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miércoles, 1 de mayo de 2024

UNA LECTURA IMAGINATIVA DEL "QUIJOTE" POR PAUL AUSTER

Hoy también puede ser un buen día para recordar la admiración de Paul Auster por Miguel de Cervantes y su Don Quijote de la Mancha. Sabemos que el autor norteamericano  elogió muchas veces al autor español y sabemos también que su obra pertenece a la estirpe cervantina, por la naturaleza de sus héroes y por el empleo de sus técnicas literarias. 

En la obra cervantina está en germen todo lo que la ficción narrativa ha desarrollado posteriormente y Auster lo recrea en sus novelas magistralmente: los límites entre realidad y ficción, la relación entre lectura y escritura, el juego entre autor y narrador, la interpolación de una historia en otra, la ironía y la parodia como recursos narrativos,...   Incluso en varias de sus novelas  hace referencia a la obra de Cervantes. Por ejemplo, en la cervantina La ciudad de cristal, en su capítulo 10, se recoge esta lectura imaginativa de Don Quijote que cuenta el personaje Auster al protagonista Quinn, un moderno héroe caballeresco.

[…] Había pan y mantequilla, más cerveza, cuchillos y tenedores, sal y pimienta, servilletas y tortillas, dos, rezumando en unos platos blancos. Quinn comió con descarada voracidad, devorando la comida en lo que parecía cuestión de segundos. Después hizo un gran esfuerzo para calmarse. Las lágrimas acechaban misteriosamente detrás de sus ojos y su voz temblaba al hablar, pero de alguna manera consiguió dominarse. Para demostrar que no era un ingrato egocéntrico, empezó a preguntarle a Auster por su trabajo. Auster se mostró algo reticente, pero al fin reconoció que estaba trabajando en un libro de artículos.El que estaba escribiendo en aquel momento versaba sobre Don Quijote.

—Uno de mis libros favoritos —dijo Quinn.

—Sí, mío también. No hay nada comparable.

Quinn le preguntó por el ensayo.

—Supongo que podría considerarse especulativo, ya que en realidad no pretendo demostrar nada. De hecho, está escrito irónicamente. Una lectura imaginativa, supongo que podríamos llamarlo.

—¿Cuál es su tesis?

—Principalmente tiene que ver con la autoría del libro. Quién lo escribió y cómo lo escribió.

—¿Hay alguna duda?

—Por supuesto que no. Pero me refiero al libro dentro del libro que Cervantes escribió. El que imaginó que estaba escribiendo.

—Ah.

—Es muy sencillo. Cervantes, no sé si lo recuerda, se esfuerza mucho por convencer al lector de que él no es el autor. El libro, dice, lo escribió en árabe Cide Hamete Benengeli. Cervantes describe cómo descubrió por azar el manuscrito un día en el mercado de Toledo. Contrató a alguien para que se lo tradujera al castellano y después se presenta a sí mismo únicamente como el corrector de la traducción. De hecho, ni siquiera puede garantizar la exactitud de la traducción.

—Y sin embargo luego dice —añadió Quinn— que la de Cide Hamete Benengeli es la única versión auténtica de la historia de don Quijote. Todas las otras versiones son fraudes, escritas por impostores; insiste mucho en que todo lo que se cuenta en el libro sucedió realmente.

—Exactamente. Porque, después de todo, el libro es un ataque a los peligros de la simulación. No podía fácilmente presentar una obra de la imaginación para hacer eso, ¿verdad? Tenía que afirmar que era real.

—Sin embargo, siempre he sospechado que Cervantes devoraba aquellos viejos libros de caballería. No puedes odiar algo tan violentamente a menos que una parte de ti lo ame también. En cierto sentido, don Quijote no era más que un doble de Cervantes.

—Estoy de acuerdo. ¿Qué mejor retrato de un escritor que mostrar a un hombre que ha quedado embrujado por los libros?

—Precisamente.

—En cualquier caso, puesto que se supone que el libro es real, de ello se deduce que la historia tiene que estar escrita por un testigo ocular de los sucesos que en ella ocurren.

Pero Cid Hamete, el autor reconocido, no aparece nunca. Ni una sola vez afirma estar presente cuando los sucesos tienen lugar. Por lo tanto, mi pregunta es ésta: ¿quién es Cide Hamete Benengeli?

—Sí, ya veo adonde quiere ir a parar.

—La teoría que planteo en el artículo es que en realidad es una combinación de cuatro personas diferentes. Sancho Panza es el testigo, naturalmente. No hay ningún otro candidato, ya que es el único que acompaña a don Quijote en todas sus aventuras. Pero Sancho no sabe leer ni escribir. Por lo tanto no puede ser el autor. Por otra parte, sabemos que Sancho tiene un gran don para el lenguaje. A pesar de sus necios despropósitos, les da cien vueltas hablando a todos los demás personajes del libro. Me parece perfectamente posible que le dictara la historia a otra persona, es decir, al barbero y al cura, los buenos amigos de don Quijote. Ellos pusieron la historia en correcta forma literaria, en castellano, y luego le entregaron el manuscrito a Simón Carrasco, el bachiller de Salamanca, el cual procedió a traducirlo al árabe. Cervantes encontró la traducción, mandó pasarla de nuevo al castellano y luego publicó el libro, Don Quijote de la Mancha.

—Pero ¿por qué se tomarían Sancho y los otros tantas molestias? —Curar a don Quijote de su locura. Querían salvar a su amigo. Recuerde que al principio queman sus libros de caballería, pero eso no da resultado. El Caballero de la Triste Figura no renuncia a su obsesión. Entonces, en un momento u otro, todos salen a buscarle con distintos disfraces (de dama en apuros, de Caballero de los Espejos, de Caballero de la Pálida Luna) con el fin de atraer a don Quijote a casa. Al final lo consiguen. El libro no era más que uno de sus trucos. La idea era poner un espejo delante de la locura de don Quijote, registrar cada uno de sus absurdos y ridículos delirios, de tal modo que cuando finalmente leyese el libro viera lo erróneo de su conducta.

—Me gusta.

—Sí. Pero hay una última vuelta de tuerca. Don Quijote, en mi opinión, no estaba realmente loco. Sólo fingía estarlo. De hecho, él mismo orquestó todo el asunto. Recuerde que durante todo el libro don Quijote está preocupado por la cuestión de la posteridad. Una y otra vez se pregunta con cuánta precisión registrará su cronista sus aventuras. Esto implica conocimiento por su parte; sabe de antemano que ese cronista existe. ¿Y quién podría ser sino Sancho Panza, el fiel escudero a quien don Quijote ha elegido para ese propósito? De la misma manera, eligió a los otros tres para que desempeñaran los papeles que les había destinado. Fue don Quijote quien organizó el cuarteto Benengeli. Y no sólo seleccionó a los autores, probablemente fue él quien tradujo el manuscrito árabe de nuevo al castellano. No debemos considerarle incapaz de tal cosa. Para un hombre tan hábil en el arte del disfraz, oscurecerse la piel y vestirse con la ropa de un moro no debía ser muy difícil. Me gusta imaginar la escena en el mercado de Toledo. Cervantes contratando a don Quijote para descifrar la historia del propio don Quijote. Tiene una gran belleza.

—Pero aún no ha explicado por qué un hombre como don Quijote desorganizaría su vida tranquila para dedicarse a un engaño tan complicado.

—Ésa es la parte más interesante de todas. En mi opinión, don Quijote estaba realizando un experimento. Quería poner a prueba la credulidad de sus semejantes. ¿Sería posible, se preguntaba, plantarse ante el mundo y con la más absoluta convicción vomitar mentiras y tonterías? ¿Decirles que los molinos de viento eran caballeros, que la bacinilla de un barbero era un yelmo, que las marionetas eran personas de verdad? ¿Sería posible persuadir a otros para que asintieran a lo que él decía, aunque no le creyeran? En otras palabras, ¿hasta qué punto toleraría la gente las blasfemias si les proporcionaban diversión? La respuesta es evidente, ¿no? Hasta cualquier punto. La prueba es que todavía leemos el libro. Sigue pareciéndonos sumamente divertido. Y eso es en última instancia lo que cualquiera le pide a un libro, que le divierta.

Auster se recostó en el sofá, sonrió con cierto irónico placer y encendió un cigarrillo. Era evidente que estaba disfrutando, pero a Quinn se le escapaba la naturaleza precisa de aquel placer. Parecía una especie de risa muda, un chiste que no llegaba a su culminación, un regocijo sin objetivo. Quinn estaba a punto de decir algo en respuesta a la teoría de Auster, pero no tuvo ocasión. Justo cuando abrió la boca para hablar fue interrumpido por un entrechocar de llaves en la puerta principal, el sonido de la puerta al abrirse y luego cerrarse de golpe y una algarabía de voces. La cara de Auster se animó al oírlas. Se levantó de su asiento, se disculpó con Quinn y fue rápidamente hacia la puerta.

martes, 31 de mayo de 2022

EN LA ENTREGA DE PREMIOS DE LA REVISTA "CRISIS"

Haced como los relojes de sol: contad solo las horas luminosas. ( E. Jünger)

Quiero compartir con los lectores del blog las palabras del escritor y filósofo alemán Ernst Jünger, de su libro El corazón aventurero, que han leído hoy los alumnos del IES Virgen del Pilar en el acto de entrega de premios del VI Concurso CRISIS de artículos de opinión para estudiantes de Bachillerato y Formación Profesional. He tenido el honor de acompañar a Marina Navarro Roy, una de mis alumnas de 2º de Bachillerato en el IES Medina Albaida, que ha ganado el primer accésit de este concurso de breves ensayos que giraban en esta convocatoria sobre la palabra libertad. En su texto, La libertad de jugar con las letras, reflexiona con mucho tino y con un estilo muy fluido sobre las posibilidades de la imaginación en el juego con las letras y las palabras y sobre las amenazas a esa libertad creativa, con múltiples referencias etimológicas, históricas y personales. Al igual que en el texto citado de Jünger que transcribo más adelante,  la referencia a don Quijote se hace inevitable:  “la libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre”. El artículo podrá leerse en la revista Crisis del mes de diciembre. Enhorabuena, Marina.

¡Que jamás lleguemos a ser tan viejos como para perder la capacidad de reírnos convenientemente de las hazañas de aquellos que de repente se levantaron y partieron como ineptos porque los libros les habían vuelto locos! Por el contrario, ¡estemos siempre con aquellos que se marcharon una buena mañana, firmes en los estribos, a pleno sol, con una fe inquebrantable en sí mismo y en los tesoros del mundo! Uno no puede cansarse de oír hablar de tales hombres, de su entusiasmo, de sus luchas y sus derrotas. ¿Qué significa frente a ello el éxito que el tendero mide con la vara? Más que el aventurero de Balzac, meridional y astuto, que hace su entrada en la gran ciudad para llegar a conquistarla, prefiero al héroe de Stendhal, en el que arde el fuego nórdico con la llama orgullosa y salvaje del vikingo y del noble cruzado, y cuyas peripecias narra ese hombre singular, en sus mejores momentos, con una voz que oscila entre la risa y el llanto. Pero más aún que a los Julien Sorel y los Fabricio del Dongo prefiero al Caballero de la Triste Figura.

Cuando –yo no debía de tener más de diez años– ese libro  de un hombre para quien la espada y la pluma estaban unidas por una profundísima necesidad cayó en mis manos, no encontré en sus páginas ni una pizca de humor. Lo leí con una seriedad realmente española. Que fuese un desatino destripar odres de vino a golpe de espada, sabe Dios que yo no reparé en ello. Participé con todo el respeto en la armadura de caballero y también tomé parte, temblando de miedo, en la terrible noche previa a la aventura de los batanes. Que a Sancho lo mantearan sobre la sábana me pareció un acerbo desafuero cometido contra un valiente compañero de armas y fiel camarada. Cada vez que se desenvainaba la espada o se rompía una lanza para dar fe de los modales caballerescos frente a los bellacos, me sentía orgulloso de mi señor de La Mancha. Pero lo que hoy día aún me gusta como en aquel entonces es que ese hombre ya no fuera un jovenzuelo cuando descubrió los fondos ocultos que posee el mundo. Es todo un espectáculo ver cómo el vástago de la locura comienza a verdecer sobre esa vida ya árida y reseca y, empujado por un fuego interior, se transforma en una selva virgen que le rodea con una espesura impenetrable. En aquella época creía que era preciso ser viejo para poder acometer proezas tan grandes y dignas, y hoy día sé que los viejos locos son los mejores.

lunes, 23 de marzo de 2020

DISTANTEMENTE JUNTOS (VI): LA LITERATURA, LA VERDADERA VIDA



La verdadera vida, la vida por fin descubierta y aclarada, la única vida, por consiguiente, plenamente vivida, es la literatura.
Marcel Proust, En busca del tiempo perdido (VII)

En estos días de encierro, en los que parece que el tiempo se detiene y todo nos resulta extraño, muchos están volviendo a la literatura, eso que no servía para nada, y que, sin embargo, como ya escribió Marcel Proust es "la verdadera vida", la posesión más honda de sus días y su mundo. 
Y nuestros clásicos, Cervantes y Quevedo, también nos recordaron el poder de entretenimiento y de conocimiento que nos aportan siempre los libros, en la lectura en común con otros o en la soledad del retiro.
A leer se ha dicho.

Y como el cura dijese que los libros de caballerías que don Quijote había leído le habían vuelto el juicio, dijo el ventero:
—No sé yo cómo puede ser eso, que en verdad que, a lo que yo entiendo, no hay mejor letrado en el mundo, y que tengo ahí dos o tres dellos, con otros papeles, que verdaderamente me han dado la vida, no solo a mí, sino a otros muchos. Porque cuando es tiempo de la siega, se recogen aquí las fiestas muchos segadores, y siempre hay algunos que saben leer, el cual coge uno destos libros en las manos, y rodeámonos dél más de treinta y estámosle escuchando con tanto gusto, que nos quita mil canas. A lo menos, de mí sé decir que cuando oyo decir aquellos furibundos y terribles golpes que los caballeros pegan, que me toma gana de hacer otro tanto, y que querría estar oyéndolos noches y días.
—Y yo ni más ni menos —dijo la ventera—, porque nunca tengo buen rato en mi casa sino aquel que vos estáis escuchando leer, que estáis tan embobado, que no os acordáis de reñir por entonces.
—Así es la verdad —dijo Maritornes—, y a buena fe que yo también gusto mucho de oír aquellas cosas, que son muy lindas, y más cuando cuentan que se está la otra señora debajo de unos naranjos abrazada con su caballero, y que les está una dueña haciéndoles la guarda, muerta de envidia y con mucho sobresalto. Digo que todo esto es cosa de mieles.
—Y a vos ¿qué os parece, señora doncella? —dijo el cura, hablando con la hija del ventero.
—No sé, señor, en mi ánima —respondió ella—. También yo lo escucho, y en verdad que aunque no lo entiendo, que recibo gusto en oíllo; pero no gusto yo de los golpes de que mi padre gusta, sino de las lamentaciones que los caballeros hacen cuando están ausentes de sus señoras, que en verdad que algunas veces me hacen llorar, de compasión que les tengo.

Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, I, capítulo 32

SONETO DESDE LA TORRE DE JUAN ABAD
         Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos.

         Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan, o fecundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.

         Las grandes almas, que la muerte ausenta,
de injurias de los años vengadoras,
libra, ¡oh gran don Joseph!, docta la imprenta.

         En fuga irrevocable huye la hora;
pero aquélla el mejor cálculo cuenta
que en la lección y estudios nos mejora.
Francisco de Quevedo