Luisa. [...] Esa mordaza nos ahoga y algún día va a ser preciso hablar, gritar..., si es que ese día nos quedan fuerzas... Y ese día va a ser un día de ira y de sangre...
Alfonso Sastre, La mordaza
Alfonso Sastre escribió y estrenó La mordaza en 1954, en plena dictadura franquista. Fue su primer estreno profesional y, como en muchas de sus obras posteriores, trata un tema de carácter social: se dedica a examinar el comportamiento de unos cuantos individuos en una situación opresora y sugiere inevitablemente una asociación entre este comportamiento a nivel personal y una actuación que podría o debería darse a nivel colectivo.
La mordaza se escribió como parábola que denunciaba la represión y la censura. Con esta obra Sastre quería advertir de las consecuencias violentas de la represión a largo plazo. Él mismo nos lo dejó dicho: «Escribí La mordaza en un momento en que todo lo que había escrito hasta entonces estaba
prohibido (...). Traté de hacer una protesta cauta: un drama de
apariencia rural y de mensaje subterráneo. Trataría de decir: vivimos amordazados. No somos felices. Este silencio nos agobia. Todo esto puede apuntar a un futuro sangriento». La obra no fue prohibida por la censura y Sastre pensó que no había logrado su propósito de denuncia.
Pero la obra, como apunta Farris Anderson, trasciende la situación que la inspiró (la dictadura franquista) y habla de un tema ligado a la experiencia de los seres humanos (de cualquier país y en cualquier época): la represión, el miedo y la necesidad de actuar para alcanzar la dignidad humana.
En este fragmento del quinto cuadro Juan y Teo, hijos del despótico Isaías Krappo quien ha asesinado al que fuera uno de sus enemigos políticos en la guerra, y Luisa, la mujer de Juan, debaten acerca de la postura que deben tomar ante el crimen del padre y si deben despojarse de la mordaza del silencio, tejida de miedo, respeto y fidelidad familiar.
JUAN.– ¿Tú crees que el comisario Roch sospecha de nuestro padre?
TEO.– De momento, sospecha de todos nosotros.
JUAN.– Y viene fingiéndose amigo nuestro para cazarnos.
TEO.– Es su oficio.
JUAN.– ¿Y nosotros vamos a callar siempre?
TEO.– Sí. Por una razón o por otra, todos vamos a callar siempre.
JUAN.– No sé si podremos resistirlo. Llevamos así dos meses. Pero ¿vamos
a poder resistir toda la vida?
TEO.– Si es preciso, tendremos que resistir toda la vida.
JUAN.– Tú querrías hablar, delatar a nuestro padre, ¿verdad, Teo?
TEO.– Sí.
JUAN.– ¿Y por qué no hablas?
TEO.– Por miedo... Siento como una mordaza en la boca... Es el miedo...
JUAN.– ¿Y tú, Luisa?
LUISA.– Yo también hablaría.
JUAN.– Pero no hablas por mí. Porque me quieres y sabes que yo sufriría
si lo hicieras.
LUISA.– Solamente por eso. Yo no tengo miedo.
JUAN.– Es otra mordaza... Y sigue el silencio... Yo no hablo porque tengo
piedad de mi padre, porque me da lástima de él, porque no puedo olvidar que
es mi padre... Estoy amordazado por mi compasión... Y en esta casa, desde
hace dos meses, no hay nada más que silencio... Un espantoso silencio...
LUISA.– Es lo que tú dices, Juan. Un espantoso silencio.
JUAN.– Nuestra madre y Jandro no se atreven a hablar porque creen que cualquier
palabra podría ser aprovechada para ejecutar a nuestro padre... Andrea es
fiel y calla... Todos callamos... Todos...
LUISA.– Hay silencio en la casa. Parece como si no ocurriera nada por dentro,
como si todos estuviéramos tranquilos y fuéramos felices... Ésta es una casa
sin disgustos, sin voces de desesperación, sin gritos de angustia o de
furia... Entonces, ¿es que no ocurre nada? ¿Nada? Pero nosotros palidecemos día
a día..., estamos más tristes cada día..., tranquilos y tristes..., porque no
podemos vivir... Esa mordaza nos ahoga y algún día va a ser preciso hablar,
gritar..., si es que ese día nos quedan fuerzas... Y ese día va a ser un día
de ira y de sangre... Pero, mientras tanto, ¿verdad, Juan?, silencio... «¡Te
voy a matar si hablas!», me dijo vuestro padre... El buen silencio...
|