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domingo, 14 de febrero de 2021

LA APASIONADA DECLARACIÓN DE AMOR DE CERNUDA

Si en otra entrada ya recogí una selección de los mejores sonetos de amor escritos en la lengua castellana, ahora os presento la que quizás sea la declaración  de amor más apasionada de nuestra literatura, escrita por Luis Cernuda y recogida en Los placeres prohibidos, una de sus obras más recomendadas en el blog. En ella a partir de una estructura repetitiva, de gran intensidad y musicalidad, y una serie de metáforas basadas en elementos de la naturaleza («viento», «sol», «nubes», «plantas», «agua») y en sentimientos («miedo», «alegría», «hastío»), logra culminar en la última estrofa con la expresión apasionada del amor, recordando a otros dos grandes poetas del amor de nuestra literatura, Francisco de Quevedo («más allá de la muerte» nos evoca su extraordinario soneto Amor constante más alla de la muerte) y Gustavo Adolfo Bécquer («el olvido», una nueva alusión a la muerte, nos evoca la rima LXVI que finaliza con estos versos: «donde habite el olvido, / allí estará mi tumba").

 

TE QUIERO

 

Te quiero.

 

Te lo he dicho con el viento,

jugueteando como animalillo en la arena

o iracundo como órgano impetuoso;

 

te lo he dicho con el sol,

que dora desnudos cuerpos juveniles

y sonríe en todas las cosas inocentes;

 

te lo he dicho con las nubes,

frentes melancólicas que sostienen el cielo,

tristezas fugitivas;

te lo he dicho con las plantas,

leves criaturas transparentes

que se cubren de rubor repentino;

 

te lo he dicho con el agua,

vida luminosa que vela un fondo de sombra;

te lo he dicho con el miedo,

te lo he dicho con la alegría,

con el hastío, con las terribles palabras.

 

Pero así no me basta:

más allá de la vida,

quiero decírtelo con la muerte;

más allá del amor,

quiero decírtelo con el olvido.

lunes, 23 de marzo de 2020

DISTANTEMENTE JUNTOS (VI): LA LITERATURA, LA VERDADERA VIDA



La verdadera vida, la vida por fin descubierta y aclarada, la única vida, por consiguiente, plenamente vivida, es la literatura.
Marcel Proust, En busca del tiempo perdido (VII)

En estos días de encierro, en los que parece que el tiempo se detiene y todo nos resulta extraño, muchos están volviendo a la literatura, eso que no servía para nada, y que, sin embargo, como ya escribió Marcel Proust es "la verdadera vida", la posesión más honda de sus días y su mundo. 
Y nuestros clásicos, Cervantes y Quevedo, también nos recordaron el poder de entretenimiento y de conocimiento que nos aportan siempre los libros, en la lectura en común con otros o en la soledad del retiro.
A leer se ha dicho.

Y como el cura dijese que los libros de caballerías que don Quijote había leído le habían vuelto el juicio, dijo el ventero:
—No sé yo cómo puede ser eso, que en verdad que, a lo que yo entiendo, no hay mejor letrado en el mundo, y que tengo ahí dos o tres dellos, con otros papeles, que verdaderamente me han dado la vida, no solo a mí, sino a otros muchos. Porque cuando es tiempo de la siega, se recogen aquí las fiestas muchos segadores, y siempre hay algunos que saben leer, el cual coge uno destos libros en las manos, y rodeámonos dél más de treinta y estámosle escuchando con tanto gusto, que nos quita mil canas. A lo menos, de mí sé decir que cuando oyo decir aquellos furibundos y terribles golpes que los caballeros pegan, que me toma gana de hacer otro tanto, y que querría estar oyéndolos noches y días.
—Y yo ni más ni menos —dijo la ventera—, porque nunca tengo buen rato en mi casa sino aquel que vos estáis escuchando leer, que estáis tan embobado, que no os acordáis de reñir por entonces.
—Así es la verdad —dijo Maritornes—, y a buena fe que yo también gusto mucho de oír aquellas cosas, que son muy lindas, y más cuando cuentan que se está la otra señora debajo de unos naranjos abrazada con su caballero, y que les está una dueña haciéndoles la guarda, muerta de envidia y con mucho sobresalto. Digo que todo esto es cosa de mieles.
—Y a vos ¿qué os parece, señora doncella? —dijo el cura, hablando con la hija del ventero.
—No sé, señor, en mi ánima —respondió ella—. También yo lo escucho, y en verdad que aunque no lo entiendo, que recibo gusto en oíllo; pero no gusto yo de los golpes de que mi padre gusta, sino de las lamentaciones que los caballeros hacen cuando están ausentes de sus señoras, que en verdad que algunas veces me hacen llorar, de compasión que les tengo.

Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, I, capítulo 32

SONETO DESDE LA TORRE DE JUAN ABAD
         Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos.

         Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan, o fecundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.

         Las grandes almas, que la muerte ausenta,
de injurias de los años vengadoras,
libra, ¡oh gran don Joseph!, docta la imprenta.

         En fuga irrevocable huye la hora;
pero aquélla el mejor cálculo cuenta
que en la lección y estudios nos mejora.
Francisco de Quevedo