Ilustración de Fernando Vicente |
El proyecto de esta segunda evaluación consiste en escribir un texto narrativo propio y original a partir de las distintas lecturas y comentarios que hemos hecho de textos narrativos (cuentos, novelas,…).
Para ayudarte en el trabajo se recogen en esta tabla los elementos que debes tener en cuenta para la elaboración de tu narración y una columna en blanco en la que debes anotar cómo vas a enfocar tu escrito, lo que te servirá para planificar y concretar mejor tu trabajo.
El texto narrativo debe presentarse por escrito el día 11 de marzo: junto al resultado final debes presentar esta plantilla completada y los borradores empleados.
LA ACCIÓN:
¿Qué se cuenta?
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¿Son reales o ficticios los hechos que cuentas? Piensa en la secuencia de acciones que se van a suceder.
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LOS PERSONAJES: ¿Quiénes son los protagonistas?
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¿Cómo se llaman? ¿Cómo actúan? ¿Qué sienten? ¿Cómo son físicamente? ¿Cómo se relacionan entre sí?
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EL MARCO ESCÉNICO: ¿en qué lugar y en qué época se sitúa la historia?
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¿En qué época ambientas la historia? ¿Es pasado, presente o futuro? Concreta todo lo que desees.
¿En qué lugares transcurren los hechos? Descríbelos brevemente.
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EL NARRADOR:
¿quién cuenta la historia?
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¿En qué persona gramatical vas a narrar? ¿Interviene el narrador en la historia? ¿Es un narrador omnisciente u observador?
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LA ESTRUCTURA:
¿en qué partes se divide el relato?
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¿Vas a seguir la estructura tradicional de presentación-nudo-desenlace o vas a emplear otra? ¿Va a haber saltos en el tiempo hacia atrás o hacia delante?
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El LENGUAJE Y LAS FORMAS DE EXPRESIÓN:
¿cómo se escribe el relato? |
¿Vas a emplear un nivel culto o estándar? ¿Vas a escribir diálogos? ¿Y descripciones?
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EL TEMA:
¿de qué trata?
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¿De qué va a tratar tu historia? ¿Amor, aventuras, misterio, terror, ciencia ficción,…?
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EL TONO:
¿cómo lo cuentas?
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¿Vas a escribir tu texto de forma seria o humorística o crítica o moralizante?
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EL DESTINATARIO:
¿a quién va dirigido?
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¿Es una historia para niños o para jóvenes o para adultos?
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Para los que no tengáis muy claro cómo empezar, os dejo a continuación un cuento de Bernardo Atxaga, Para escribir un cuento en cinco minutos, entresacado de su magnífico libro de relatos Obabakoak, que os puede dar alguna pista para vuestra creación.
PARA ESCRIBIR UN CUENTO EN CINCO MINUTOS
Para escribir un cuento en sólo cinco minutos es necesario
que consiga -además de la tradicional pluma y del papel blanco,
naturalmente- un diminuto reloj de arena, el cual le dará cumplida
información tanto del paso del tiempo como de la vanidad e inutilidad de
las cosas de esta vida; del concreto esfuerzo, por ende, que en ese
instante está usted realizando. No se le ocurra ponerse delante de una
de esas monótonas y monocolores paredes modernas, de ninguna manera; que
su mirada se pierda en ese paisaje abierto que se extiende más allá de
su ventana, en ese cielo donde las gaviotas y otras aves de mediano peso
van dibujando la geometría de su satisfacción voladora. Es también
necesario, aunque en un grado menor, que escuche música, cualquier
canción de texto incomprensible para usted: una canción, por ejemplo,
rusa. Una vez hecho esto, gire hacia dentro, muérdase la cola, mire con
su telescopio particular hacia donde sus vísceras trabajan
silenciosamente, pregúntele a su cuerpo si tiene frío, si tiene sed,
frío-sed o cualquier otro tipo de angustia. En caso de que la respuesta
fuera afirmativa, si, por ejemplo, siente un cosquilleo general, evite
cualquier forma de preocupación, pues sería muy extraño que pudiera
encaminar su trabajo ya en el primer intento. Contemple el reloj de
arena, aún casi vacío en su compartimiento inferior, compruebe que
todavía no ha pasado ni medio minuto. No se ponga nervioso, vaya
tranquilamente hasta la cocina, a pasitos cortos, arrastrando los pies
si eso es lo que le apetece. Beba un poco de agua -si viene helada no
desaproveche la ocasión de mojarse el cuello- y antes de volver a
sentarse ante la mesa eche una meada suave (en el retrete, se entiende,
porque mearse en el pasillo no es, en principio, un atributo de lo
literario).
Ahí siguen las gaviotas, ahí siguen los
gorriones, y ahí sigue también -en la estantería que está a su
izquierda- el grueso diccionario. Tómelo con sumo cuidado, como si
tuviera electricidad, como si fuera una rubia platino. Escriba entonces
-y no deje de escuchar con atención el sonido que produce la plumilla al
raspar el papel- esta frase: Para escribir un cuento en sólo cinco
minutos es necesario que consiga.
Ya tiene el comienzo,
que no es poco, y apenas si han transcurrido dos minutos desde que se
puso a trabajar. Y no sólo tiene la primera frase; tiene también, en ese
grueso diccionario que sostiene con su mano izquierda, todo lo que le
hace falta. Dentro de ese libro está todo, absolutamente todo; el poder
de esas palabras, créame, es infinito.
Déjese llevar por
el instinto, e imagine que usted, precisamente usted, es el Golem, un
hombre o mujer hecho de letras, o mejor dicho, construido por signos.
Que esas letras que le componen salgan al encuentro -como los cartuchos
de dinamita que explotan por simpatía- de sus hermanas, esas hermanas
dormilonas que descansan en el diccionario.
Ha pasado ya
algún tiempo, pero una ojeada al reloj le demuestra que ni siquiera ha
transcurrido aún la mitad del que tiene a su disposición.
Y
de pronto, como si fuera una estrella errante, la primera hermana se
despierta y viene donde usted, entra dentro de su cabeza y se tumba,
humildemente, en su cerebro. Debe transcribir inmediatamente esa
palabra, y transcribirla en mayúsculas, pues ha crecido durante el
viaje. Es una palabra corta, ágil y veloz; es la palabra RED.
Y
es esa palabra la que pone en guardia a todas las demás, y un rumor,
como el que se escucharía al abrir las puertas de una clase de dibujo,
se apodera de toda la habitación. Al poco rato, otra palabra surge en su
mano derecha; ay, amigo, se ha convertido usted en un prestidigitador
involuntario. La segunda palabra desciende de la pluma deslizándose a
dos manos para luego saltar a la plumilla y hacerse con la tinta un
garabato. Este garabato dice: MANOS.
Como si abriera un
sobre sorpresa; tira de la punta de ese hilo (perdóneme el tuteo, al fin
y al cabo somos compañeros de viaje), tira de la punta de ese hilo,
decía, como si abrieras un sobre sorpresa. Saluda a ese nuevo paisaje, a
esa nueva frase que viene empaquetada en un paréntesis: (Sí, me cubrí
el rostro con esta tupida red el día en que se me quemaron las manos).
Ahora
mismo se han cumplido los tres minutos. Pero he aquí que no has hecho
sino escribir lo anterior cuando ya te vienen muchas oraciones más,
muchísimas más, como mariposas nocturnas atraídas por una lámpara de
gas. Tienes que elegir, es doloroso, pero tienes que elegir. Así pues,
piénsalo bien y abre el nuevo paréntesis: (La gente sentía piedad por
mí. Sentía piedad, sobre todo, porque pensaba que también mi cara había
resultado quemada; y yo estaba segura de que el secreto me hacía
superior a todos ellos, de que así burlaba su morbosidad).
Todavía
te quedan dos minutos. Ya no necesitas el diccionario, no te
entretengas con él. Atiende sólo a tu fisión, a tu contagiosa enfermedad
verbal que crece y crece sin parar. Por favor, no te demores en
transcribir la tercera oración: (Saben que yo era una mujer hermosa y
que doce hombres me enviaban flores cada día).
Transcribe
también la cuarta, que viene pisando los talones a la anterior, y que
dice: (Uno de esos hombres se quemó la cara pensando que así ambos
estaríamos en las mismas condiciones, en idéntica y dolorosa situación.
Me escribió una carta diciéndome, ahora somos iguales, toma mi actitud
como una prueba de amor).
Y el último minuto comienza a
vaciarse cuando tú vas ya por la penúltima frase: (Lloré amargamente
durante muchas noches. Lloré por mi orgullo y por la humildad de mi
amante; pensé que, en justa correspondencia yo debía hacer lo mismo que
él: quemarme la cara).
Tienes que escribir la última nota
en menos de cuarenta segundos, el tiempo se acaba: (Si dejé de hacerlo
no fue por el sufrimiento físico ni por ningún otro temor, sino porque
comprendí que una relación amorosa que empezara con esa fuerza habría de
tener, necesariamente, una continuación mucho más prosaica. Por otro
lado, no podía permitir que él conociera mi secreto, hubiera sido
demasiado cruel. Por eso he ido esta noche a su casa. También él se
cubría con un velo. Le he ofrecido mis pechos y nos hemos amado en
silencio; era feliz cuando le clavé este cuchillo en el corazón. Y ahora
solo me queda llorar por mi mala suerte).
Y cierra el paréntesis -dando así por terminado el cuento- en el mismo instante en que el último grano de arena cae en el reloj.
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