Ilustración de Harry Clarke para El pozo y el péndulo de Poe. [Tomada de Wikipedia] |
Rescato un artículo de Leila Guerriero, Infectada, aparecido hace poco más de dos meses en El País, que supone un canto a esa experiencia tan enriquecedora como es la de leer una obra literaria, algo a lo que tantas veces nos hemos referido en el blog. En esta ocasión, alejándose de esa perniciosa tendencia de lo "políticamente correcto", recuerda alguna de esas sobrecogedoras y perturbadoras lecturas realizadas de joven y que te marcan para siempre. Toda una invtación a la lectura de los grandes maestros, no apta para remilgados ni ñoños: Horacio Quiroga (La gallina degollada), Gabriel García Márquez (Crónica de una muerte anunciada), los cuentos y novelas de Jack London, Ray Bradbury (El país de octubre), Thomas Mann (Muerte en Venecia) o Edgar Allan Poe (El pozo y el péndulo).
INFECTADA
Las aventuras de Huckleberry
Finn, de Mark Twain, y Matar
a un ruiseñor, de Harper Lee, fueron retirados de los programas
escolares de un condado de Virginia por quejas de una madre cuyo hijo
adolescente se perturbó ya que incluían “insultos raciales y palabras
ofensivas”. Sucede en Estados Unidos pero, como allí empieza todo (del nacionalismo
recio al blanqueamiento dental), hacia allí vamos. Por eso quiero dejar
expuesto mi pecado, del que no me arrepiento: para recordarme a mí misma,
cuando los adolescentes sean almas tan sensibles que no puedan leer Platero y yo sin ir al
psiquiatra, cómo era este mundo cuando podía lastimarte pero valía la pena. No
me pesa, señor, ni me arrepiento de haber hojeado, siendo pequeña, libros que
mis padres me pedían que no leyera porque tenían escenas de sexo o de
violencia, ni de haber leído los cuentos bestiales de Horacio Quiroga donde
nenitas preciosas eran degolladas por sus hermanos con deficiencias mentales,
ni del chorro de entrañas de Santiago Nasar. No sé qué de todo eso me hizo lo
que soy, alguien que era feliz incluso cuando creía que no lo era, que alguna
vez leyó, asociada con Jack London, la frase “ningún hombre sobre mí” y la hizo
su escudo. Pero no me arrepiento. De chica leí libros que me destrozaron —Los niños terribles, de
Cocteau—, que me produjeron pesadillas —El
país de octubre, de Bradbury—, o que no entendí —Muerte en Venecia, de
Thomas Mann—. Y no estuve en el infierno pero sé cómo es porque leí El pozo y el péndulo, de
Poe. Cuando este sea un mundo repleto de adolescentes hipersensibles que no
puedan comer un pollo sin echarse a llorar, yo seguiré con mi presa entre los
dientes, viviendo de la forma en que los libros me enseñaron a vivir. Me gusta
mi mundo sucio, contradictorio, mugriento y bajo. No lo cambio por el lugar
desinfectado que, dentro de poco, será.
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