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viernes, 23 de abril de 2021

23 DE ABRIL: MANIFIESTO POR LA LECTURA


En la celebración del Día del Libro, comparto con los lectores del blog un capítulo del extraordinario Manifiesto por la lectura de Irene Vallejo, galardonada este año con el Premio de las Letras Aragonesas. En esta deliciosa obra reivindica la palabra y el libro, hermanos de la democracia y la libertad, tan necesarias en estos tiempos ásperos donde algunos se dedican a sembrar el odio y la mentira para difundir el racismo, la xenofobia, el machismo y el fascismo.

ALAS Y CIMIENTOS

Narramos, escribimos y leemos porque hemos fabricado la fabulosa herramienta del lenguaje humano. Por medio de las palabras, podemos compartir mundos interiores e ideas quiméricas. Cuando un animal fantasea —si tal cosa es posible—, carece de herramientas para contárselo a otro animal. Algunas especies están dotadas de habilidades comunicativas, en ocasiones asombrosamente complejas, pero ninguna puede compararse con las nuestras en flexibilidad, libertad y riqueza de matices. Este prodigio lingüístico nos permite coexistir en dos geografías: el espacio tangible que habitamos junto a miles de seres vivos y un universo paralelo que nos pertenece en exclusiva —el de la fantasía, el de las posibilidades, el de los símbolos—, al que ninguna otra criatura puede acceder.

Propulsados por el lenguaje y la creatividad, nuestros cerebros despegaron de la mera evolución biológica, cuya cadencia es implacablemente lenta, y elevamos el vuelo con las rápidas alas de la evolución cultural. Hace miles de años, la invención de una sofisticada tecnología, la escritura, abrió las puertas a conservar conocimientos, ideas y sueños, a expandirlos y hacerlos revivir con cada mirada que se posa en las letras de una página. El filósofo Richard Rorty piensa que leer nos cambió la mente de forma irreversible. Gracias a la lectura, hemos desarrollado una anomalía llamada «ojos interiores». Descubrir los personajes de una historia se parece a conocer gente nueva, comprendiendo su carácter y sus razones. Cuanto más diferentes son esos personajes, más nos amplían el horizonte y enriquecen nuestro universo. A través de los libros, anidamos en la piel de otros, acariciamos sus cuerpos y nos hundimos en su mirada. Y, en un mundo narcisista y ególatra, lo mejor que le puede pasar a uno es ser todos.

Leer nunca ha sido una actividad solitaria, ni siquiera cuando la practicamos sin compañía en la intimidad de nuestro hogar. Es un acto colectivo que nos avecina a otras mentes y afirma sin cesar la posibilidad de una comprensión rebelde al obstáculo de los siglos y las fronteras. Por el camino del placer, sobre los abismos de las diferencias, la lectura ofrece puentes colgantes de palabras. El psicólogo Raymond Mar y su equipo de la Universidad de Toronto probaron en 2006 que las personas que leen son más empáticas que las no lectoras, especialmente quienes frecuentan obras literarias. Un grupo de estudiantes debía elegir entre dos sobres: uno contenía La dama del perrito de Chéjov; el otro, un texto que describía exactamente la misma historia, pero en un lenguaje neutro, frío, casi documental, sin las inflexiones propias del antiguo oficio de la narración. Quienes leyeron las palabras de Chéjov lograron mejores calificaciones en las escalas de empatía, especialmente aquellos a quienes más emocionó el cuento. La cualidad de sumergirse en el lugar del otro y bucear en aguas distantes no solo enriquece nuestra intimidad, sino nuestra vida privada, la convivencia cotidiana, las habilidades sociales que desplegamos, y expande sus beneficios hasta la política internacional o los logros de las empresas.

El hábito de leer no nos hace necesariamente mejores personas, pero nos enseña a observar con el ojo de la mente la amplitud del mundo y la enorme variedad de situaciones y seres que lo pueblan. Nuestras ideas se vuelven más ágiles y nuestra imaginación, más iluminadora. Al asomarnos a la madriguera de un relato, escapamos de nosotros y nos proyectamos en los personajes de un país inventado. Sostiene Mario Vargas Llosa que

… la vida, injusta, nos obliga a ser siempre los mismos, cuando quisiéramos ser muchos, tantos como requerirían para aplacarse los incandescentes deseos de que estamos poseídos. (…) La buena literatura es siempre un desafío a lo que existe.

Anhelamos ver por otros ojos, pensar con otras ideas y sentir otras pasiones. La magia consiste en ponernos las lentes de la ficción y observar a través de ellas, deslizándonos en los placeres, los terrores o las ambiciones ajenas. Y, sin movernos de la cama, el universo entero nos pertenece, la inmensidad está al alcance de nuestros dedos.

En los mundos inventados nos encontramos, nos entendemos y aprendemos a colaborar. La filósofa estadounidense Martha Nussbaum, Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales, defiende que la lectura forma parte de la preparación necesaria para vivir en democracia. Desde que los griegos lo ensayaron por primera vez hace milenios, este sistema es el más exigente y asombroso que hemos intentado. Pretende crear una convivencia que no se sustente en la fuerza, sino que se apoye en una delicada urdimbre de acuerdos y en una conversación incesante. Como nos recuerda Antonio Basanta, «de la palabra lector deriva el término elector». En el compás cotidiano de la experiencia democrática, todos y cada una tomamos con nuestro voto decisiones que tendrán consecuencias cruciales en la vida de otras personas. En un texto titulado La crisis silenciosa, Nussbaum reflexiona:

La capacidad de imaginar la experiencia del otro debe cultivarse y pulirse si queremos guardar alguna esperanza de afianzar la dignidad de ciertas instituciones, a pesar de las abundantes divisiones que albergan todas las sociedades modernas.

Cuanto mejores trapecistas seamos, capaces de esa pirueta que nos coloca en la mirada ajena, más sólida será la democracia que edificamos. El ejercicio de volar fortalece nuestros cimientos.

miércoles, 4 de noviembre de 2020

«EL INFINITO EN UN JUNCO» DE IRENE VALLEJO, PREMIO NACIONAL DE ENSAYO

Desde el blog queremos dar hoy la enhorabuena a Irene Vallejo, que ha sido galardonada con el Premio Nacional de Ensayo por su obra «El infinito en un junco». La autora zaragozana realiza en esta obra una historia de los libros que se lee como una novela de aventuras, una temática y un enfoque que nos entusiasman.  Para los que no conozcáis la obra os comparto las primeras lineas del prólogo que son un exquisito aperitivo de lo que nos encontraremos en sus páginas.

Misteriosos grupos de hombres a caballo recorren los caminos de Grecia. Los campesinos los observan con desconfianza desde sus tierras o desde las puertas de sus cabañas. La experiencia les ha enseñado que solo viaja la gente peligrosa: soldados, mercenarios y traficantes de esclavos. Arrugan la frente y gruñen hasta que los ven hundirse otra vez en el horizonte. No les gustan los forasteros armados.

Los jinetes cabalgan sin fijarse en los aldeanos. Durante meses han escalado montañas, han franqueado desfiladeros, han cruzado valles, han vadeado ríos, han navegado de isla en isla. Sus músculos y su resistencia se han endurecido desde que les encargaron esta extraña misión. Para cumplir su tarea deben aventurarse por los violentos territorios de un mundo en guerra casi constante. Son cazadores en busca de presas de un tipo muy especial. Presas silenciosas, astutas, que no dejan rastro ni huella.

Si estos inquietantes emisarios se sentasen en la taberna de algún puerto, a beber vino, comer pulpo asado, hablar y emborracharse con desconocidos (nunca lo hacen por prudencia), podrían contar grandes historias de viajes. Se han adentrado en tierras azotadas por la peste. Han atravesado comarcas asoladas por incendios, han contemplado la ceniza caliente de la destrucción y la brutalidad de rebeldes y mercenarios en pie de guerra. Como todavía no existen mapas de regiones extensas, se han perdido y han caminado sin rumbo durante días enteros bajo la furia del sol o las tormentas. Han tenido que beber aguas repugnantes que les han causado diarreas monstruosas. Siempre que llueve, los carros y las mulas se atascan en los charcos; entre gritos y juramentos han tirado de ellos hasta caer de rodillas y besar el barro. Cuando la noche les sorprende lejos de cobijo alguno, solo su capa les protege de los escorpiones. Han conocido el tormento enloquecedor de los piojos y el miedo constante a los bandoleros que infestan los caminos. Muchas veces, cabalgando por inmensas soledades, se les hiela la sangre al imaginar un grupo de bandidos esperándolos, conteniendo el aliento, escondidos en algún recodo del camino para caer sobre ellos, asesinarlos a sangre fría, robarles la bolsa y abandonar sus cadáveres calientes entre los arbustos.

Es lógico que tengan miedo. El rey de Egipto les ha confiado grandes sumas de dinero antes de enviarlos a cumplir sus órdenes a la otra orilla del mar. En aquel tiempo, solo unas décadas después de la muerte de Alejandro, viajar llevando una gran fortuna era muy arriesgado, casi suicida. Y, aunque los puñales de los ladrones, las enfermedades contagiosas y los naufragios amenazan con hacer fracasar una misión tan cara, el faraón insiste en enviar a sus agentes desde el país del Nilo, cruzando fronteras y grandes distancias, en todas las direcciones. Desea apasionadamente, con impaciencia y dolorosa sed de posesión, esas presas que sus cazadores secretos rastrean para él, haciendo frente a peligros ignotos.

Los campesinos que se sientan a fisgonear a la puerta de sus cabañas, los mercenarios y los bandidos habrían abierto los ojos con asombro y la boca con incredulidad si hubieran sabido qué perseguían los jinetes extranjeros.

Libros, buscaban libros.

Era el secreto mejor guardado de la corte egipcia. El Señor de las Dos Tierras, uno de los hombres más poderosos del momento, daría la vida (la de otros, claro; siempre es así con los reyes) por conseguir todos los libros del mundo para su Gran Biblioteca de Alejandría. Perseguía el sueño de una biblioteca absoluta y perfecta, la colección donde reuniría todas las obras de todos los autores desde el principio de los tiempos.

miércoles, 25 de marzo de 2020

DISTANTEMENTE JUNTOS (VIII): GENEROSIDAD RECOMPENSADA, POR IRENE VALLEJO

Fuente de la fotografía
Comparto hoy con los lectores del blog una reflexión de Irene Vallejo sobre la generosidad y la solidaridad que en estos duros y complicados días tanto alivian las penas. Como es característico en sus columnas periodísticas, rememora las palabras de los autores griegos y latinos que ya nos hablaron en el pasado de las cuestiones que tanto nos importan en el presente.


Generosidad recompensada

Cuando llegan los años difíciles, todos nos sentimos divididos entre la lucha individual por salir adelante y el deseo de construir una realidad en equilibrio más justo y duradero. Solidaridad y egoísmo son los dos polos entre los que oscilamos en épocas de inclemencias, y, en el fondo, tanto al asociarnos como al ensimismarnos, buscamos lo mismo: estar a salvo. Siempre queda preguntarse por cuál de las dos vías alcanzaremos la seguridad, el añorado refugio.

Los filósofos de la Antigüedad tomaron claro partido ante este interrogante. Aristóteles afirmó que somos seres para la vida en común. No podemos olvidar, aseguraba, los vínculos que ciñen la felicidad a la justicia, el individuo al grupo. Nos conviene formar sociedades donde tengan cabida el cobijo y la seguridad, así expandimos nuestra posibilidad de convivencia y de felicidad. Siglos después, Séneca escribió que la gratitud revierte sobre sí misma: "Todos cuantos favorecen a otro, se favorecen a sí mismos, porque el socorrido querrá socorrer y el defendido proteger, y el buen ejemplo retorna, describiendo un círculo, hacia el que lo da, igual que los malos ejemplos acaban recayendo sobre sus autores". Al hacer un servicio a los demás, contribuimos a crear una red asistencial que, llegado el caso, podrá sostenernos a nosotros mismos. Por separado somos hebras sueltas en una enmarañada madeja, y solo nos protegemos si nos entretejemos. Quién sabe si en las cambiantes fortunas del tiempo, con sus quiebras, devaluaciones y pérdidas, lo que hemos dado resultará ser la más segura de nuestras inversiones.

viernes, 10 de marzo de 2017

«DON DE LENGUAS», POR IRENE VALLEJO

Os dejo esta columna de Irene Vallejo, que no podía faltar en un blog como este de lengua y literatura. Apareció hace un par de semanas en Heraldo de Aragón y en ella la autora aragonesa nos habla de una forma muy sugerente acerca de la lengua, entendida como músculo y como idioma,  y nos aporta un nuevo sentido para «don de lenguas», esa expresión de origen religioso: la lengua como un don que nos permite hacer y cambiar el mundo.


Don de lenguas


Al hablar convertimos el cuerpo en instrumento musical. Nos comunicamos creando sonoridades en la corriente de aire que sale de los pulmones, atraviesa la laringe, vibra en las cuerdas vocales y adquiere forma definitiva cuando la lengua acaricia el paladar, los dientes o los labios. Todos estos órganos intervienen a su debido tiempo para moldear nuestras frases. Y aunque la lengua no puede por sí sola crear el habla, es su símbolo desde tiempos muy antiguos. Por eso decimos: tiene la lengua afilada o se le ha comido la lengua el gato.

'Lengua' significa ambas cosas: el músculo y el idioma, la carne y la palabra, el órgano animal y la comunicación que nos hace humanos. La lengua es una parte fascinante de la anatomía. Las mariposas desenroscan su larga lengua para beber en las flores como en cálices y los colibríes usan las suyas para besarlas en pleno vuelo. El camaleón lanza su lengua a mayor distancia que su propio cuerpo. La de los seres humanos alberga los botones gustativos que permiten saborear innumerables placeres. Cuando nos concentramos, la punta de la lengua asoma por los labios entreabiertos, como queriendo salir al encuentro de la realidad exterior. Y en esa búsqueda de protagonismo, nuestra pequeña lengua, tomando la palabra, modelando el aire, ha logrado actuar en el mundo y, con sus verdades y mentiras, cambiarlo para siempre.