viernes, 5 de diciembre de 2014

EL «POEMA DE MIO CID», UN CANTAR DE GESTA DEL MESTER DE JUGLARÍA

Caballeros en una miniatura de la Biblia
 de San Isidoro de León, fechada en 1162
Debemos acercarnos al Poema de Mio Cid no como si fuera una «obra de lectura» o un «libro», sino como si estuviéramos ante una obra que se creó para ser cantada por profesionales del recitado público y para ser escuchada por un auditorio numeroso. Así lo recordó Martín de Riquer para que apreciáramos todo el valor del cantar de gesta y advirtiéramos el valor de expresiones tan frecuentes en la obra como «yo vos diré», «sepades» o «dirévos» y escucháramos las interpelaciones que se nos hacen («mala cuenta es, señores, haber mengua de pan»).
El juglar de gestas era quien, acompañado o no de instrumentos musicales (laúd, rabel,...), recitaba o cantaba de memoria ante un público de variada condición (el de la corte, el de una feria, el de un castillo, el de una peregrinación) y a veces muy diverso.
Un cantar de gesta como el Poema de Mio Cid no se ofrecía en una sola sesión. Un recital debía comprender unos mil doscientos o mil trescientos versos, los suficientes para no cansar al público y para no agotar al juglar. Los recitadores yugoslavos de principios del siglo XX recitaban de dieciséis a veinte versos por minuto y en un minuto se pueden recitar unos doce o quince versos del Poema de Mio Cid. Así que el Poema debió ser recitado en tres sesiones, que coincidirían con los tres cantares en que se divide la obra: el del destierro (1086 versos pero faltan unos cincuenta al principio), el de las bodas (1190 versos) y el de la afrenta de Corpes (1472 versos más dos lagunas de cincuenta versos aproximadamente). En total cada sesión duraría una hora y media aproximadamente.
El juglar recitaba el cantar de gesta de memoria, algo que no nos debe extrañar porque los profesionales del teatro son capaces de memorizar muchos más versos si representan varias obras clásicas. Es poco lo que se sabe de los intérpretes de la poesía épica y la falta de información se suple con los testimonios recogidos entre los pueblos (como los yugoslavos ya referidos anteriormente) que hasta hace no mucho contaban con este tipo de poesía narrativa. El juglar aprendía una serie de temas y de estructuras narrativas y debía saber exponerlas convenientemente, para lo que se formaría con un maestro de mayor edad que poco a poco le iría dejando recitar ante el público. Los juglares tenían gran capacidad de memoria (podían saber unos veinte o treinta poemas) y además disponían de gran libertad para improvisar, porque el público no conocía el texto aunque supiera los sucesos que se iban a contar. Contaban además con fórmulas fijas para suplir los posibles fallos de memoria. Dependiendo de la tirada o serie de versos, intercalaban fórmulas como «que en buena hora ciñó espada» (si la rima asonante era en á-a) o «el que en buena hora nasco» (si la rima es en á-o). El autor o la cadena de autores que compusieron la obra emplearon estas fórmulas propias de los juglares, que los propios juglares posteriores siguieron utilizando.
El juglar debía cuidar el recitado del cantar para pasar de la narración al díálogo, para enfatizar en los momentos más emocionantes, para aligerar el recitado,... Como cobraba al final de la sesión, tenía que esforzarse en complacer al público, que sería más generoso cuanto más se hubiera divertido o emocionado. Un añadido posterior al manuscrito del Poema de Mio Cid nos habla de que el poema en el siglo XIV, además de seguir siendo cantado, era también leído en voz alta y se solicitaba por ello un presente. Este añadido recogía estos versos:
E el romanz es leído,
datnos del vino;
si non tenedes dineros,
echad allá unos peños,
que bien nos lo darán sobr'ellos. 
[Y el romance se ha leído,
dadnos vino;
si no tenéis monedas,
echad ahí unas prendas,
que bien nos lo darán por ellas.]

Los cantares de gesta no sólo eran eran historia para el pueblo, que no pretendía distinguir entre lo cierto y lo legendario y que admitía sin problemas la mezcla de pasajes históricos con episodios inventados, como el del león. Los cantares de gesta eran ante todo una manifestción literaria y por ello el Poema de Mio Cid, además de contar una buena historia, «juega con nuestras emociones, estimula nuestra admiración, nuestros temores y nuestra risa; como toda buena poesía, nos conmueve con frecuencia con el poder de su palabra», como dijo Colin Smith.
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El recitado del Poema de Mio Cid, en castellano medieval, se puede escuchar en esta estupenda página de la Universidad de Texas.

[Para confeccionar esta entrada he seguido los prólogos de las ediciones del Poema de Mio Cid de Martín de Riquer y de Colin Smith, excepcionales estudiosos de la obra]

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