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martes, 21 de noviembre de 2017

ORTEGA Y GASSET Y LA GENERACIÓN DEL 27

José Ortega y Gasset
La influencia del filósofo José Ortega y Gasset es fundamental en los poetas del 27 durante la década de los años veinte. A través de la Revista de Occidente, que él dirigía y que se mostró siempre receptiva a las últimas corrientes del pensamiento europeo, dio a conocer al grupo del 27. La editorial de la Revista de Occidente publicó algunas de las obras más importantes del grupo: Primer romancero gitano de Federico García Lorca, Cántico de Jorge Guillén, Seguro azar de Pedro Salinas y Cal y canto de Rafael Alberti.
Y, además de esto, resultó vital para los poetas del 27 la radiografía que el filósofo hizo sobre el «arte nuevo» en su ensayo La deshumanización del arte (1925). En esa obra sostiene que arte y realidad son incompatibles, pues la obra de arte es considerada como tal en la medida en que esté desconectada del mundo exterior. Para evitar la realidad nada mejor en la literatura que la metáfora, recurso con el que se elude el nombre cotidiano de las cosas, sustituyéndolo por otro que nos hace ver los objetos desde otra perspectiva distinta a la habitual. De este modo, a través de la metáfora, el quehacer artístico se convierte en un acto creador, lo que explica su concepción de la poesía como «el álgebra superior de las metáforas». Así, el objeto artístico, en tanto que irreal, solo puede ser apreciado por minorías cultas y es, por tanto, antipopular. El arte nuevo busca el goce estético, distanciándose de lo afectivo, lo sentimental, lo humano; por eso ve en el Realismo y el Romanticismo la antítesis de esta nueva concepción estética. Estos son los rasgos característicos de la «poesía pura» y de las primeras vanguardias (Futurismo, Cubismo, Ultraísmo, Creacionismo), tendencias literarias que leerán, admirarán y cultivarán los jóvenes poetas del grupo del 27.
En estos dos fragmentos de La deshumanización del arte podemos leer con más detalle las valoraciones que realiza Ortega y Gasset sobre el «arte nuevo»:
A mi juicio, lo característico del arte nuevo, desde el punto de vista sociológico, es que divide al público en estas dos clases de hombres: los que lo entienden y los que no lo entienden. Esto implica que los unos poseen un órgano de comprensión negado, por tanto, a los otros, que son dos variedades distintas de la especie humana. El arte nuevo, por lo visto, no es para todo el mundo, como el romántico, sino que va, desde luego, dirigido auna minoría especialmente dotada. De aquí la irritación que despierta en la masa. Cuando a uno no le gusta una obra de arte, pero la ha comprendido, se siente superior a ella y no ha lugar a la irritación. Mas cuando el disgusto que la obra causa nace de que no se la ha entendido, queda el hombre como humillado, con una oscura conciencia de su inferioridad que necesita compensar mediante la indignada afirmación de sí mismo frente a la obra. El arte joven, con sólo presentarse, obliga al buen burgués a sentirse tal y como es: buen burgués, ente incapaz de sacramentos artísticos, ciego y sordo a toda belleza pura. Ahora bien: esto no puede hacerse impunemente después de cien años de halago omnímodo a la masa y apoteosis del «pueblo». Habituada a predominar en todo, la masa se siente ofendida en sus «derechos del hombre» por el arte nuevo, que es un arte de privilegio, de nobleza de nervios, de aristocracia instintiva. Donde quiera que las jóvenes musas se presentan, la masa las cocea. [...]

Para el hombre de la generación novísima, el arte es una cosa sin trascendencia. Una vez escrita esta frase me espanto de ella, al advertir su innumerable irradiación de significados diferentes. Porque no se trata de que a cualquier hombre de hoy le parezca el arte cosa sin importancia o menos importante que al hombre de ayer, sino que el artista mismo ve su arte como una labor intrascendente. Pero aun esto no expresa con rigor la verdadera situación. Porque el hecho no es que al artista le interese poco su obra y oficio, sino que le interesa precisamente porque no tienen importancia grave y en la medida que carecen de ella. No se entiende bien el caso si no se le mira en confrontación con lo que era el arte hace treinta años y, en general, durante todo el siglo pasado. Poesía o música eran entonces actividades de enorme calibre; se esperaba de ellas poco menos que la salvación de la especie humana sobre la ruina de las religiones y el relativismo inevitable de la ciencia. El arte era trascendente en un doble sentido. Lo era por su tema, que solía consistir en los más graves problemas de la humanidad, y Io era por sí mismo, como potencia humana que prestaba justificación y dignidad a la especie. Era de ver el solemne gesto que ante la masa adoptaba el gran poeta y el músico genial, gesto de profeta o fundador de religión, majestuosa apostura de estadista responsable de los destinos universales.

A un artista de hoy sospecho que le aterraría verse ungido con tan enorme misión y obligado, en consecuencia, a tratar en su obra materias capaces de tamañas repercusiones. Precisamente le empieza a saber algo a fruto artístico cuando empieza a notar que el aire pierde seriedad y las cosas comienzan a brincar livianamente, libres de toda formalidad. Ese pirueteo universal es para él el signo auténtico de que las musas existen. Si cabe decir que el arte salva al hombre, es sólo porque le salva de la seriedad de la vida y suscita en él inesperada puericia. Vuelve a ser símbolo del arte la flauta mágica de Pan, que hace danzar los chivos en la linde del bosque.

lunes, 14 de enero de 2013

RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA Y EL HUMOR DE LAS VANGUARDIAS

 «Escribir es que le dejen a uno llorar y reír a solas»
Ramón Gómez de la Serna
La creatividad de los vanguardistas fue desbordante. Su constante búsqueda de nuevos temas y nuevas formas expresivas hizo que se adelantaran a su tiempo, proponiendo creaciones que solo mucho más adelante han cuajado. Todo ello fue realizado siempre con un instrumento demoledor, con una afilada arma: el humor.
Ya José Ortega y Gasset había explicado en La deshumanización del arte que el arte nuevo de principios del siglo XX se caracterizaba por la burla, por la ironía, por el humor, que se hacía incluso hasta del propio arte: «ser artista es no tomar en serio al hombre tan serio que somos cuando no somos artistas». El nuevo arte aspiraba así a ser considerado como un juego con lo que se perdía todo propósito de trascendencia. Ortega remataba así el mencionado ensayo: «al vaciarse el arte de patetismo humano queda sin trascendencia alguna -como sólo arte, sin más pretensión».
Entre los vanguardistas españoles, Ramón Gómez de la Serna fue uno de los más originales y atrevidos y el que explotó al máximo las posibilidades del humor. El humor recorre toda su obra, no solo las greguerías, e impregna toda su vida. Sus extravagantes conferencias (a lomos de un elefante en París, sobre el trapecio en un circo de Madrid o disfrazado de torero) son solo un ejemplo de su actitud irreverente ante el mundo.
Entre sus greguerías selecciono estas seis, verdaderos prodigios de humor negro (término acuñado por el padre del Surrealismo, André Breton, en su famosa Antología del humor negro y que «se ejerce a propósito de cosas que suscitarían, contempladas desde otra perspectiva, piedad, terror, lástima o emociones parecidas» según la Real Academia Española ):

 El verdugo es igual al antropófago: los dos matan para comer.
***
 En los sueños del calvo no hay sombra.
 ***
 Un cementerio es una gran botica fracasada.
 ***
 Los sordos ven doble.
 ***
 Las criadas se exceden en el esmero de encerar los pisos para ver si así se resbalan y se matan sus señores.
 ***
 El manco de los dos brazos se quedó en chaleco para toda la vida.

Ramón Gómez de la Serna llegó a incluso a filmar un monólogo humorístico que podemos ver y escuchar más abajo, verdadero precedente de los populares monólogos humorísticos que viven estos años una gran popularidad tanto en la televisión como en los teatros y otras salas de entretenimiento. En la película, dirigida por Feliciano M. Vitores en 1928, el escritor Ramón Gómez de la Serna hilvana un monólogo humorístico sobre el monóculo sin cristal, los ruidos del corral y la importancia de la mano en el arte de la oratoria. Todo un alarde de ingenio y originalidad.
 

Por todo ello Ramón fue en su época uno de los tres extranjeros que perteneció a la Academia Francesa del Humor, junto al actor y director de cine Charles Chaplin y el escritor italiano Pitigrilli.

viernes, 13 de abril de 2012

LA GENERACIÓN DEL 14: LA DEFENSA DEL "ARTE PURO"

En la segunda década del siglo XX se dan a conocer en España artistas e intelectuales que se oponen a todos los movimientos culturales del siglo XIX (Romanticismo, Realismo y también el Modernismo), a los que consideran trasnochados y caducos. 
Se les ha llamado "Generación del 14" porque la fecha de 1914 (comienzo de la Primera Guerra Mundial)  se toma como el final social, político y cultural del siglo XIX. A estos nuevos autores se les llama también novecentistas, ya que adoptan el nombre del nuevo siglo.
Se caracterizan por su rigurosa preparación intelectual, por tener una mentalidad más europeísta y racional que la generación anterior (a la que sí respetan) y por su concepción del arte como una actividad desprovista de emociones personales y de inquietudes políticas y religiosas. Defienden el "arte puro", alejado del subjetivismo y de los sentimientos, que solo aspira a proporcionar placer estético, y la "obra bien hecha" por lo que trabajan cuidadosamente todos los aspectos formales.
Pertenece a esta generación pensadores y ensayistas (José Ortega y Gasset, Manuel Azaña, Salvador de Madariaga, Eugenio D'Ors), científicos (Gregorio Marañón), pintores (José Gutiérrez Solana),  novelistas (Ramón Pérez de Ayala, Gabriel Miró), dramaturgos (Jacinto Grau) y poetas (Juan Ramón Jiménez).