jueves, 16 de diciembre de 2021

#poema27: MEMORIA DE LOS DÍAS COLEGIALES

 

¡Qué consuelo sin nombre no perder la memoria,
tener llenos los ojos de los tiempos pasados!
Rafael Alberti

Un año más somos fieles a la entusiasta cita del profesor Toni Solano en homenaje a los poetas de la Generación del 27. Este año he seleccionado tres poemas unidos por su temática, la evocación de los días colegiales, un asunto que toca muy de cerca a los lectores del blog, en su mayoría alumnos y profesores. Rafael Alberti, Concha Méndez y Vicente Aleixandre recuerdan en sus años de madurez sus diarios caminos al colegio y lo que este significó en sus primeros años de vida. La memoria, la nostalgia y la melancolía se entrelazan en sus versos para darnos visiones contrapuestas de esos días de infancia. Porque, como dijo el propio Alberti, «nos pesa mucho el ayer» y el paso del tiempo siempre será uno de los filones que alimente la experiencia poética.

 

RETORNOS DE LOS DÍAS COLEGIALES

 

Por jazmines caídos recientes y corolas

de dondiegos de noche vencidas por el día,

me escapo esta mañana inaugural de octubre

hacia los lejanísimos años de mi colegio.

¿Quién eres tú, pequeña sombra que ni proyectas

el contorno de un niño casi a la madrugada?

¿Quién, con sueño enredado todavía en los ojos,

por los puentes del río vecino al mar, andando?

Va repitiendo nombres a ciegas, va torciendo

de memoria y sin ganas las esquinas. No ignora

que irremediablemente la calle de la Luna,

la de las Neverías, la del Sol y las Cruces

van a dar al cansancio de algún libro de texto.

 

¿Qué le canta la cumbre de la sola pirámide,

qué la circunferencia que se aburre en la página?

Afuera están los libres araucarios agudos

y la plaza de toros

con su redonda arena mirándose en el cielo.

 

Como un látigo, el 1 lo sube en el pescante

del coche que el domingo lo lleva a las salinas

y se le fuga el 0 rodando a las bodegas,

aro de los profundos barriles en penumbra.

 

El mar reproducido que ese expande en el muro

con las delineadas islas en breve rosa,

no adivina que el mar verdadero golpea

con su aldabón azul los patios del recreo.

 

¿Quién es este del cetro en la lámina muerta,

o aquel que en la lección ha perdido el caballo?

No está lejos el río que la sombra del rey

melancólicamente se llevó desmontada.

 

Las horas prisioneras en un duro pupitre

lo amarran como un pobre remero castigado

que entre las paralelas rejas de los renglones

mira su barca y llorar por asirse del aire.

 

Estas cosas me trajo la mañana de octubre,

entre rojos dondiegos de corolas vencidas

y jazmines caídos.

 

                   Rafael Alberti, Retornos de lo vivo lejano

 


 

Los mapas de la escuela,

todos tenían mar,

todos tenían tierra.

¡Yo sentía un afán

por ir a la escuela…!

Soñaba el corazón

con mares y fronteras,

con islas de coral

y misteriosas selvas…

Soñaba el corazón…

¡Oh sueños de escuela!

 

Concha Méndez, Surtidor

 


AL COLEGIO

Yo iba en bicicleta al colegio.
Por una apacible calle muy céntrica de la noble ciudad misteriosa.
Pasaba ceñido de luces, y los carruajes no hacían ruido.
Pasaban majestuosos, llevados por nobles alazanes o bayos, que caminaban con eminente porte.
¡Cómo alzaban sus manos al avanzar, señoriales, definitivos,
no desdeñando el mundo, pero contemplándolo
desde la soberana majestad de sus crines!
Dentro, ¿qué? Viejas señoras, apenas poco más que de encaje,
chorreras silenciosas, empinados peinados, viejísimos terciopelos:
silencio puro que pasaba arrastrado por el lento tronco brillante.

Yo iba en bicicleta, casi alado, aspirante.
Y había anchas aceras por aquella calle soleada.
En el sol, alguna introducida mariposa volaba sobre los carruajes y luego por las aceras
sobre los lentos transeúntes de humo.
Pero eran madres que sacaban a sus niños más chicos.
Y padres que en oficinas de cristal y sueño...
Yo al pasar los miraba.

Yo bogaba en el humo dulce, y allí la mariposa no se extrañaba.
Pálida en la irisada tarde de invierno,
se alargaba en la despaciosa calle como sobre un abrigado valle lentísimo.
Y la vi alzarse alguna vez para quedar suspendida
sobre aquello que bien podía ser borde ameno de un río.
Ah, nada era terrible.
La céntrica calle tenía una posible cuesta y yo ascendía, impulsado.
Un viento barría los sombreros de las viejas señoras.
No se hería en los apacibles bastones de los caballeros.
Y encendía como una rosa de ilusión, y apenas de beso, en las mejillas de los inocentes.
Los árboles en hilera era un vapor inmóvil, delicadamente
suspenso bajo el azul. Y yo casi ya por el aire,
yo apresurado pasaba en mi bicicleta y me sonreía...
y recuerdo perfectamente
cómo misteriosamente plegaba mis alas en el umbral mismo del colegio.

                           Vicente Aleixandre, Historia del corazón

 

 

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