Sirva este poema de su primer libro, Áspero mundo, para recordar al excepcional poeta Ángel González, al que hemos estudiado y leído estos días en clase. La poeta Raquel Lanseros lo comentaba así en enero de este año, en el décimo aniversario de la muerte del poeta, en El Cultural:
«Me
gusta especialmente porque el poeta pone de relieve la percepción humana sobre
el paso del tiempo, no sólo durante la propia vida, sino anteriormente, señalando
con lucidez toda la anchura de existencia que ha sido necesaria para que cada
uno de nosotros estemos aquí y ahora. Esa épica del hombre común, esa toma de
conciencia de nuestra propia unicidad y del milagro que supone estar vivos
convierten al poema en todo un alegato a favor de la intensidad y la verdad
desnuda. El aparente fracaso de la vida cotidiana, desprovista de sentido
visible, encubre en realidad un inmenso éxito, el más profundo: el de la
permanencia y la victoria de la supervivencia.»
Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo el mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
Solsticios y equinoccios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.
De su pasaje lento y doloroso
de su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufragios, aferrándose
al último suspiro de los muertos,
yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento...
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo el mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
Solsticios y equinoccios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.
De su pasaje lento y doloroso
de su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufragios, aferrándose
al último suspiro de los muertos,
yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento...
En este enlace de El Cultural también podéis leer y escuchar otros nueve poemas del poeta y
comentarios de diferentes autores que quisieron rendirle homenaje.
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