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martes, 2 de noviembre de 2021

«LOS CELESTIALES» DE JOSÉ AGUSTÍN GOYTISOLO: UNA VISIÓN CRÍTICA DE LA «POESÍA ARRAIGADA»

Esta es la historia, caballeros,
de los poetas celestiales, historia clara
y verdadera [...]

Según Dámaso Alonso, en la poesía española de posguerra solo había dos caminos: el de la poesía arraigada, la de los poetas conformes con el mundo que les había tocado vivir y que aprobaban la nueva situación, y el de la poesía desarraigada, la de aquellos que mostraban su disconformidad con el mundo circundante y su desasosiego existencial.

A pesar de la terrible situación que vive España tras la Guerra Civil, los poetas arraigados muestran una visión del mundo optimista y esperanzada. La España de sus versos es un país idealizado y la vida tiene sentido. Se preocupan de los temas tradicionales de la lírica: la naturaleza, el sentimiento religioso, la familia,... Para ello eligen un lenguaje clásico y esteticista y vuelven a las formas poéticas clásicas como el soneto. Estos poetas escriben en las revistas Escorial y Garcilaso, y toman a Garcilaso de la Vega como modelo ético y estético ya que se consideran, como él, poetas y soldados. Entre estos poetas destacan Luis Rosales, Leopoldo Panero, José García Nieto y Dionisio Ridruejo.


José Agustín Goytisolo, un poeta de la generación posterior, tan distante de esta forma de hacer poesía, dedicó a estos poetas arraigados el poema «Los celestiales», una irónica y crítica estampa de su quehacer poético, de su actitud ante el mundo, de su lenguaje, de su métrica, de sus temas,... Merece la pena leer este poema, aparecido en Salmos al viento (1958), por distintas razones: es un ajuste de cuentas con la poesía de los vencedores, pero también es una reivindicación de los «otros» poetas, «los poetas locos», los de los años cincuenta que cantaron al hombre y pidieron, como decía Blas de Otero, la paz y la palabra en un país marcado por la dictadura, la miseria y el terror.

                                  LOS CELESTIALES

«No todo el que dice: Señor, Señor,
entrará en el reino…»

(Mat., 7, 21)

Después y por encima de la pared caída,
de los vidrios caídos, de la puerta arrasada,
cuando se alejó el eco de las detonaciones
y el humo y sus olores abandonaron la ciudad,
después, cuando el orgullo se refugió en las cuevas,
mordiéndose los puños para no decir nada,
arriba, en los paseos, en las calles con ruina
que el sol acariciaba con sus manos de amigo,
asomaron los poetas, gente de orden, por supuesto.

Es la hora, dijeron, de cantar los asuntos
maravillosamente insustanciales, es decir,
el momento de olvidarnos de todo lo ocurrido
y componer hermosos versos, vacíos, sí, pero sonoros,
melodiosos como el laúd,
que adormezcan, que transfiguren,
que apacigüen los ánimos, ¡qué barbaridad!

Ante tan sabia solución
se reunieron, pues, los poetas y en la asamblea
de un café, a votación, sin más preámbulo,
fue Garcilaso desenterrado, llevado en andas, paseado
como reliquia, por las aldeas y revistas,
y entronizado en la capital. El verso melodioso,
la palabra feliz, todos los restos,
fueron comida suculenta, festín de la comunidad.

Y el viento fue condecorado, y se habló
de marineros, de lluvia, de azahares,
y una vez más, la soledad y el campo, como antaño,
y  el cauce tembloroso de los ríos,
y todas las grandes maravillas,
fueron, en suma, convocadas.

Esto duró algún tiempo, hasta que, poco
a poco, las reservas se fueron agotando.
Los poetas, rendidos de cansancio, se dedicaron
a lanzarse sonetos, mutuamente,
de mesa a mesa, en el café. Y un día,
entre el fragor de los poemas, alguien dijo: escuchad,
fuera las cosas no han cambiado, nosotros
hemos hecho una meritoria labor, pero no basta.
Los trinos y el aroma de nuestras elegías,
no han calmado las iras, el azote de Dios.

De las mesas creció un murmullo
rumoroso como el océano y los poetas exclamaron:
es cierto, es cierto, olvidamos a Dios, somos
ciegos mortales perros heridos por su fuerza,
por su justicia, cantémosle ya.

Y así el buen Dios sustituyó
al viejo padre Garcilaso y fue llamado
dulce tirano, amigo, mesías
lejanísimo, sátrapa fiel, amante, guerrillero,
gran parido, asidero de mi sangre, y los Oh, Tú
y los Señor, Señor, se elevaron altísimos, empujados
por los golpes de pecho en el papel,
por el dolor de tantos corazones valientes.

Y así perduran en la actualidad.

Esta es la historia, caballeros,
de los poetas celestiales, historia clara
y verdadera, y cuyo ejemplo no han seguido
los poetas locos, que, perdidos
en el tumulto callejero, cantan al hombre,
satirizan o aman el reino de los hombres,
tan pasajero, tan falaz, y en su locura
lanzan gritos, pidiendo paz, pidiendo patria
pidiendo aire verdadero.

lunes, 14 de junio de 2021

AUTOBIOGRAFÍAS: LUIS ROSALES, GLORIA FUERTES Y JOSÉ AGUSTÍN GOYTISOLO

Como complemento a otra entrada anterior del blog, Recuentos de vida: Hierro, Otero y Celaya, os presento hoy otros tres poemas de autores del periodo de posguerra que nos dejaron sus autobiografías en forma de poemas. Los poetas son Luis Rosales, Gloria Fuertes y José Agustín Goytisolo. Así nos acercaremos a sus vidas,  a su relación con los demás y a sus mundos interiores. El tono de los poemas y los sentimientos vertidos en las «autobiografías» rezuman esa autenticidad del poeta que mira hacia dentro y comparte con sus lectores lo más íntimo y personal, siempre teñido de melancolía y tristeza. Pero a eso hay que añadir el tratamiento irónico (e incluso humorístico en los dos últimos poemas) con el que los autores se miran a sí mismos con distancia.

Los tres poemas pueden ser perfectamente cartas de presentación de sus autores. De Luis Rosales podemos leer La casa encendida, obra poética escrita en versículos, que muestra la experiencia dolorosa del paso del tiempo, pero también la afirmación de la armonía y de la esperanza. A Gloria Fuertes ya la presentamos en otra entrada del blog y destacamos la cercanía de su poesía por el lenguaje empleado y el tono irónico y humorístico de sus poemas que denuncian la hipocresía social y las injusticias. De José Agustín Goytisolo, también presente en otras entradas del blog, podemos acercarnos a Palabras para Julia, una de sus obras más populares e importantes.

          AUTOBIOGRAFÍA

Como el náufrago metódico que contase las olas
que faltan para morir,
y las contase, y las volviese a contar, para evitar
errores, hasta la última,
hasta aquella que tiene la estatura de un niño
y le besa y le cubre la frente,
así he vivido yo con una vaga prudencia de
caballo de cartón en el baño,
sabiendo que jamás me he equivocado en nada,
sino en las cosas que yo más quería.

                      Luis Rosales

 

          AUTOBIOGRAFÍA

Gloria Fuertes nació en Madrid
a los dos días de edad,
pues fue muy laborioso el parto de mi madre
que si se descuida muere por vivirme.
A los tres años ya sabía leer
y a los seis ya sabía mis labores.
Yo era buena y delgada,
alta y algo enferma.
A los nueve años me pilló un carro
y a los catorce me pilló la guerra;
A los quince se murió mi madre, se fue cuando más falta me hacía.
Aprendí a regatear en las tiendas
y a ir a los pueblos por zanahorias.
Por entonces empecé con los amores,
-no digo nombres-,
gracias a eso, pude sobrellevar
mi juventud de barrio.
Quise ir a la guerra, para pararla,
pero me detuvieron a mitad del camino.
Luego me salió una oficina,
donde trabajo como si fuera tonta,
-pero Dios y el botones saben que no lo soy-.
Escribo por las noches
y voy al campo mucho.
Todos los míos han muerto hace años
y estoy más sola que yo misma.
He publicado versos en todos los calendarios,
escribo en un periódico de niños,
y quiero comprarme a plazos una flor natural
como las que le dan a Pemán algunas veces.

           Gloria Fuertes

 

        AUTOBIOGRAFÍA

Cuando yo era pequeño
estaba siempre triste
y mi padre decía
mirándome y moviendo
la cabeza: hijo mío
no sirves para nada.

Después me fui al colegio
con pan y con adioses
pero me acompañaba
la tristeza. El maestro
graznó: pequeño niño
no sirves para nada.

Vino luego la guerra
la muerte -yo la vi-
y cuando hubo pasado
y todos la olvidaron
yo triste seguí oyendo:
no sirves para nada.

Y cuando me pusieron
los pantalones largos
la tristeza en seguida
cambió de pantalones.
Mis amigos dijeron:
no sirves para nada.

En la calle en las aulas
odiando y aprendiendo
la injusticia y sus leyes
me perseguía siempre
la triste cantinela:
no sirves para nada.

De tristeza en tristeza
caí por los peldaños
de la vida. Y un día
la muchacha que amo
me dijo y era alegre:
no sirves para nada.

Ahora vivo con ella
voy limpio y bien peinado.
Tenemos una niña
a la que a veces digo
también con alegría:
no sirves para nada.

           José Agustín Goytisolo