De las relaciones entre literatura y cine ya hemos hablado en otras ocasiones en el blog. La literatura con sus historias ha alimentado al cine desde que este nació. Buena muestra de ello es la coincidencia ahora en las salas de cine de tres películas españolas que se basan en otras tantas obras literarias de los últimos años. Obras de muy diferente contenido y de muy distinto propósito, pero que ayudan a levantar tres interesantes películas de tres directores muy creativos y muy diferentes también entre sí. Tres obras y tres películas que tienen a mujeres como protagonistas, mujeres muy distintas también entre sí, que muestran su fuerte personalidad en momentos críticos de su vida. Las tres películas siguen las obras originales de manera muy fiel, algo que no siempre sucede y que ha generado encendidos debates entre escritores y cineastas y lectores y espectadores.
Las obras literarias son Un amor, la novela de Sara Mesa publicada en 2020, llevada a las pantallas por Isabel Coixet con el mismo título; Que nadie duerma, la novela de Juan José Millás publicada en 2018 y que conserva el mismo título en la película de Antonio Méndez Esparza; y La lengua en pedazos, obra teatral de Juan Mayorga (2011), llevada al cine por Paula Ortiz con el título de Teresa.
Sirvan las primeras líneas de las obras y los tráileres de las películas para animar doblemente a la lectura y a visitar las salas de cine.
Al hacerse de noche es cuando cae el peso sobre ella, tan grande que tiene que sentarse para coger aliento.
Fuera el silencio no es como esperaba. De hecho, no es silencio. Hay un rumor lejano, como de carretera, aunque la carretera más cercana es comarcal y está a tres kilómetros de distancia. También se oyen grillos, ladridos, el claxon de algún coche, los gritos de un vecino arreando el ganado, ya de recogida.
Era mejor el mar, aunque también más caro. Fuera de su alcance.
¿Y si hubiese aguantado un poco más, ahorrado un poco más?
Prefiere no pensar. Cierra los ojos, se deja caer con lentitud en el sofá, quedándose con medio cuerpo fuera, una postura antinatural que le producirá calambres si no se mueve pronto. Se da cuenta. Se tumba como puede. Se adormila.
Es mejor no pensar, pero los pensamientos llegan y se deslizan a través de ella, entrelazándose. Intenta que salgan a la misma velocidad con la que entran, pero se le acumulan en el interior, un pensamiento sobre otro. Ya ese empeño –esforzarse en que entren y salgan y no se le acumulen– es de por sí un pensamiento demasiado intenso para su cabeza.
Cuando consiga el perro será más fácil.
Cuando organice sus cosas y coloque su mesa y adecente los terrenos que rodean la casa. Cuando riegue –qué seco está todo– y limpie –qué descuidado–. Cuando refresque.
Será mucho mejor cuando refresque.
Que nadie duerma, la novela de Millás, cuenta la historia de Lucía, una programadora informática que pierde su empleo y desde ese momento su vida da un giro definitivo. Toda su historia, jugando entre la ficción y la vida real, tiene como banda sonora la ópera Turandot de Puccini.
Al verse en el espejo, Lucía dijo: Esa gorda soy yo.
Lo dijo sin intención alguna de ofender, de ofenderse, ya que, más que gorda, era una falsa delgada. Se lo había dicho su madre cuando era una cría, después de ayudarla a salir de la bañera y mientras le secaba el pelo:
—Mírate los muslos, eres una falsa delgada, como la mayoría de las aves zancudas.
La niña se había ido a la cama intentando descifrar aquella contradicción. ¿Por qué parecía delgada si era gorda? Durante los siguientes días buscaría en los libros ilustraciones de aves zancudas, para observar sus muslos, y durante el resto de su vida se vigilaría de manera obsesiva, temerosa de que su cuerpo acabara revelando la verdad. Pero atravesó el resto de la infancia y la adolescencia sin que los cambios físicos inherentes al tránsito alteraran la sentencia de su madre. En ningún momento perdió los volúmenes sutiles de las zancudas ni de las falsas delgadas, en quienes, según fue comprobando con el tiempo, la frontera entre la exuberancia y la ligereza se borraba.
En el trabajo de Lucía había
una obesa patológica que falleció al adelgazar. Al principio todos sospechaban
de su gordura, pero luego sospecharon de su delgadez. Su muerte confirmó las
sospechas, fueran cuales fueran, pues nadie llegó a concretarlas. Al día
siguiente de su fallecimiento, la empresa, dedicada al desarrollo de
aplicaciones informáticas, instalación, configuración y mantenimiento de redes,
entró en una quiebra fraudulenta y cerró.
Cocina del monasterio de San José, al atardecer. Teresa corta cebolla. Hasta que, al darse cuenta de que alguien ha entrado, se levanta en actitud de respeto. El recién llegado observa a Teresa y luego avanza estudiando el lugar. Mira los alimentos, entre los que encuentra libros. Toma uno, lo acaricia sin llegar a abrirlo, lo deja donde lo encontró.
Inquisidor.—«Entre pucheros anda Dios». Se os atribuye tan curiosa sentencia: «Entre pucheros anda Dios». Es justo que nos encontremos aquí, entre pucheros. Porque de él se trata. ¿Sabéis quién soy?
Teresa.—Sé quién sois.
Inquisidor.—Entonces también sabéis por qué estoy aquí.
Silencio.
Veintisiete años hace que tomasteis hábito. Durante lo más de ese tiempo, tuvisteis el amor de vuestras hermanas de la Encarnación. Nadie temía que vinieseis a ser causa de controversia. Mas de un tiempo acá, desafiando a vuestra madre priora, a vuestro confesor y al Provincial de vuestra orden, con otras que habéis arrastrado a vuestra parte, hacéis trato de fundar esta casa que llamáis monasterio de San José. Ya no os parece bastante buena la casa de la Encarnación, ya no os sirve para servir a Dios. Lo que habéis hecho divide a vuestras hermanas y causa escándalo a la ciudad. Nunca, Teresa, nos habíamos encontrado. Pero si vos sabéis quién soy, tampoco vos sois para mí desconocida. He caminado vuestro camino. He entrado en la casa en que nacisteis, he hallado a quienes os vieron crecer, he escuchado a vuestros amigos y a vuestros enemigos. He oído relatos de portentos que, según se dice, os acompañan en la oración. He discutido con vuestros médicos. He indagado cómo se ha hecho esta casa. Con lo que tengo sabido, me sobran razones para deshacerla. No es eso, sin embargo, lo que quiero. Quiero que vos misma cerréis la casa.
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