Os dejo esta columna de Irene Vallejo, que no podía faltar en un blog como este de lengua y literatura. Apareció hace un par de semanas en Heraldo de Aragón y en ella la autora aragonesa nos habla de una forma muy sugerente acerca de la lengua, entendida como músculo y como idioma, y nos aporta un nuevo sentido para «don de lenguas», esa expresión de origen religioso: la lengua como un don que nos permite hacer y cambiar el mundo.
Don de lenguas
Al
hablar convertimos el cuerpo en instrumento musical. Nos comunicamos creando
sonoridades en la corriente de aire que sale de los pulmones, atraviesa la
laringe, vibra en las cuerdas vocales y adquiere forma definitiva cuando la
lengua acaricia el paladar, los dientes o los labios. Todos estos órganos intervienen
a su debido tiempo para moldear nuestras frases. Y aunque la lengua no puede
por sí sola crear el habla, es su símbolo desde tiempos muy antiguos. Por eso
decimos: tiene la lengua afilada o se le ha comido la lengua el gato.
'Lengua'
significa ambas cosas: el músculo y el idioma, la carne y la palabra, el órgano
animal y la comunicación que nos hace humanos. La lengua es una parte fascinante
de la anatomía. Las mariposas desenroscan su larga lengua para beber en las
flores como en cálices y los colibríes usan las suyas para besarlas en pleno
vuelo. El camaleón lanza su lengua a mayor distancia que su propio cuerpo. La
de los seres humanos alberga los botones gustativos que permiten saborear
innumerables placeres. Cuando nos concentramos, la punta de la lengua asoma por
los labios entreabiertos, como queriendo salir al encuentro de la realidad
exterior. Y en esa búsqueda de protagonismo, nuestra pequeña lengua, tomando la
palabra, modelando el aire, ha logrado actuar en el mundo y, con sus verdades y
mentiras, cambiarlo para siempre.
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