martes, 14 de marzo de 2023

LA VIGENCIA DE TERESA DE JESÚS

Leyendo a los poetas místicos del siglo XVI en la clase de esta mañana, hemos comentado la vigencia de santa Teresa de Jesús en nuestro tiempo, algo que no es de extrañar, dada la fuerza de su personalidad y de su obra. En los últimos meses hemos conocido, por ejemplo, que la directora de cine aragonés Paula Ortiz ha terminado el rodaje de la película «Teresa», basada en la obra que Juan Mayorga le dedicó a Teresa de Jesús, La lengua en pedazos, o la polémica que ha suscitado la prohibición de la representación teatral de la obra de Paco Bezerra, Muero porque no muero, debido a que ofrece la visión de una mujer rebelde que cuestionó las convenciones y privilegios de su tiempo. En esa misma línea de defensa de una mujer y una escritora que rompió moldes está Últimas tardes con Teresa de Jesús, novela que publicó hace tres años Cristina Morales, una de las escritoras más sobresalientes de los últimos años. Resulta muy revelador que las voces de los autores jóvenes más innovadores reparen en la figura de alguien que murió hace más de cuatrocientos años. Como comentó el propio Mayorga, «Teresa se nos presenta como personaje a contracorriente, intempestivo en su tiempo y en el nuestro».

Comparto con los lectores del blog unos fragmentos de La lengua en pedazos de Juan Mayorga, obra teatral que recrea un diálogo imaginario entre santa Teresa y un inquisidor, que nos servirá para revivir las palabras y la figura de esta mujer que lo cuestionó todo y que encontró en la escritura su salvación.

 

Cocina del monasterio de San José, al atardecer. Teresa corta cebolla. Hasta que, al darse cuenta de que alguien ha entrado, se levanta en actitud de respeto. El recién llegado observa a Teresa y luego avanza estudiando el lugar. Mira los alimentos, entre los que encuentra libros. Toma uno, lo acaricia sin llegar a abrirlo, lo deja donde lo encontró.

Inquisidor.—«Entre pucheros anda Dios». Se os atribuye tan curiosa sentencia: «Entre pucheros anda Dios». Es justo que nos encontremos aquí, entre pucheros. Porque de él se trata. ¿Sabéis quién soy?

Teresa.—Sé quién sois.

Inquisidor.—Entonces también sabéis por qué estoy aquí.

Silencio.

Veintisiete años hace que tomasteis hábito. Durante lo más de ese tiempo, tuvisteis el amor de vuestras hermanas de la Encarnación. Nadie temía que vinieseis a ser causa de controversia. Mas de un tiempo acá, desafiando a vuestra madre priora, a vuestro confesor y al Provincial de vuestra orden, con otras que habéis arrastrado a vuestra parte, hacéis trato de fundar esta casa que llamáis monasterio de San José. Ya no os parece bastante buena la casa de la Encarnación, ya no os sirve para servir a Dios. Lo que habéis hecho divide a vuestras hermanas y causa escándalo a la ciudad. Nunca, Teresa, nos habíamos encontrado. Pero si vos sabéis quién soy, tampoco vos sois para mí desconocida. He caminado vuestro camino. He entrado en la casa en que nacisteis, he hallado a quienes os vieron crecer, he escuchado a vuestros amigos y a vuestros enemigos. He oído relatos de portentos que, según se dice, os acompañan en la oración. He discutido con vuestros médicos. He indagado cómo se ha hecho esta casa. Con lo que tengo sabido, me sobran razones para deshacerla. No es eso, sin embargo, lo que quiero. Quiero que vos misma cerréis la casa.

(...)

Teresa.—Cada noche le digo: «¿Cómo dejaste que se ensuciase tanto esta posada donde habías de morar? De cuántas cárceles me has sacado. ¿Antes me cansaré yo de ofenderte que tú de perdonarme? En tu paciencia conozco tu amor».

Inquisidor.—¿Con tan atrevidas palabras, así le habláis?

Teresa.—No sé otro modo de hablarle. Ni creo que él mire las palabras, sino la voluntad con que se dicen.

Inquisidor.—Solo un dios pequeño atendería a palabras tan pequeñas.

(...)

Inquisidor.—No hay mal mayor que mal de religiosos. ¿Cómo asombrarse de la derrota del mundo cuando quienes habrían de ser los mejores, para que todos los imiten, tienen borrado el espíritu? Limpiar el mundo empieza por limpiar la Iglesia.

(...)

Teresa.—Mi enfermedad fue tal que el cuerpo teme que el alma haga memoria. Cuantos sanadores hace mi padre que me vean, todos me desahucian. El mal de corazón se hace más recio. Dientes agudos me lo muerden, tanto que temo sea rabia. Como la garganta no traga, que aun agua no puede pasar, me hallo sin fuerza, y gastada porque me dan purga cada día, y con tristeza muy honda. Encogidos los nervios en dolores que ni dormida me dan sosiego, me encojo yo en ovillo sin poderme más mover que si estuviera muerta. La lengua hecha pedazos. La lengua en pedazos de mordida.

(...)

Inquisidor.—Veis a Cristo ante vos. ¿En qué forma?

Teresa duda.

Teresa.—No veo en qué forma. Pero que está a mi derecha, lo siento muy claro, y que es testigo de lo que hago.

Inquisidor.—No entiendo que podáis verlo a vuestro lado si no veis la forma en que está. 

Teresa duda.

Teresa.—Con ojos del alma lo veo.

Inquisidor.—Ojos otros que los del cuerpo, yo no los conozco.

Teresa.—Yo a él lo veo con los ojos del alma más claramente que lo pudiera ver con los del cuerpo.

Inquisidor.—Así como en los sueños.

Teresa.—No es cosa de sueño.

Inquisidor.—¿Cómo sabéis que es Cristo?

(...)

Inquisidor.—«La imaginación es la loca de la casa». Otra curiosa sentencia vuestra. «La imaginación es la loca de la casa». De niña frecuentabais libros de caballería. Gustáis, desde niña, de fantasías. También lo son esas visiones del Señor. Como tantos charlatanes que en estos tiempos abundan, las inventáis para asentar sobre ellas vuestras acciones. Como tantos impostores que antes que a vos desenmascaré, pensáis que nadie discutirá lo que hacéis cuando lo que hacéis parezca dictado de Dios.

(...)

Teresa.—Una noche, estando en oración, me hallé sin saber cómo metida en el infierno. La entrada es una calle angosta de lodo sucio y pestilencial olor y con muchas sabandijas, que también las hay en la pared, la cual te aprieta y desmenuza como boca de bestia. No entiendo cómo, con no haber luz, se ve allí tanto y da tanta pena lo que se ve. Los daños del cuerpo, con haber pasado, según médicos, los mayores que se pueden pasar, no son nada frente a los que allí vi y sentí y acrecidos porque allí son sin esperar consuelo, como sin consuelo te miran las otras almas. Decir que es un arrancarse el alma es poco, porque el alma misma se despedaza. No hay dolor como el agonizar el alma.

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