier otra cosa que se nos ocurra, el
libro se vuelve de una modernidad arrebatada. Si uno lee La realidad y el
deseo, y lo hace desde los libros publicados por Cernuda después de la
Guerra Civil, estará asistiendo a uno de los momentos más extraordinarios de la
literatura española.
La generación del 27 dio un poeta importante y un
poeta universal. El poeta importante es Luis Cernuda. El poeta universal es,
claro, Lorca. A Lorca se le admira y se le quiere. A Cernuda lo acabas
comprendiendo, entendiendo, lo que es peor. Esa fue la gran lección del autor
de La realidad y el deseo: una poesía que cuenta la vida de un hombre.
Fue un hecho inédito en la historia de la poesía española, que culminará en la
poesía conversacional de poetas como Gil de Biedma o Ángel González, que son los verdaderos herederos
de Cernuda. La poesía de Cernuda explica a un hombre. Ahora necesitamos a una
poeta que explique a una mujer.
El mejor
poema que se ha escrito sobre la Guerra Civil española es ‘1936’, de Cernuda.
Había en ese poema la pequeña narración de una historia vivida. No era un poema
abstracto ni solemne. La abstracción culta y elevada fue el agujero negro que
engulló a Aleixandre, a Salinas y a Guillén. Cernuda le hizo un bien mayor a la
literatura: transformó la solemnidad en pequeñas confesiones personales. Pocos
son los teóricos que citan a Cernuda cuando se habla de la autoficción. La
poesía está tan apartada de la vida pública que ni siquiera los especialistas
han advertido que quien primero hizo autoficción en la literatura española fue
Cernuda. Da la sensación, a veces, de que la poesía ya no forma parte del
cuerpo de la literatura. También hizo autoficción Dámaso Alonso en Hijos de
la ira. Y se nombró a sí mismo como “este Dámaso frenético”.
El patrimonio literario que heredamos de la llamada
generación del 27 necesita reformas y ampliaciones, pero es un patrimonio de
una modernidad apabullante. Fue un gran momento de nuestra literatura. Falta
sacar ese momento de las lindes estrechas de la historia de la poesía y
devolverlo a los cauces más anchurosos y fértiles de la historia de la cultura
española del siglo XX.
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