Para la siguiente actividad del Cuaderno de escritura os propongo un reto que os atañe personalmente: vais a escribir vuesto propio autorretrato al igual que muchos otros escritores han hecho a lo largo de la historia. Valen autorretratos de distintos tipos: en prosa o en verso, serios o irónicos, extensos o breves, en primera o en segunda o en tercera persona, con muchos adjetivos o con muy pocos,... El objetivo es conseguir describirnos a nosotros mismos en lo físico y en lo psicológico y tratar de conocernos un poco mejor y que los demás nos conozcan mejor también.
A continuación os presento cuatro autorretratos conocidísimos de otros tantos autores, dos españoles (Miguel de Cervantes y Juan Marsé, excelentes narradores) y dos chilenos (Pablo Neruda y Nicanor Parra, magníficos poetas), que os pueden ayudar en la realización de vuestro trabajo: podéis aprovechar un comienzo, recursos como la enumeración o la adjetivación, un tipo de enfoque, un cierre del texto ...
El primer autorretrato es de Miguel de Cervantes quien lo incluyó en el prólogo a sus Novelas ejemplares en 1613.
Este que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos extremos, ni grande, ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena; algo cargado de espaldas, y no muy ligero de pies; éste digo que es el rostro del autor de La Galatea y de Don Quijote de la Mancha, y del que hizo el Viaje del Parnaso, a imitación del de César Caporal Perusino, y otras obras que andan por ahí descarriadas y, quizá, sin el nombre de su dueño. Llamase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra. Fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades. Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros, militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra, Carlo Quinto, de felice memoria.
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El segundo autorretrato es de Pablo Neruda que con humor y algo de ironía se describe muy pormenorizadamente.
Por mi parte, soy o creo ser duro de
nariz,
mínimo de ojos, escaso de pelos
en la cabeza, creciente de abdomen,
largo de piernas, ancho de suelas,
amarillo de tez, generoso de amores,
imposible de cálculos,
confuso de palabras,
tierno de manos, lento de andar,
inoxidable de corazón,
aficionado a las estrellas, mareas,
maremotos, administrador de
escarabajos, caminante de arenas,
torpe de instituciones, chileno a perpetuidad,
amigo de mis amigos, mudo
de enemigos,
entrometido entre pájaros,
mal educado en casa,
tímido en los salones, arrepentido
sin objeto, horrendo administrador,
navegante de boca
y yerbatero de la tinta,
discreto entre los animales,
afortunado de nubarrones,
investigador en mercados, oscuro
en las bibliotecas,
melancólico en las cordilleras,
incansable en los bosques,
lentísimo de contestaciones,
ocurrente años después,
vulgar durante todo el año,
resplandeciente con mi
cuaderno, monumental de apetito,
tigre para dormir, sosegado
en la alegría, inspector del
cielo nocturno,
trabajador invisible,
desordenado, persistente, valiente
por necesidad, cobarde sin
pecado, soñoliento de vocación,
amable de mujeres,
activo por padecimiento,
poeta por maldición
y tonto de capirote.
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El tercer autorretrato pertenece a Nicanor Parra, que cumplió cien años en el mes de septiembre pasado, y que escribió estas palabras sobre sí mismo hace ya muchos años, a modo de epitafio, dando la vuelta al tratamiento tradicional del autorretrato y del epitafio y dejándonos uno de sus personales antipoemas.
EPITAFIO
De
estatura mediana,
Con una
voz ni delgada ni gruesa,
Hijo mayor
de profesor primario
Y de una
modista de trastienda;
Flaco de
nacimiento
Aunque
devoto de la buena mesa;
De
mejillas escuálidas
Y de
más bien abundantes orejas;
Con un
rostro cuadrado
En que los
ojos se abren apenas
Y una
nariz de boxeador mulato
Baja a la
boca de ídolo azteca
-Todo esto
bañado
Por una
luz entre irónica y pérfida-
Ni muy
listo ni tonto de remate
Fui lo que
fui: una mezcla
De vinagre
y aceite de comer
¡Un
embutido de ángel y bestia!
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El último autorretrato pertenece a uno de los grandes novelistas españoles de los últimos cincuenta años, Juan Marsé. Lo escribió en el periódico El País en 1987 como última entrega de una sección de retratos de personajes conocidos de la época.
Siempre pertrechado para irse al infierno en
cualquier momento. El rostro magullado y recalentado acusa las rápidas y
sucesivas estupefacciones sufridas a lo largo del día, y algo en él se está
desplomando con estrépito de himnos idiotas y banderas depravadas. Las
facciones se traban, compulsivas, antes de desmoronarse. Se trata de un
sujeto sospechoso de inapetencias diversas y como deslomado, desriñonado y
despaldado. Ceñudo, maldiciente, tiene la pupila desarmada y descreída,
escépticos los hombros, la nariz garbancera y un relámpago negro en el
corazón y en la memoria.
No ha tenido mucho gusto en haberse conocido, habría
preferido pasar de largo de sí mismo, pero acepta resignado el saludo
hipócrita del espejo y la broma pesada de la vida: al nacer se equivocó de
país, de continente, de época, de oficio y probablemente de sexo. Hay en los
ojos harapientos, arrimados a la nariz tumultuosa, una incurable nostalgia
del payaso de circo que siempre quiso ser. Enmascararse, disfrazarse,
camuflarse, ser otro. El Coyote de Las Ánimas. El jorobado del cine Delicias.
El vampiro del cine Rovira. El monstruo del cine Verdi. El fantasma del cine
Roxy. Nostalgia de no haber sido alguno de ellos. Es fláccida la encarnadura
facial, quizá porque la larga ensoñación detrás de las máscaras imposibles,
el aburrimiento y el alcohol y la luctuosa telaraña franquista de casi 40
años abofetearon y abotagaron las mejillas y las ilusiones.
El tipo es bajo, desmañado, poco
hablador, taciturno y burlón. No se considera un intelectual, y soporta mal
que le traten como si lo fuera. Ama las tabernas y las papelerías de barrio y
los flancos luminosos de los quioscos que exhiben tebeos y novelas baratas de
aventuras. Las banderas le producen auténtico terror. Come ensaladas y escribe
a mano. Y en un país en el que nadie dimite jamás, ni aun después de haber
probado algunos políticos su ineptitud o su cinismo ante el pueblo […], él
sólo piensa en dimitir de todo, incluso de esta página. Pero no hay nada que
le aburra tanto como hablar de sí mismo, así que basta. Vestido de diablo y
ligero de equipaje -algunos discos, algunos libros (ninguno de Baltasar
Porcel, por supuesto), algunas fotos-, se va por fin al infierno. Abur.
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Gracias, me sirvio de inspiracion :)
ResponderEliminarGracias por tu comentario. Me alegro de que te haya resultado útil. Un saludo.
Eliminargracias me ayudo en mi trabajo
ResponderEliminarMuchas gracias por el comentario. Me alegro de que te haya resultado útil. Un saludo.
Eliminargracias
ResponderEliminarGracias por tu comentario. Un saludo.
EliminarExcelente
ResponderEliminarMe ayudo en mi tarea gracias
EliminarMuchas gracias por tu comentario. Un saludo.
EliminarMe alegro de que la entrada te haya resultado útil. Gracias por tu comentario. Un saludo.
Eliminarque útil
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