Estas
dos coplas forman parte de la composición que Jorge Manrique
(1440-1479) dedicó a su padre, el maestre don Rodrigo, con motivo de
su fallecimiento en 1476. Las Coplas
a la muerte de su padre
se apartan del tipo de producción poética de su tiempo, la
cultivada en la corte y recogida en los cancioneros manuscritos. Como
obra encuadrada en el último tercio del siglo XV se encuentra a
caballo entre la visión cristiana del mundo, típicamente medieval,
y la humanista que deja entrever rasgos nuevos de lo que será la
estética renacentista.
La
obra, que desde su aparición ha gozado de gran éxito, se enmarca
dentro del subgénero lírico de la elegía, por su manifestación
del sentimiento de dolor ante la desaparición de su padre. Además,
la obra presenta un fondo y una intención moralizantes muy claros.
Como después quedará patente, en estas coplas predominan las
funciones poética y expresiva del lenguaje.
Estas
dos coplas, la decimosexta y la decimoséptima de las cuarenta que
forman la obra, pertenecen a la segunda parte de las Coplas
en la que Manrique ejemplifica de forma general los temas expuestos
en la primera parte (la brevedad de la vida, la fugacidad de los
bienes mundanos, la inestabilidad de la fortuna, la inexorabilidad de
la muerte,…), antes de personalizar en el caso de su padre en las
últimas coplas.
Jorge
Manrique, con un tono claramente pesimista y adoptando una posición
de testigo y no de primera persona, va preguntándose por una serie
de personas, sentimientos y objetos, seleccionados en esta ocasión
para dar cauce a su obsesión por el paso del tiempo y por la
presencia de la muerte en todo lo que nos rodea. De esta forma trata
el tema característicamente medieval, aunque de origen bíblico, de
la fugacidad y caducidad de todo lo terreno, cuya intención moral es
patente porque nos induce a que no amemos lo perecedero. Para ello
emplea una estructura acumulativa que consiste en ir sumando
referencias a personas, sentimientos y actividades muy próximos en
el tiempo, el último tercio del siglo XV.
Se
sirve Jorge Manrique para el tratamiento de estos temas graves y
morales de la copla de pie quebrado, con lo que se desmarca del uso
más común en su época del verso de arte mayor castellano para este
tipo de temas. Cada una de las dos coplas está formada por dos
sextillas en las que se combinan versos de arte menor octosílabos y
tetrasílabos con una rima consonante y alterna. La estructura
métrica de cada copla, después de tener en cuenta las sinalefas y
el cómputo silábico de los versos que terminan en aguda, es la
siguiente: 8a 8b 4c 8a 8b 4c 8d 8e 4f 8d 8e 4f. La sucesión
continuada de los versos de distinta medida así combinados produce
un ritmo solemne y fúnebre que se aviene perfectamente al contenido
tratado.
En
estas estrofas, que Manrique popularizó hasta el extremo de llegar a
ser conocidas como «coplas manriqueñas», se aprecia el uso
repetitivo de la interrogación retórica, acompañada de la
repetición anafórica del interrogativo «qué»,
como un martilleo de repiqueteo lúgubre, y del paralelismo
sintáctico y la reiteración léxica que intensifican de manera aún
más clara dicho ritmo fúnebre. Estas preguntas obsesivas por los
personajes y las cosas que han sucumbido al paso del tiempo y a la
muerte eran muy frecuentes en la literatura latina y vulgar de Edad
Media pues desarrollaban el motivo, de origen bíblico, del «ubi
sunt?»
(o «¿dónde
están?»).
Además
de los recursos repetitivos ya tratados, el uso del plural da en
estas estrofas un valor mayor de intensificación que el empleo del
singular. Igualmente el predominio de sustantivos sobre el de verbos
apunta al mayor relieve que tienen en estos versos los términos
concretos, ya sean nombres propios («don
Juan»,
«Infantes
de Aragón»)
o comunes («galán»,
«damas»,
«amadores»,…),
para así ejemplificar de manera más expresiva.
El
lenguaje sencillo que emplea Manrique, que huye de la lírica culta y
latinizante su tiempo, gira en torno a la nobleza cortesana: sus
ocupaciones y sus diversiones («justas»,
«torneos»,
«tocados
e vestidos»,
«aquel
trovar»,
«aquel
danzar»,…),
sus personajes (el rey Juan II, los Infantes de Aragón o hijos de
Fernando I el de Antequera). La adjetivación es escasa y siempre de
manera pospuesta. Los epítetos «acordadas»
y «encendidos»
remarcan la expresividad del poema. Los verbos utilizados, con
recurrencia aunque haya casos también de elipsis, están en
pretérito perfecto simple («hizo»,
«fueron»,
«fue»,
«hicieron»)
cuyo aspecto perfectivo refuerza ese sentimiento de angustia y
lejanía que se percibe en estas coplas.
Estilísticamente,
por último, es reseñable el uso de las metáforas «verduras
de las eras»
de abolengo bíblico y muy expresiva a la hora de referirse al paso
del tiempo; y «las
llamas de fuegos encendidos»
más tópica y corriente en la lírica cancioneril de su tiempo, pero
empleada aquí con intención bien diferente.
Las
Coplas
de
Manrique, en general, y las estrofas comentadas, en concreto, superan
de manera clara la producción de la época por el uso expresivo y
natural de la lengua, por el anuncio de valores humanistas y por no
ceñirse a las limitaciones del elogio fúnebre, al reflexionar sobre
los grandes temas de la lírica y de la filosofía moral.
Me vino muy bien.
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