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lunes, 26 de febrero de 2024

EN EL CORAZÓN DE LAS LENGUAS DE ARAGÓN: LOS HABLANTES

Comparto con los lectores del blog el documental "En el corazón de las lenguas de Aragón: los hablantes", dirigido por Juan A. Peñalver, a partir de la idea original y el guion de las profesoras Iraide Ibarretxe-Antuñano y Andrea Ariño Bizarro. Se estrenó hace pocos días con motivo de la celebración del Día Internacional de la Lengua Materna el día 21 de febrero. En el documental los testimonios de los hablantes de las diferentes lenguas de Aragón nos muestran la importancia de cuidar, proteger y fomentar las lenguas maternas, tan despreciadas en muchos espacios políticos y mediáticos en nuestros días. Es muy interesante compartirlo también con nuestros alumnos, que en muchas ocasiones manifiestan sus prejuicios hacia las lenguas minoritarias sin haber hecho antes un mínimo ejercicio de empatía ni de reflexión.

En este enlace se puede leer la entrevista de elDiario.es con la profesora Iraide Ibarretxe-Antuñano, que también nos ayuda a entender mejor la riqueza lingüística de una comunidad autónoma como Aragón.

lunes, 11 de diciembre de 2023

LA HUELLA DE FREINET

De nuevo otra película española, El maestro que prometió el mar, nos invita a reflexionar en el blog. La película, dirigida por Patricia Font y basada en la novela homónima de Francesc Escribano, recupera la figura del maestro catalán Antoni Benaiges que desarrolló su labor en Bañuelos de Bureba (Burgos) en los años 1934 a 1936. Como nos muestra la película, el maestro sigue  la nueva pedagogía de Célestin Freinet, que proponía la «autogestión, cooperación y solidaridad entre el alumnado»,​ y se materializaba en la introducción de la imprenta en la escuela, el texto libre y el método natural de lectura y escritura.

Los métodos de Freinet y de su esposa Élise se enmarcan en los movimientos de renovación pedagógica de hace más de cien años a los que tanto seguimos debiendo hoy. Las actividades que proponía y que asustaban a los sectores más retrógrados de entonces tenían que ver con la composición del texto libre. Es el texto realizado por los niños en las fases siguientes: la escritura del texto, que constituye una actividad creativa e individual; la lectura ante todo el grupo, con lo que se trabaja la entonación, la modulación de la voz; el comentario de texto de forma colectiva; y otras técnicas como la impresión y reproducción de los textos para la revista escolar y la correspondencia.

Otras actividades que promovían los freinetistas eran  la revista escolar, las conferencias, la clase-paseo, la asamblea de clase, la correspondencia escolar, el periódico mural o el fichero escolar cooperativo. Sin ninguna duda, todas ellas nos resultan hoy en día sumamente sugerentes y enriquecedoras y nos han servido para promover que la escuela y la vida no son dos esferas distintas y antagónicas. Muchas de las herramientas educativas que hoy tenemos a nuestro alcance en la clase, como Classroom, padlet o los propios blogs,  no dejan de ser una mera actualización de lo que propusieron estos renovadores de la enseñanza a principios del siglo pasado.

Sirva esta pequeña entrada para reconocer y homenajear la labor de aquellos maestros como Benaiges, a quien llevar a la práctica estas nuevas propuestas pedagógicas le supuso la muerte a manos de los falangistas a comienzos de la Guerra Civil Española.

miércoles, 20 de septiembre de 2023

LENGUAS Y POLÍTICA

La realidad plurilingüe de España es un asunto que tratamos en todos los cursos de ESO y Bachillerato y que hemos abordado varias veces en el blog. Siempre ponderamos el valor y riqueza de ese patrimonio lingüístico del que gozamos en nuestro país, en el que se hablan hasta siete lenguas diferentes: castellano, catalán, gallego, euskera, aragonés, asturiano y aranés. Pero en las cuestiones lingüísticas la política siempre interfiere con sus planteamientos. Para muestra valga un botón: desde ayer, martes 19 de septiembre, el Congreso de los Diputados permite el uso de las lenguas cooficiales (el catalán, hablado en Cataluña, Baleares y Valencia; el euskera, hablado en el País Vasco y Navarra; el gallego, hablado en Galicia). Esta noticia que, en principio, es muy positiva, ha levantado, sin embargo, una gran polvareda en los medios de comunicación y en la escena política. La diversidad lingüística ha dejado de ser interpretada por todos igual y desvela planteamientos políticos muy diferentes e incluso enfrentados. 

El escritor Isaac Rosa, en su irónico artículo El día del pinganillo (aparecido en El Diario.es), afirma que "si tienes dudas sobre la orientación política de algún conocido, familiar o vecino, coméntale lo de este martes en el Congreso". Y concluye: "no falla nunca: las lenguas de España distintas al castellano son la mejor piedra de toque para identificar al nacionalismo españolista más rancio. En cuanto oyen hablar catalán, euskera o gallego fuera de sus territorios (y a menudo también cuando lo oyen dentro), saltan." Esta es la realidad a la que se van a enfrentar nuestros alumnos, porque la política enturbia muchas veces las cuestiones lingüísticas y no solo en este caso. Piénsese en el debate en torno al valenciano o en la convivencia de tres lenguas en Aragón.

Comparto con los lectores del blog dos editoriales aparecidos hoy mismo que tratan este asunto con ópticas completamente opuestas. El primero es del diario ABC, de tendencia conservadora, que titula de forma expresiva su texto: Sacrificar la lengua común. El segundo es del diario El País y se titula Lenguas españolas, recalcando el valor de esa diversidad lingüística. Su lectura y comentario nos ayudará a entender mejor esa relación entre lenguas y política. El debate está servido.

Sacrificar la lengua común

La promoción de las lenguas cooficiales en el Congreso no la defienden quienes creen en las comunidades políticas plurales y libres, sino quienes buscan elevar muros entre españoles

El Congreso vivió ayer, por primera vez en su historia, un pleno en el que los diputados se vieron obligados a utilizar pinganillos con traducción simultánea para poder entenderse entre sí. Con esta sesión parlamentaria dio comienzo la modificación del reglamento, tramitada en lectura única y por vía de urgencia, que permitirá el uso de lenguas que sólo son cooficiales en algunos territorios. Se sacrifican así siglos de parlamentarismo que han hecho de la lengua castellana el instrumento vehicular de entendimiento entre todos los españoles. Un idioma que es, además, la lengua más hablada en todas y cada una de las comunidades autónomas que componen nuestro país.

La sesión parlamentaria de ayer no giró en torno a la riqueza lingüística de España, ni tan siguiera tuvo por objeto el pluralismo idiomático que nos enriquece como nación. El debate de ayer responde exclusivamente a los términos de una negociación impuesta por el nacionalismo separatista y que, para desgracia de todos los españoles, el Partido Socialista está dispuesto a aceptar. Hablamos del mismo partido que hace apenas un año, el 21 de junio de 2022, votó en contra del uso de las lenguas cooficiales. El partido de Gómez de Celis, quien presidía la Cámara en ese momento, y que llamó al orden a varios diputados por expresarse en lenguas distintas del castellano en aquella sesión parlamentaria. El mismo partido, al fin, de Meritxell Batet, quien en mayo del mismo año había retirado a Albert Botran la palabra por hablar en catalán.

Que el español es y seguirá siendo la lengua común en la Cámara lo prueba un hecho incontrovertible: los pinganillos que ahora servirán para escenificar ficticiamente una diferencia entre españoles tendrán el castellano como idioma común. De este modo, esta gran dramaturgia de babel acabará devolviendo a todos los diputados a ese lugar común que es la lengua española. Recordemos, además, que cada uno de los diputados son representantes no de sus territorios, sino de toda la ciudadanía en su conjunto. Pero ahora, para poder contentar a los nacionalistas, muchos españoles se verán privados de poder escuchar a sus representantes sin mediadores gracias a esta iniciativa legal. La sesión de ayer constituyó, además, un dislate procesal. De hecho, antes de que se haya aprobado la norma que permitirá el uso del euskera, el gallego o el catalán, hemos visto a diputados expresarse en estas lenguas, lo que incumple la redacción actual del reglamento y demuestra, a su vez, el nulo aprecio por la institucionalidad de la presidenta del Congreso, Francina Armengol. Suyo es el mérito de que en apenas dos sesiones, el Congreso se ha sometido a una erosión formal sin apenas precedentes. 

 

Lenguas españolas

Impulsado por la aritmética parlamentaria, el uso del catalán, el euskera y el gallego llega al Congreso con normalidad

El castellano ya no es la lengua de uso único y obligatorio en el Congreso de los Diputados. Desde este martes, el catalán, el euskera y el gallego, tres idiomas de uso oficial en seis comunidades autónomas, podrán ser utilizados también en el órgano de representación de la soberanía nacional, como ya sucedía en el Senado.

España se iguala así a democracias federales de arraigado multilingüismo institucional como Bélgica, Canadá y la Confederación Helvética. Lejos de significar un atentado contra la igualdad entre los españoles y un factor de división y discordia, como pretenden quienes se han opuesto a la proposición de ley que se aprueba definitivamente este jueves, es un factor de unión entre los ciudadanos y un avance en la igualdad de sus derechos como hablantes. Además, desarrolla no solo la letra de la Constitución sino que recupera también el espíritu de diálogo y concordia que marcó su redacción.

La sesión en el Congreso responde plenamente al título preliminar de la Ley Fundamental, con frecuencia olvidado, donde se señala que “la riqueza de las distintas modalidades lingüísticas de España es un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección”. ¿Qué mayor respeto y protección que reconocer el derecho de los representantes de los ciudadanos a expresarse en los idiomas que hablan sus representados? Como señaló el primer presidente de la democracia, Adolfo Suárez, respecto al régimen nacido en 1978, la actual iniciativa trata de convertir en normal en el Parlamento lo que ya es normal en la calle. La única anomalía es que haya llegado tan tarde y solo debido a la necesidad del PSOE —que tradicionalmente se opuso a la medida— de contar con los votos de los nacionalistas catalanes para asegurarse la presidencia de la Cámara. No sirven los argumentos funcionalistas que reivindican el uso de una sola lengua porque sea la que todos hablan. Las lenguas no agotan su función social en la mera comunicación. También atesoran un enorme valor simbólico. Tiene todo el sentido que la lengua oficial en toda España, el castellano, sea utilizada con mayor frecuencia que las autonómicas como idioma común, pero convertir su uso en obligatorio es cercenar el espíritu constitucional.

viernes, 28 de abril de 2023

NORMAS DE ETIQUETA DIGITAL

La etiqueta digital es un conjunto de normas de comportamiento en la comunicación online basadas en el respeto a los demás. Estas pautas de comportamiento permiten que los participantes en redes sociales, en servicios de mensajería o actividades colaborativas en Internet puedan disfrutar y beneficiarse mutuamente, pues evitan los conflictos y preservan la privacidad y la imagen personal de uno mismo y de los otros.

En otras entradas del blog ya nos hemos referido a alguna de estas normas, especialmente las que se relacionan con el uso de la lengua. Entre otras, etiquetadas con Lengua y sociedad, se pueden leer estas:

Ahora comparto este pequeño código de normas de comportamiento para que se hable y trabaje en clase con los alumnos, usuarios habituales de las redes que no siempre reparan en todas estas pautas.



viernes, 27 de enero de 2023

AL RESCATE DE LAS PALABRAS

La polémica se ha adueñado del panorama político hace mucho tiempo. En ocasiones, al hilo de algún hecho noticioso, hay alguna voz serena que hace que nos paremos a reflexionar y midamos y ponderemos el uso que hacemos de las palabras. Esta vez ha sido el actor Antonio de la Torre, quien en su discurso de aceptación de alumno ilustre de la Universidad Complutense ha dejado claro el significado de patria y libertad, esas dos palabras tantas veces manipuladas por quienes las usan con fines espurios.

En la clase de Lengua castellana y literatura, son muchas las veces que a partir de textos de Mariano José de Larra o de Antonio Machado, por ejemplo, hemos reflexionado acerca de esas palabras y de cómo eran también pervertidas interesadamente en sus respectivas épocas. Los dos, por ejemplo, fueron acusados de malos patriotas solo por criticar aquellas situaciones que les parecían injustas. Y claro, hablando de estas cuestiones, siempre salen a colación esas palabras de Lewis Carroll en Alicia a través del espejo en las que se refleja el uso que los poderosos hacen de las palabras:

- Cuando yo uso una palabra –dijo Humpty-Dumpty con un tono burlón– significa precisamente lo que yo decido que signifique: ni más ni menos.

- El problema es –dijo Alicia–  si usted puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.

- El problema es –dijo Humpty-Dumpty– saber quién es el que manda. Eso es todo.

 

Sobre las palabras de Antonio de la Torre, el periodista Gerardo Tecé escribió en ctxt (contexto y acción) este oportuno y atinado artículo que invito a leer.

RESCATAR LAS PALABRAS

Entre abucheos de los estudiantes a Díaz Ayuso y vivas de las juventudes del PP, Antonio de la Torre dio el que sería el mejor discurso del polémico evento celebrado en la Complutense. El actor y periodista usó sus minutos de agradecimiento tras recibir el título de alumno ilustre de esa Universidad para hacer lo que un buen periodista siempre debería hacer: ordenar la realidad de la forma más honesta –que no es lo mismo que objetiva– posible. Un patriota, palabra muy usada últimamente, no es el que más banderitas de España porta en sus polos, pantalones, pulseras, cinturones y collares de perro, sino el trabajador público –defendía Antonio– que da lo mejor de sí en el hospital o la escuela para ayudar a otros. Esos que, como decía Machado, no presumen de patriotas, pero son quienes hacen la patria. La libertad, seguía De la Torre, es últimamente un término construido a base de lemas políticos vacíos de contenido que, en realidad, consiste en algo tan simple y tan valioso como tener acceso a las herramientas –la educación pública, por ejemplo– que le permitan a uno pensar y actuar por sí mismo.

Si el fin último de la ultraderecha es hacer que una sociedad retroceda, en esta ola ultraderechista que surfeamos a día de hoy el gran éxito cosechado es el retroceso de las palabras. Haber enfangado el debate público hasta el punto de ponernos a perder el tiempo discutiendo obviedades. Debatimos, con quien no cree en el debate, si la violencia machista que se lleva por delante cada año la vida de decenas de mujeres en España existe o es un invento, si el cambio climático demostrado por la ciencia está sucediendo, si son buenas o malas las vacunas que hace ya un siglo mejoraron para siempre las expectativas de vida de la humanidad y si la tierra es plana o redonda. Perdemos tiempo y esfuerzo teniendo que recordar el significado de conceptos que parecían evidentes. Que la libertad, tan prostituida que hasta los dictadores la llevan en sus lemas –Una, Grande y…– , no consiste en irse a beber cerveza al bar, ni en trocear lo público para regalárselo a familiares y amigos, sino en poder contar con un médico en el hospital si uno está enfermo o caminar tranquilamente por la calle sin miedo a que a uno lo agredan por ser una persona trans, homosexual o inmigrante.

Que un empresario no crea riqueza en abstracto, ni tampoco puestos de trabajo como el que monta una oenegé, sino que amasa riqueza y lo consigue gracias a trabajadores a los que les paga un sueldo porque los necesita para que creen esa riqueza que él recibe. Que no todos los ricos deben ser admirados y aplaudidos por definición, porque no es lo mismo haberlo logrado de manera honesta que explotando a otros. Que los impuestos no son un castigo tal y como venden quienes apuestan por desmantelar lo que es de todos, sino una contribución solidaria que hacemos porque los hospitales, carreteras y aeropuertos no se construyen solos. Que no es lo mismo bajárselos o subírselos al que no llega que bajárselos o subírselos a quien va sobrado. Que la palabra democracia también significa algo por mucho que algunos pretendan vaciarla, por muy idiota que sea este tiempo en el que hay quien se planta con su bandera franquista en manifestaciones que pretenden salvar la democracia de quien fue votado por la mayoría. Manda huevos –como diría aquel– que tengamos que rescatar las palabras, que tenga que venir un actor a recordarnos que ya está bien de montar películas.

viernes, 21 de octubre de 2022

EL DICCIONARIO, UN TALISMÁN DE PODERES MISTERIOSOS


Los diccionarios son un talismán contra el olvido

[Alberto Manguel]

Página del Tesoro (Wikipedia)

Al hilo de la entrada anterior y de otras en las que hemos hablado del empobrecimiento léxico en diversos ámbitos (y no solo en el mundo escolar, sino también en los medios de comunicación, como han criticado muchas veces los estudiosos), hoy toca una reivindicación del diccionario, esa fuente de información (y mucho más) a la que no nos acercamos tanto como deberíamos y eso que en la actualidad su consulta es más rápida que nunca en la historia.

La reivindicación viene sustentada en dos textos de  dos autores argentinos que siempre resultan fascinantes en sus propuestas creativas. El primer texto es un microrrelato de Ana María Shua y lo he entresacado de La sueñera, uno de sus volúmenes de microcuentos recogidos en Cazadores de letras, obra donde reúne toda su minificción hasta 2009 y que es muy recomendable por la enorme cantidad de historias deslumbrantes que atesora.

 

¡Arriad el foque!, ordena el capitán. ¡Arriad el foque!, repite el segundo. ¡Orzad a estribor!, grita el capitán. ¡Orzad a estribor!, repite el segundo. ¡Cuidado con el bauprés!, grita el capitán. ¡El bauprés!, repite el segundo. ¡Abatid el palo de mesana!, grita el capitán. ¡El palo de mesana!, repite el segundo. Entretanto, la tormenta arrecia y los marineros corremos de un lado a otro de la cubierta, desconcertados. Si no encontramos pronto un diccionario, nos vamos a pique sin remedio.

 

Para no irnos a pique es vital el diccionario en  un montón de ocasiones. Es una lástima que nuestro texto peligre por una imprecisión léxica o que la lectura no sea todo lo fructífera por no acertar a dar con el significado de la palabra desconocida. Es fundamental recordar a nuestros alumnos la necesidad de contar con un diccionario al lado a la hora de hacer todas las tareas escolares.

El otro texto que traigo a esta entrada que reivindica el diccionario es de Alberto Manguel, un autor que hace gala siempre de sus innumerables lecturas. Y entre estas nunca ha faltado la del diccionario, al que dedicó un encendido elogio en el discurso de entrada en la Academia Argentina de Letras. De este discurso entresaco algunos jugosos párrafos, aunque es muy recomendable su lectura íntegra. El elogio va dedicacdo a esos diccionarios de papel en los que tantas veces nos sumergimos de pequeños sin otra pretensión que disfrutar con las palabras de nuestro idioma.

[…] Para aquellos a quienes nos gustaba leer, el diccionario era un talismán de poderes misteriosos. En primer lugar, porque nuestros mayores nos habían dicho que en ese volumen gordito se encontraba la inconmensurable riqueza de nuestro idioma; que entre sus cubiertas estaban todas las palabras que nombraban todo lo que conocíamos, así como también todo lo que aún nos quedaba por descubrir; que el diccionario era custodio del pasado (de esas palabras que usaban nuestros abuelos) y del futuro (de esas palabras que nombraban aquello que algún día quizás íbamos a querer decir). En segundo lugar, porque el diccionario, como una Sibila bondadosa, respondía a todas nuestras dudas ortográficas. […]

En la escuela, nos enseñaban a ser curiosos. Cada vez que le preguntábamos a un profesor el significado de alguna palabra, nos contestaba «¡búsquenlo en el diccionario!». No lo considerábamos un castigo, al contrario: con esta orden nos daba la fórmula para entrar en una caverna de Alí Babá en la que se atesoraban incontables palabras, cada una de las cuales podía llevarnos a muchas más por caprichos del azar. Buscábamos, por ejemplo, “tongorí” después de leer El Matadero de Echeverría, donde los matarifes acusan a una vieja de intentar robarse pedazos de carne: “¡Se lleva la riñonada y el tongorí!” gritan los muchachones. Y descubríamos no solo que “tongorí” es un trozo de entraña o carne dura, sino que en partes de África se llama “tongorí” o “tongerret” a la cigarra comestible. Cuando años después me encontré, Dios sabe cómo, en el Sahara argelino y me sirvieron un plato de bichos fritos, pude rechazarlo con aire de sabelotodo, diciendo a mis anfitriones: “Lo siento, soy alérgico al tongorí.” Mi diccionario, precavido, me concedió la palabra para nombrar la nueva experiencia.

Aby Warburg, gran lector de diccionarios, definió para todos nosotros lo que él llamó “la ley del buen vecino”. Según Warburg, el libro que buscamos no es, en muchos casos, el que necesitamos: la información requerida se encuentra en el solapado vecino del mismo estante. Lo mismo puede decirse de las palabras de un diccionario. En la era electrónica, me da la impresión que los diccionarios virtuales ofrecen menos oportunidades de esos felices azares que tanto enorgullecían al gran lexicógrafo Émile Littré. «Muchas veces –confesó Littré en su autobiografía—mientras buscaba una determinada palabra, me sucedía que la definición me interesaba tanto que pasaba a la siguiente, y luego a la siguiente, como si tuviese en las manos una novela cualquiera.»

Es probable que nadie sospechara estas propiedades mágicas aquella tarde calurosa de hace casi tres mil años cuando, en algún lugar de la Mesopotamia, un inspirado y anónimo antepasado grabó en una tablilla de barro una breve lista de palabras en acadio con su significado, creando así lo que podemos considerar uno de los primeros diccionarios del mundo. Para encontrar un diccionario algo similar a los actuales, tenemos que esperar hasta el siglo I, cuando Pánfilo de Alejandría compiló el primer léxico griego colocando las palabras en orden alfabético. ¿Acaso intuía Pánfilo que entre sus descendientes habría enjambres de ilustres lexicógrafos que se ocuparían de ordenar las palabras en idiomas que en aquel entonces aún no se vislumbraban? […]

Los creadores de diccionarios son criaturas asombrosas cuyo deleite, por encima de toda otra cosa, se halla en las palabras mismas. A pesar de que el doctor Johnson definió a un lexicógrafo como «un inofensivo laburador», los autores de diccionarios son notoriamente apasionados y hacen caso omiso de las convenciones sociales cuando se encuentran abocados a su noble tarea. […]

Los lectores de diccionarios profesan pasiones similares. Flaubert, gran lector de diccionarios, señaló irónicamente en su Diccionario de lugares comunes: “Diccionario: decir: “Sólo sirve a los ignorantes”.” Mientras escribía Cien años de soledad, García Márquez empezaba cada día leyendo el Diccionario de la Real Academia Española, “cada una de cuyas nuevas ediciones –dijo famosamente Paul Groussac—fait regretter la précédente.” […]      

En el mundo del alfabeto, la secuencia convencional de letras constituye el esqueleto de un diccionario. El orden alfabético posee una exquisita sencillez que evita las jerarquías implícitas en la mayoría de los otros métodos. Las cosas enumeradas bajo la A no son ni más ni menos importantes que las enumeradas bajo la Z, salvo que, en una biblioteca, la disposición geográfica hace que en algunas ocasiones los libros A del estante superior y los libros Z del estante inferior reciban menos atenciones que sus hermanos en las secciones intermedias. Jean Cocteau juzgó que un solo diccionario bastaba para contener una biblioteca universal, puesto que “cada obra maestra no es más que un diccionario en desorden”. Es cierto: en un desconcertante juego de espejos, todas las palabras utilizadas para definir una cierta palabra en un diccionario cualquiera deben, ellas mismas, estar definidas en ese mismo diccionario. Si somos, como lo creo, la lengua que hablamos, los diccionarios son nuestras biografías. Todo lo que conocemos, todo lo que soñamos, todo lo que tememos o deseamos, cada logro, cada pasión, cada mezquindad, están en un diccionario.[…]

Si los libros son registros de nuestras experiencias y las bibliotecas depósitos de nuestra memoria, los diccionarios son un talismán contra el olvido. No son un homenaje conmemorativo al lenguaje que hablamos, que hedería a tumba, ni un tesoro, que implicaría algo oculto e inaccesible. Un diccionario, con su intención de registrar y definir es, en sí mismo, una paradoja: por un lado, acumula aquello que la sociedad crea para su propio consumo con la esperanza de alcanzar una comprensión compartida del mundo; por el otro, hace circular lo que contiene, para que las palabras viejas no mueran en la página y las nuevas no queden marginadas en los suburbios del idioma. La coletilla latina, «verba volant, scripta manent» tiene dos significados. Uno es que las palabras que pronunciamos en voz alta tienen el poder de alzar vuelo, mientras que las que están escritas permanecen incólumes en la página; el otro es que las palabras pronunciadas se desvanecen en el aire, mientras que las escritas adquieren nueva vida cuando un lector las invoca. En un sentido práctico, los diccionarios recopilan nuestras palabras tanto para preservarlas como para devolvérnoslas, para permitirnos ver qué nombres hemos dado a nuestra experiencia en el correr del tiempo y también para descartar algunos de esos nombres e incluir otros nuevos, en un continuo ritual de bautismo. En este sentido, los diccionarios sirven de consuelo: confirman y fortalecen el alma de un idioma.