Estos días sin clase presencial, enredados en los correos electrónicos, las videoconferencias, las carpetas compartidas y los blogs, y encerrados en la dura cuarentena, acumulamos sensaciones y estados de ánimo muy confusos y contradictorios. Son resultado de una experiencia que nos resulta completamente nueva y de la que aprendemos constantemente. Como en algún momento echaremos de menos el ingenio y el humor en este tiempo insólito, os traigo este "capricho" de Ramón Gómez de la Serna. Los "caprichos", según él, eran divertimentos que juntó en un libro de narraciones imaginarias puras con mucho de absurdo. "El turista excepcional" es un explorador de lo inaudito en un mundo en el que todos ven lo mismo. Seguro que esa mirada distinta y diferente nos hace ver las cosas de otra manera. Y cuando podamos viajar, a lo mejor, también podemos imitar a este personaje singular
Dibujo de Ramón Gómez de la Serna (De "Simultaneísmo", Ismos, 1931) |
EL TURISTA EXCEPCIONAL
Ser un turista cualquiera no vale la pena, pues todo
lo que se descubre está como estaba en los libros de estampas. El turista
excepcional sorprendía las cosas en su momento inesperado. En la celosía del
palacio del Arzobispo veía una virreina asomada. A la torre inclinada de Pisa
la veía en ese momento del amanecer en que se despereza y se pone derecha unos
instantes. Y a la torre Eiffel la había sorprendido en ese momento en que, como
una jirafa que baja la cabeza, se pone a comer hierba en el Campo de Marte.
En Pompeya había sorprendido al poeta de la casa del poeta dramático, escribiendo una tragedia. Y al oráculo de Delfos le había oído hablar solo, como a un speaker frente a un micrófono. Todas esas cosas extraordinarias le sucedían al turista excepcional cuando iba solo y por eso nadie le creía sus cuentos de viaje. Él, sin embargo, no podía por menos de contar sus hallazgos fantásticos:
En Pompeya había sorprendido al poeta de la casa del poeta dramático, escribiendo una tragedia. Y al oráculo de Delfos le había oído hablar solo, como a un speaker frente a un micrófono. Todas esas cosas extraordinarias le sucedían al turista excepcional cuando iba solo y por eso nadie le creía sus cuentos de viaje. Él, sin embargo, no podía por menos de contar sus hallazgos fantásticos:
-Una vez en Londres sorprendí al reloj de Westminster
cuando se bebe un vaso de whisky pasada la media noche.
-Una vez en el Japón vi cómo los bambúes se paseaban
como ibis verdes y pescaban ranas por su cuenta...
Todos sonreían al oír los cuentos del turista
excepcional. Pero a él le quedaba la satisfacción íntima de saber que todo
aquello que contaba era cierto y seguía haciendo sus viajes de explorador de lo
inaudito.
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