viernes, 17 de abril de 2020

LUIS SEPÚLVEDA, EL AUTOR QUE CAUTIVABA A SUS LECTORES

La fatalidad ha hecho que ayer muriera uno de esos autores especialmente queridos en las aulas de los institutos. Luis Sepúlveda ha sido un escritor que han leído con verdadero placer diferentes generaciones de estudiantes de ESO y Bachillerato. Desde Un viejo que leía novelas de amor a Historia de una gaviota que le enseñó a volar, sus historias siempre han cautivado tanto por la manera en la que estaban escritas como por su poderoso mensaje siempre comprometido en la defensa de la justicia y de la naturaleza.
Como tributo a este autor, recuerdo el primer capítulo de Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar, una novela, como él subtítuló, para jóvenes de 8 a 88 años. Espero que estas primeras páginas sean el aperitivo para acercaros a este estupendo autor.



1. Mar del Norte
—¡Banco de arenques a babor! —anunció la gaviota vigía, y la bandada del Faro de la Arena Roja recibió la noticia con graznidos dealivio. Llevaban seis horas de vuelo sin interrupciones y, aunque las gaviotas piloto las habían conducido por corrientes de aires cálidos que hicieron placentero el planear sobre el océano, sentían la necesidad de reponer fuerzas, y qué mejor para ello que un buen atracón de arenques. Volaban sobre la desembocadura del río Elba, en el mar del Norte. Desde la altura veían los barcos formados uno tras otro, como si fueran pacientes y disciplinados animales acuáticos esperando turno para salir a mar abierto y orientar allí sus rumbos hacia todos los puertos del planeta. A Kengah, una gaviota de plumas color plata, le gustaba especialmente observar las banderas de los barcos, pues sabía que cada una de ellas representaba una forma de hablar, de nombrar las mismas cosas con palabras diferentes.—Qué difícil lo tienen los humanos. Las gaviotas, en cambio, graznamos igual en todo el mundo —comentó una vez Kengah a una de sus compañeras de vuelo.—Así es. Y lo más notable es que a veces hasta consiguen entenderse —graznó la aludida. Más allá de la línea de la costa, el paisaje se tornaba de un verde intenso. Era un enorme prado en el que destacaban los rebaños de ovejas pastando al amparo de los diques y las perezosas aspas de los molinos de viento. Siguiendo las instrucciones de las gaviotas piloto, la bandada del Faro de la Arena Roja tomó una corriente de aire frío y se lanzó en picado sobre el cardumen de arenques. Ciento veinte cuerpos perforaron el agua como saetas y, al salir a la superficie, cada gaviota sostenía un arenque en el pico.



Ilustración original de la obra  realizada por Miles Hyman


Sabrosos arenques. Sabrosos y gordos. Justamente lo que necesitaban para recuperar energías antes de continuar el vuelo hasta Den Helder, donde se les uniría la bandada de las islas Frisias. El plan de vuelo tenía previsto seguir luego hasta el paso de Calais y el canal de la Mancha, donde serían recibidas por las bandadas de la bahía del Sena y Saint Malo, con las que volarían juntas hasta alcanzar el cielo de Vizcaya

Para entonces serían unas mil gaviotas que, como una rápida nube de color plata, irían en aumento con la incorporación de las bandadas de Belle Îlle, Oléron, los cabos de Machichaco, del Ajo y de Peñas. Cuando todas las gaviotas autorizadas por la ley del mar y de los vientos volaran sobre Vizcaya, podría comenzar la gran convención de las gaviotas de los mares Báltico, del Norte y Atlántico. Sería un bello encuentro. En eso pensaba Kengah mientras daba cuenta de su tercer arenque. Como todos los años, se escucharían interesantes historias, especialmente las narradas por las gaviotas del cabo de Peñas, infatigables viajeras que a veces volaban hasta las islas Canarias o las de Cabo Verde. Las hembras como ella se entregarían a grandes festines de sardinas y calamares mientras los machos acomodarían los nidos al borde de un acantilado. En ellos pondrían los huevos, los empollarían a salvo de cualquier amenaza y, cuando a los polluelos les crecieran las primeras plumas resistentes, llegaría la parte más hermosa del viaje: enseñarles a volar en el cielo de Vizcaya. Kengah hundió la cabeza para atrapar el cuarto arenque, y por eso no escuchó el graznido de alarma que estremeció el aire:—¡Peligro a estribor! ¡Despegue de emergencia! Cuando Kengah sacó la cabeza del agua se vio sola en la inmensidad del océano.

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