martes, 2 de mayo de 2017

DELIBES: ÉTICA Y NOVELA

Miguel Delibes
Para complementar los apuntes y explicaciones de clase y la lectura de Los santos inocentes, os dejo la parte del estudio «Claves para leer a Miguel Delibes» de la profesora Amparo Medina-Bocos en la que se centra en  la importancia de la dimensión ética en las novelas de Miguel Delibes. El estudio completo, recogido en la Biblioteca Virtual Miguel Cevantes que puede leerse pinchando en el primer enlace de la entrada, es muy recomendable.


En distintas ocasiones ha expresado Delibes sus ideas acerca de la función que debe cumplir la novela en nuestro tiempo, una función en su opinión radicalmente distinta de la que tuvo en el siglo pasado. «La novela -escribía en Un año de mi vida- no puede permanecer anclada en su antigua misión de entretener a la burguesía [...] La novela hoy, antes que divertir -para eso ya están el cine comercial y la televisión- debe inquietar. Es, tal vez, el instrumento más directo de que disponemos para barrenar la oronda seguridad de una burguesía satisfecha». Este papel de denuncia del sistema que según Delibes corresponde al novelista actual exige de éste una absoluta independencia como única forma de llevar a cabo su tarea crítica. «Nuestra misión -decía también en su diario del año 70- consiste en criticar, molestar, denunciar, aguijonear al sistema de hoy y al de mañana, porque todos los sistemas son susceptibles de perfeccionamiento, y esto, a mi ver, sólo puede hacerse desde una conciencia libre, sin vinculaciones políticas concretas».

Estos postulados teóricos han encontrado un fiel reflejo en la obra delibeana, perfectamente coherente con tales principios. Novelas rurales como Las ratas o Los santos inocentes son auténticas denuncias de las condiciones, a veces infrahumanas, en que se desarrolla la vida campesina. Y bien conocido es cuánto hay de crítica a la ambigua moral de la clase media en sus novelas urbanas, especialmente en Cinco horas con Mario. Buen conocedor de los problemas de su entorno y de su tiempo, Delibes ha expresado en numerosas ocasiones cuáles son sus preocupaciones más profundas. Y aunque ha repetido con frecuencia que él no es un intelectual, su actitud y sus escritos son buenos testimonios de una postura crítica mantenida a lo largo del tiempo. Ya quedó dicho que los problemas con la censura, que no veía con buenos ojos la campaña emprendida desde las páginas de El Norte para denunciar los problemas del campo castellano, acabaron con su renuncia a la dirección del periódico en los años sesenta. El discurso de ingreso en la Academia tuvo como tema otra de las grandes preocupaciones del escritor. El temor a las consecuencias que el progreso puede acarrear para el hombre y para la naturaleza constituyen un verdadero alegato en el que el ecologista Delibes decía sí al progreso, pero no a cualquier precio. Síntesis de las más hondas inquietudes delibeanas fue Parábola del náufrago (1969) en la que se denuncian las amenazas que se ciernen sobre la libertad y la dignidad humanas. Su última novela, El hereje, con ese final magnífico y sobrecogedor, es según sus propias palabras -ya citadas- una apasionada defensa de la libertad de conciencia.

La preocupación ética de Delibes está presente en todas sus obras. Para nadie es un secreto su preferencia por los seres sencillos, a veces incluso marginales. Pero esta elección no es casual, sino que supone una decisión ética. Dice Jiménez Lozano que las historias de cualquier narrador de verdad están ahí, antes de que él comience a narrar, y que es justamente la opción del narrador por unas o por otras lo que define su estética y a la vez la ética inseparable de ella. Las novelas de Delibes no proponen soluciones -no es ésa la labor del novelista- pero sí apuntan problemas o denuncian injusticias o ponen en la picota determinadas formas de comportamiento. Y, sobre todo, iluminan aspectos de la realidad que, de otra forma, quizá pasarían inadvertidos. En este sentido, creo que tiene razón Jiménez Lozano cuando, en su «Lectura privada de Miguel Delibes», afirma:



La literatura no va a cambiar el mundo; lo que sucede es, sin embargo, que no sería literatura si, después de leída, se siguiera viendo el mundo como antes. Y esto no sólo porque en la escritura hay una transfiguración estética de ese mundo -por ejemplo, la Castilla delibeana, tan distinta a otras- sino también y sobre todo porque hay una puesta en cuestión ética de nuestra mirada y nuestro oído: vemos lo que no veíamos y oímos lo que no habíamos oído.

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