Hoy se cumplen ochenta años
de la muerte de Miguel Hernández en la cárcel de Alicante a los treinta y un
años de edad. Como recuerdo de su obra traigo al blog el último poema que
escribió según la crítica. Se trata de «Eterna sombra», un poema que compuso en
marzo o en junio de 1941 en la prisión de Ocaña. Miguel Hernández es por
entonces un hombre que ha perdido una guerra en la que se involucró
activamente, un hombre encarcelado, un hombre enfermo, un hombre separado de su mujer y de su hijo. A pesar de todo ello, de la decepción, del abatimiento del hombre en la
adversidad, del odio y del rencor sufridos, el poeta canta esperanzado al final
del poema la victoria del rayo de luz contra la sombra del
terror. El poema es fruto de un poeta ya maduro, que se expresa con un lenguaje
rico y sugeridor. Es, como comentan Miguel Díez R. y Pilar Díez Taboada, «una poesía
de grave acento humano, de entrañable autenticidad».
ETERNA SOMBRA
Yo que creí
que la luz era mía
precipitado en la sombra me veo.
Ascua solar, sideral alegría
ígnea de espuma, de luz, de deseo.
Sangre ligera, redonda, granada:
raudo anhelar sin perfil ni penumbra.
Fuera, la luz en la luz sepultada.
Siento que sólo la sombra me alumbra.
Sólo la sombra. Sin astro. Sin cielo.
Seres. Volúmenes. Cuerpos tangibles
dentro del aire que no tiene vuelo,
dentro del árbol de los imposibles.
Cárdenos ceños, pasiones de luto.
Dientes sedientos de ser colorados.
Oscuridad del rencor absoluto.
Cuerpos lo mismo que pozos cegados.
Falta el espacio. Se ha hundido la risa.
Ya no es posible lanzarse a la altura.
El corazón quiere ser más de prisa
fuerza que ensancha la estrecha negrura.
Carne sin norte que va en oleada
hacia la noche siniestra, baldía.
¿Quién es el rayo de sol que la invada?
Busco. No encuentro ni rastro del día.
Sólo el fulgor de los puños cerrados,
el resplandor de los dientes que acechan.
Dientes y puños de todos los lados.
Más que las manos, los montes se estrechan.
Turbia es la lucha sin sed de mañana.
¡Qué lejanía de opacos latidos!
Soy una cárcel con una ventana
ante una gran soledad de rugidos.
Soy una abierta ventana que escucha,
por donde va tenebrosa la vida.
Pero hay un rayo de sol en la lucha
que siempre deja la sombra vencida.
Bellísimo poema.Como todos los de Miguel Hernández. Frutos de una vida de dolor y pobreza, pero con una sensibilidad enorme, como su amor por la vida.
ResponderEliminarMi nombre: María Amparó Cervantes Gómez
Muchas gracias por tu comentario, que comparto totalmente. Un saludo.
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