En este soneto, que podéis leer en Nueve liras de hiedra y un secreto, Gutierre de Cetina, el poeta renacentista, nos muestra sus reflexiones acerca del paso del tiempo. El poeta, al igual que nos sucede a nosotros, se da cuenta de lo rápidamente que pasan las horas. Estando despierto toda la noche, es testigo de la velocidad con la que esta se convierte en día: mira las incontables estrellas de la noche cerrada, escucha el canto del gallo poco antes del amanecer y al final ve el nacimiento del nuevo día, la aurora. Como el tiempo vuela («tempus fugit»), Gutierre de Cetina pide al importuno (o inoportuno) reloj que se detenga una hora por lo menos, deseo que seguramente compartimos cuando el tiempo nos pasa tan rápido y no podemos hacer todo aquello que nos gustaría. El poema es una muestra más de que esos tópicos o motivos temáticos a los que cantaban los poetas de hace casi quinientos años son los mismos que nos preocupan hoy.
Horas
alegres que pasáis volando
porque
a vueltas del bien mayor mal sienta;
sabrosa
noche que en tan dulce afrenta
el
triste despedir me vas mostrando;
importuno
reloj, que apresurando
tu
curso, mi dolor me representa;
estrellas
con quien nunca tuve cuenta,
que mi partida vais
acelerando;
gallo
que mi pesar has denunciado;
lucero
que mi luz va obscureciendo;
y
tú, mal sosegada y moza aurora;
si
en vos cabe dolor de mi cuidado,
id
poco a poco el paso deteniendo,
si
no puede ser más, siquiera un hora.
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