lunes, 9 de marzo de 2015

EL TEATRO DE BUERO VALLEJO SEGÚN BUERO VALLEJO

Os dejo un texto de Buero Vallejo en el que habla sobre su teatro hasta 1972 y la presentación que he preparado para desarrollar las características de su teatro en clase. Estos materiales junto con los apuntes serán la base de nuestro acercamiento al autor de La Fundación.



ACERCA DE MI TEATRO
Antonio Buero Vallejo
Lo que mi teatro es, no lo sé; de lo que intenta ser, sí estoy algo mejor enterado. Intenta ser, por lo pronto, un revulsivo. El mundo está lleno de injusticias y de dolor: la vida humana es, casi siempre, frustración. Y aunque ello sea amargo, hay que decirlo. Los hombres, las sociedades, no podrán superar sus miserias si no las tienen muy presentes. Por lo demás, mi teatro no se singulariza al pretenderlo: ésa es la pretensión común a todo verdadero dramaturgo.
La miseria de los hombres y la sociedad debe ser enjuiciada críticamente; la grandeza humana que a veces brilla en medio de esa miseria también debe ser mostrada. Considerar nuestros males es preparar bienes en el futuro; escribir obras de intención trágica es votar porque, un día, no haya más tragedias. El dramaturgo no sabe si eso llegará a suceder, aunque lo espera. Y, como cualquier otro hombre que sea sincero, no tiene en su mano ninguna solución garantizada de los grandes problemas; sólo soluciones probables, hipótesis, anhelos. Su teatro afirmará muchas cosas, pero problematizará muchas otras. Y siempre dejará –como la vida misma- preguntas pendientes.
Todo ello, de manera más bien implícita, claro está. El magisterio del teatro – de todo arte- guarda su mayor fuerza en las cuestiones que implícitamente presenta, no en las explicaciones con que las completa. Siempre tiene el teatro algo, y aun mucho, de didáctico; pero a través de lo que implica más todavía que de lo que explica. El teatro sólo didáctico es una redundancia del pensamiento discursivo; para eso, mejor escribir tratados.
Creo que mi teatro ha caminado –mejor o peor, según las obras y los años- sobre estos vectores generales. Atenido a ellos, ha significado –al menos, para mí- una experiencia de expresión y de comunicación por medio del arte, en la que persisten y se desarrollan preocupaciones muy personales: la del hombre como enigma, la del pueblo como víctima, la de la ceguera como alienación y desalienación simultáneas; la de nuestras torpezas históricas, que son asimismo actuales. Muéstranse en él también, me parece, inquietudes formales no desdeñables: lugares de acción insólitos (una escalera, una azotea); encabalgamientos de tiempo o tiempo riguroso (“Un soñador”, “Madrugada”), traslado de cegueras, sorderas y alucinaciones al público (“En la ardiente oscuridad”, “El sueño de la razón”, “Irene”, “Llegada de los dioses”), conversión del público en factor esencial del drama (“El tragaluz”), visiones oníricas o subconscientes (“Aventura en lo gris”, y tantas de las ya citadas)...
Cuando empecé, me llamaron realista, y ya era un imaginativo; pero la imaginación no estaba de moda. Contra abundantes reservas críticas, seguí aventurándola, y el tiempo me ha venido a dar, si no razón, razones. En ello prosigo, pues la fantasía es, también, una de las más formidables caras de la realidad.

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