Valle-Inclán |
Como complemento a la definición de «modernismo» que hizo López Chavarri en 1902, traigo ahora la lúcida reflexión del genial Valle-Inclán sobre este movimiento, publicada en el prólogo a Sombras de vida de Melchor Almagro en 1903. Para él, los jóvenes escritores de entonces perseguían «un vivo anhelo de personalidad» y ponían «más empeño por expresar sensaciones que ideas». Estos eran los rasgos característicos del nuevo arte modernista y no tanto los sorprendentes recursos literarios empleados por él.
Si en la
literatura actual existe algo nuevo que pueda recibir con justicia el nombre de
«modernismo», no son, seguramente, las extravagancias gramaticales y retóricas,
como creen algunos críticos candorosos, tal vez porque esta palabra
«modernismo», como todas las que son muy repetidas, ha llegado a tener una
significación tan amplia como dudosa. Por eso no creo que huelgue fijar en cierto
modo lo que ella indica o puede indicar.
La condición
característica de todo el arte moderno, y muy particularmente de la literatura,
es una tendencia a refinar las sensaciones y acrecentarlas en el número y en la
intensidad. Hay poetas que sueñan con dar a sus estrofas el ritmo de la danza,
la melodía de la música y la majestad de la estatua. Teófilo Gautier, autor de
la Sinfonía en blanco mayor, afirma en el prefacio á las Flores del
Mal que el estilo de Tertuliano tiene el negro esplendor del ébano.
Según
Gautier, las palabras alcanzan por el sonido un valor que los diccionarios no
pueden determinar. Por el sonido, unas palabras son como diamantes, otras
fosforecen, otras flotan como una neblina.
[...] Esta
analogía y equivalencia de las sensaciones es lo que constituye el «modernismo»
en literatura. Su origen debe buscarse en el desenvolvimiento progresivo de los
sentidos, que tienden a multiplicar sus diferentes percepciones y
corresponderlas entre sí formando un solo sentido, como uno solo formaban ya
para Baudelaire.
La lectura del soneto «Correspondances» de Baudelaire y el comentario de algunas sinestesias empleadas por Rubén Darío ya nos habían puesto sobre la pista de esta «equivalencia de las sensaciones» que aquí apunta Valle-Inclán.
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