He entresacado la recopilación de El libro de Gloria Fuertes. Antología de poemas y vida, una deliciosa obra de Jorge de Cascante que ilumina la vida y la obra de la poeta con muchísimos textos, fotografías y toda clase de documentos. La lectura de este libro es, sin duda, una estupenda forma de zambullirse en el personal mundo de la autora madrileña y entrar en contacto con su poesía.
Poética Glorista
De cómo escribió Gloria lo que escribió (en sus palabras)
¡Hola, chicos! Soy Gloria Fuertes. Nací en Madrid hace poco tiempo... comparado con lo que viven las tortugas. Aprendí a inventar antes que a escribir. Fui algo desastre en la escuela -se me daban fatal las matemáticas- pero todos me querían porque los hacía reír. A los diez años una amiga y yo editamos un tebeo que se llamaba El Pito, y como yo era la directora publiqué allí algunos de mis primeros cuentos. Fui de las primeras chicas que jugaron al fútbol -de extremo izquierda en el Butapercha Fútbol Club—, pero después me dio por ser escritora. He volado sobre el océano más de seis veces. Sé cómo tienen el pelo los negros y cómo se mueven los chinos, son todos muy guapos. He conocido a canguras, a camellos, a gatos, a monos, a pulgas y a ogros (pero de los buenos). Entre viaje y viaje escribo libros. De todos mis libros, el que más me gusta es este que tienes en las manos.
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De pequeña me imaginaba que los poetas eran siempre bichos raros, pero ya de mayor he visto que son -somos- como las personas corrientes, sólo que un poco más tristes.
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Cuando empecé a escribir, de niña-adolescente, como no había leído nada, mi primera poesía no tenía influencias. Empecé a escribir como hablaba, así nació mi propio estilo, mi personal lenguaje. Necesitaba decir lo que sentía, sin preocuparme de cómo decirlo. Quería comunicar el fondo, no me importaba la forma, tenía prisa. Luego he leído y leo a otros poetas, pero no pienso que me hayan influido, pienso que sigo como entonces: huérfana e independiente.
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Mi obra, en general, es muy autobiográfica. Reconozco que soy muy Yoísta. Quizá -incluso- muy Glorista. Lo que a mí me sucedió, sucede o sucederá, es lo que le ha sucedido al pueblo, lo que nos ha ocurrido a todos, y el poeta sabe, más o menos, mejor o peor, contarlo. Necesita decirlo, porque necesitáis que lo digamos. Este cantar -o contar- mi vida en verso lo destaco valiente en mis múltiples autobiografías poéticas, que son más o menos biográficas y más o menos poéticas.
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A veces mis versos son mejores que yo, pero yo quiero ser mejor que mis versos. Cada poema que escribo es una radiografía de mí. Si queréis a mi poesía me queréis a mí. Una vez tuve que dejar a un amor mío porque no quería a mis versos.
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Me di cuenta allá por los cuarenta de que el Dadá no era nada. Fui surrealista por el placer de liberar la imaginación de todo freno hasta que descubrí que podía escribir con total libertad sin ser surrealista ni postista ni nada. Y de ahí nació mi estilo.
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Hay poemas técnicamente perfectos que no dicen NADA. Hay otros que parecen descuidados de forma, pero que dicen TODO. Podéis escoger a vuestro gusto. El ideal es que el poema sea perfecto en fondo y forma. Si esto no es posible, escojo siempre los poemas que nos dicen ALGO.
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Para conseguir conmover y sorprender al lector hace falta pillarle por sorpresa. Por esto ya en mis primeros libros fui escribiendo poemas muy breves. Mini-poemas, momentos. Mi libro Sola en la sala supuso la máxima expresión de esa idea, logré concentrar toda la esencia de mis sentimientos en el menor número posible de palabras. Exprimí la idea y obtuve el zumo, el tuétano de mi poesía. En una época en la que, como curiosidad, yo sólo me alimentaba de zumos... y otras bebidas.
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Quiero que todos los poetas hagamos un arte útil, necesario. Que llevemos nuestros libros al pueblo y no a cuatro intelectuales, liricoides, técnicos-críticos, fríos o ñoños.
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Yo no sé si mi poesía es social, mística, rebelde, triste, graciosa o qué. Quiero -y me sale sin querer- escribir una poesía con destino a la Humanidad. Que diga algo, que emocione, que consuele o que alegre. Otras veces, al señalar lo que pasa, denuncio o simplemente aviso. No sé la carga poética que arrastran mis versos, lo que sí sé es el amor del que nacen. Yo escribo con corazón y a lápiz, como otros escriben con bolígrafo o a máquina. Si esto es poesía social, que baje Dios y lo vea.
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En mi poesía el tema que más me interesa es el dolor. El dolor en mí y en los demás, por este orden egoísta. Después, el amor. En tercer lugar, lo contrario del amor: las injusticias, las guerras y los bichos.
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Soy de ese tipo de persona que -buena nos ha caído- parece que no está haciendo nada, sentada siempre mirando al vacío, pero que dentro de ella se encuentran rascacielos infinitos en construcción. Rascacielos que, pasado un tiempo, asoman, salen a la luz. Escribo porque no sé hacer otra cosa.
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Ahora una minoría vendrá a catalogarme, a encasillarme literaria o sociológicamente. La etiqueta se me desprenderá con el sudor de mis versos. Y si me encasillan, me escapo.
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La poesía es lo más. Es un misterio absoluto. Quien escribe poe- sía es un elegido. Poesía es decir lo máximo con lo mínimo. Es emocionar, alegrar, mejorar. Es un agua benéfica que por donde pasa te moja. La poesía ayuda, acaricia y, sobre todo, pellizca. Hay que ser poeta en todo y para todo. Hay mucho técnico, pero poco poeta.
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No es todo hacer una poesía para el pueblo, sino un pueblo para la poesía. Por eso escribo para el niño y para el adolescente, que pronto serán ese nuevo pueblo decente.
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Para leer bien mis poemas primero les pongo palabrotas entre medias (Pienso mesa, cojones, y digo silla | compro pan y me lo dejo, ¡coño!) y luego se las quito, y lo que me queda es lo que leo. Pero el recuerdo de los tacos sobrevuela la lectura. Si un poema mío vale diez, cuando yo lo leo vale once. Yo no recito mis poemas, que quede claro. Yo los leo.
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Poesía cotidiana debe ser: "al pan, pan y al vino, vino" (pero con belleza, que para eso es poesía). Algo directo, emotivo, con gracia. Demostrar que cualquier sentimiento, idea, tema o cosa, tiene Poesía. Cuando la Poesía es clara, viva, jugosa -sin salirse del tiesto-, escrita con emoción y con gracia, es cotidiana y útil como un traje barato de diario. Cuando la Poesía es así, llega a los superfinos, a los críticos, a los catedráticos y llega incluso (¡milagro!) a la gran mayoría, a toda la gente sin educación ni cultura, porque para sentir lo poético no hace falta ser bachiller. No es un problema de educación, existe cierta poesía con la que puede llorar o reír un completo analfabeto. Os lo digo por experiencia propia.
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Servidora es estajanovista del verso. A diario saco de dos a tres poemas de la mina (del lápiz) en una cómoda jornada de horas. Claro que no los pulo -no limpio el polvo ni hago mi cama-. Una sirena muda me recuerda que tengo la nevera y la tripa vacías. A veces hago un alto en el trabajo y atiendo al insistente teléfono, según quién sea, me tiro una hora -para que el interlocutor no se tire un tiro-. Nadie me prohíbe hablar por teléfono durante la jornada -no robo al estado, pago mis facturas-. Soy mi jefe de personal, mi director, mi guía. Un trabajador libre del libro. Un silencioso estajanovista.
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La poesía es como el hipo. Me da, no sé cuándo ni por qué, y tampoco sé pararla. Escribo mientras me dura. Cuando escribo es como si entrase en trance. Cualquier otra cosa que haga en mi vida la medito más que la escritura. Parece que me dictan y que yo sólo soy un instrumento. Cuando alguna vez me he puesto a corregir un poema, siempre me ha quedado peor que el original, y he comprendido la fuerza poética que tiene la intuición. No soy nada crítica con lo que escribo, me gusta casi todo. Mi poesía está hecha de un tirón.
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Mi poesía no es paisajística. Yo si canto al mar canto a un hombre que va en una barca. Si canto al monte canto a un pastor que hace un fuego en una chabola. El ser humano es mi protagonista. No puedo cantarle a la luna si no hay personas en ella. Y no es que no sea romántica, es que lo soy demasiado. Amo a las mujeres y amo a los hombres, aunque no se lo merezcan.
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A algunos poetas les pasa lo mismo que a los niños de un año: que son muy buenos pero no se les entiende nada. Hoy más que nunca el poeta debe escribir claro, para todo el mundo. Que se le entienda. Y si no le sale, que lo rompa y vuelva a intentarlo.
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