Si estás sola, amiga, si es de noche, amigo, aseguraos de que las puertas y las ventanas de vuestra casa están sólidamente cerradas, y disponeos a luchar sin miedo contra estos pobres fantasmas. Unos buenos leños en la chimenea, unas velas encendidas en el candelabro barroco, y una discreta tormenta en el exterior de vuestra casa solitaria, os sirvan de buena y reconfortante compañía durante la lectura de estas "Noches".
Alfonso Sastre
Tomado de Fress.co
LA PUERTA
Estoy seguro de que no hay nadie más que yo en mi casa. ¿Quién iba a haber, si vivo completamente solo? Pero es que, además, al volver de la calle, he cerrado muy bien la puerta y he mirado, como es mi costumbre, dentro de los armarios y debajo de las camas (lo hago así por si algún extraño hubiera aprovechado mi ausencia para entrar), y todo estaba en orden.
Luego he entrado en esta habitación, que es mi dormitorio, y he cerrado la puerta. Me he desnudado y me he metido en el lecho.
Por eso me extraña tanto que el pestillo se haya movido y que la puerta del dormitorio se esté abriendo lenta y silenciosamente.
Alfonso Sastre
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REDES
Una noche soñé que papá me escribía un SMS. Decía: «Luis, toy solo… xq no venes a vrme?». Esto no tendría nada de particular si no fuera porque papá murió hace más de cuatro años. Además, papá odiaba la tecnología, jamás pulsó un teclado que no fuera el de su piano; despreciaba los teléfonos de bolsillo. Por otro lado, sólo fue un sueño, pero el hecho es que al día siguiente me levanté con una rara impresión de urgencia. Al llegar a la oficina, encendí el ordenador y busqué en internet una florería. Llamé por teléfono y encargué un ramo de flores. Di la dirección del camposanto y el número del panteón familiar. Imaginé un camino de grava, al fondo un muro cubierto de hiedra, la figura de un ángel custodio, mientras dictaba los dígitos de mi cuenta bancaria a una chica de acento extranjero. Me aseguró que ese mismo día se lo harían llegar. Desde entonces, sueño que en mi teléfono móvil recibo multitud de mensajes, pero no son de papá, sino de desconocidos, y todos comienzan del mismo modo: «Luis, toy solo…».
Juan Gracia Armendáriz
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EFECTOS SECUNDARIOS
Con el lógico nerviosismo de la primera noche, el hijo del sepulturero ayudó a su padre a colocar la lápida de una tumba. Mientras sostenía el mármol, escuchó golpes y gritos en el interior del panteón. Miró a su padre con el rostro desencajado por el terror. Pero la voz de la experiencia logró tranquilizarlo. «No te preocupes. Es normal. Enseguida se les pasa».
Miguel Ángel Hernández-Navarro
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HILO DENTAL
Abra la boca, dice el dentista. Eso es. Un poco más. Esto le va a molestar un poco pero procure no moverse. Así, muy bien. Rrrrr. El torno gira y gira sobre el diente hasta que un delgado hilo distrae al dentista, que se desvía un milímetro de su objetivo. Y un milímetro en una boca es la distancia que separa el diente de la lengua. Ariadna da un salto y dice palabrotas e insultos. Lo siento, dice el doctor, pero he visto la punta de un hilo blanco que sale desde su garganta. Este hombre está loco, piensa la chica. No piense que estoy loco, dice el dentista, mírela usted misma. Las manos del doctor tiran y tiran y la chica puede ver y sentir cómo la punta del hilo sale al exterior. Es blanco y no demasiado grueso. Le hace cosquillas en el fondo de la garganta. El dentista tira y tira y los dos parecen asustados. La chica va sintiendo el habitual abandono de fuerzas que se produce como reacción a las situaciones inesperadas. Más hilo, cada vez más hilo que el dentista va depositando a sus pies. Cuando el hilo se acaba el dentista acerca el oído a la boca y siente un escalofrío. Se escucha el mugido de la bestia que se acerca lentamente, dispuesta a salir del encierro.
Federico Fuertes Guzmán
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EL FINAL
Aunque de nuevo se le había hecho tarde en la oficina, le pareció extraño no coincidir con ningún compañero en el ascensor y que el conserje no estuviera en la recepción.
En absoluta soledad fue hasta el metro, donde no se cruzó con nadie bajando las escaleras.
Descubrió el tren parado, vacío y con las puertas abiertas. Tras comprobar que no había siquiera conductor, optó por salir de nuevo a la superficie y buscar un taxi. Fue cuando se dio cuenta de que ningún coche circulaba. Y que había muchos abandonados con las puertas abiertas.
Alertado, fue corriendo hasta su casa donde, con la respiración aún entrecortada, encendió la televisión para contemplar el plano fijo de un plató vacío.
Entre vértigos, llegó hasta el baño y sumergió la cabeza en el agua del lavabo. Al levantarla, una multitud apareció en el espejo.
Ginés S. Cutillas
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[Todos los relatos, salvo «La puerta» de Alfonso Sastre que procede de Las noches lúgubres, están entresacados de la Antología del microrrelato español (1906-2011) preparada por Irene Andrés-Sánchez para la editorial Cátedra]