Escribir un libro es la cosa más natural del mundo
[Luis Landero]
Traemos hoy al blog la sugerente invitación a la escritura que nos regala Luis Landero en el primer capítulo de El huerto de Emerson, un libro en el que vuelve a plasmar su entusiasmado amor por las palabras y por la literatura. Ojalá su lectura sea un estímulo para algún nuevo escritor…
Sí, es un gusto escribir. Uno se siente como niño con cuaderno nuevo. Un gusto y un vértigo. Alguna vez que he hablado con aspirantes a escritores, les he dicho que escribir un libro es la cosa más natural del mundo. Creedme. Basta levantarse una mañana con ganas de hacerlo, fe ciega en uno mismo y amor innegociable a la libertad, porque la voluntad, la fe y la libertad nos harán fuertes y audaces, y con eso ya tenemos andado un trecho del camino. Si por casualidad nos topamos con un espejo, nos miraremos en él y diremos: «Ese soy yo», y adoptaremos la pose clásica del forzudo de circo, para ver hasta qué punto somos ridículos y hasta qué punto vigorosos. Luego llegará sin duda hasta nosotros un canto de sirenas invitándonos a posponer la escritura y a sumarnos al festín de la vida. Las escucharemos, por qué no, y con el eco del cántico en la oreja sacaremos un folio, nos sentaremos ante él, nos rodearemos de los útiles propios de nuestro oficio, nos concentraremos en algo concreto, elevaremos nuestra plegaria al señor de la invención y la gramática y esperaremos a que llegue la inspiración, que casi siempre acaba llegando por el lado de lo concreto. En ese trance, hay que olvidarse de todo cuanto hemos escrito y leído antes. Pasa como con los amores, que siempre son de estreno. Lo mismo ahora: todo está por decir. Nuestro propio pasado también es hoy de estreno. Y ahí seguiremos, profundamente ensimismados, hasta lograr escribir una buena primera frase. Y ahora sí, ahora ya podemos respirar hondo y resoplar satisfechos, ufanos, porque, como quien dice, el libro ya está hecho.
El resto es tozudez y maña. Extraes un hilo de la primera frase, tiras de él y tejes la segunda, soplas sobre las ascuas de la segunda y con esa pequeña candela enciendes la tercera, luego tomas una palabra de la tercera, la frotas, a ver qué sale, por si fuese una palabra mágica y escondiera un genio en su interior, a la cuarta le pones alas y la echas a volar, y en cuanto a la quinta, a lo mejor esa llega sola, despistada, como caída de un guindo, o bien se presenta voluntaria, y hasta es posible que venga acompañada de otra, y así, poco a poco, puede ocurrir que, como las moscas a la carroña, acudan de pronto muchas más, muchísimas más, y ese es un momento peligroso, como si se nos mete un virus en el ordenador o nos vuelven a cantar las sirenas, y entonces habrá que poner orden, sacar el látigo y expulsar del templo a tanto fariseo, y ese es también otro momento de gozo, porque cuando uno empieza a tachar es que la cosa marcha, hay un rumbo, hay un criterio, y no digamos si luego te atascas y no sabes qué hacer, no se te ocurre nada, sufres, te obsesionas, estás a punto ya de abandonar, pero tu tozudez te anima a persistir y a seguir empujando la piedra monte arriba: ahora ya puedes decir que eres un escritor de verdad, logres o no tu intento.
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