viernes, 11 de junio de 2021

A VUELTAS CON LA ORTOGRAFÍA

Rescato dos columnas periodísticas aparecidas en los últimos años en El País que enfocan el tema de la necesidad de la ortografía, siempre en el centro del debate y objeto de atención de varias entradas del blog, desde puntos de vista diferentes pero complementarios. El primer texto, Broca y Wernicke, de Ignacio Rodríguez Alemparte, plantea la cuestión a partir de la biología. El segundo, La ortografía es el termómetro, de Álex Grijelmo, plantea el tema desde una perspectiva sociólogica. En los dos la conclusión es la misma: la ortografía no es algo caprichoso ni un asunto nimio o insustancial, es básica y fundamental en la creación de una comunidad de usuarios de una lengua.

Broca y Wernicke

Ignacio Rodríguez Alemparte

El cerebro usa dos rutas para leer: el área de Broca (lóbulo frontal) y el área de Wernicke (lóbulo temporal). La primera hace una conversión grafofonológica, mientras que la segunda reconoce la palabra atendiendo a su aspecto. Esta última ruta es más rápida y adquiere más importancia cuanto más experto es el lector. Por eso los lectores principiantes silabean, mientras que los avezados leen varias palabras de un golpe de vista. Es posible hacerlo porque gracias a la ortografía las palabras siempre se escriben igual. Es fácil darse cuenta si tratamos de leer un texto plagado de cambios ortográficos. Veremos cómo nuestra velocidad lectora cae enormemente.

Higual uz te no ze lo qree aun ke quisa hesté vreve i esa jerado hegemplo se ha balido.

Bloqueada la ruta de Wernicke, el cerebro no reconoce las palabras y debe identificar sus fonemas uno a uno, silabeando igual que hace un niño. Abolir la ortografía haría que cada cual escribiese cada palabra “como le suena” y nos entorpecería a todos la lectura. También a las personas supuestamente “discriminadas” por la ortografía, a las que dificultaría aún más el acceso a la cultura. Parece más sensato exigir una escuela pública de calidad para todos que suprimir la ortografía.

Dicho esto, estoy de acuerdo en discutir si las normas que hay son mejorables. Por ejemplo, si es preferible mantener la “h” de “hierro” o sería mejor escribir “ierro”, “yerro”, “yierro”, “llerro”, “llierro” o sus correspondientes con erre simple. Son 12 variantes. Podemos decidir cuál preferimos, pero, a partir de ese momento, todos deberemos escribirla igual. Y lo único que habremos hecho es sustituir una norma por otra, que igualmente habrá que aprender.

Vista la necesidad de unas normas y las variantes que la escritura fonológica puede producir, parece razonable mantener las que existen, que son, en gran parte, producto de la etimología. La “h” de “hierro” es el rastro genético que dejó la “f” de “ferrum”. Saberlo permite entender, por ejemplo, por qué decimos “cloruro férrico”. Es una realidad muy bella de las lenguas que no se debería despreciar con tanta ligereza.

 


La ortografía es el termómetro

Álex Grijelmo

Quien tiene un problema de ortografía no sufre solamente ese problema. Los errores con la puntuación o las letras van siempre asociados a una deficiente expresión sintáctica y a un vocabulario pobre. La ortografía es el mercurio que sirve para señalar la fiebre. Se podrán abolir las haches y las tildes, como propuso García Márquez, pero no por romper el termómetro bajará la temperatura.

Las personas acostumbradas a leer buenos libros y buenos periódicos no suelen cometer faltas cuando escriben, porque su memoria inconsciente ha ido almacenando las palabras exactas y ha deducido las relaciones gramaticales que mantienen entre sí. Y cuando las necesiten para expresar una idea, brotarán casi sin esfuerzo.

Frente a eso, las faltas involuntarias afloran en quienes no quisieron o no pudieron recibir una enseñanza de calidad y no han enriquecido luego su pensamiento con las cuidadas lecturas que conducen siempre a cuidadas reflexiones.

Hoy en día salimos a la plaza pública más con la palabra escrita que con la expresión oral. Redactamos mensajes de WhatsApp, de correo, escribimos en Twitter… Y paseamos por esa calle de multitudes vestidos solamente con nuestra ortografía y nuestra sintaxis. Así nos mostramos a los demás, que se formarán una opinión al respecto del mismo modo que se establece una impresión general ante quien lleva siempre lamparones en el traje.

En definitiva, la ortografía es sobre todo un indicio.

Se supone que quien escribe con corrección ha leído y ha incorporado a su pensamiento una estructura gramatical que le permite ordenar mejor las ideas y analizar con más competencia tanto lo que oye como lo que piensa. La buena ortografía ayuda además a relacionar unos vocablos con otros (y también a distinguir unos conceptos de otros).

Por el contrario, cabe suponer que quien comete faltas de ortografía no dispone de esas herramientas; que tal vez disfrute así de menor capacidad para la argumentación y la seducción, y que probablemente sea, por todo ello, una persona más manipulable.

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