lunes, 4 de noviembre de 2013

«CANCIÓN DE OTOÑO EN PRIMAVERA»: REPASO A LOS TEMAS CARACTERÍSTICOS DE RUBÉN DARÍO

«Canción de otoño en primavera» es el título de uno  de los poemas más famosos de Rubén Darío, aparecido en Cantos de vida y esperanza, obra de madurez que depura considerablemente la exuberancia formal de Prosas profanas y revela la amargura que el poeta descubre en «las honduras del alma». 
En el poema, con un sugerente título por el simbolismo y la paradoja que encierra, se dan cita los temas característicos de la poesía de Rubén Darío: el amor («plural ha sido / la celeste historia de mi corazón»), el paso del tiempo (como lo recuerdan el título y el estribillo), la desazón interior («cuando quiero llorar no lloro... / y a veces lloro sin querer»), la amargura existencial («la vida es dura. Amarga y pesa»), la propia creación poética («¡ya no hay princesa que cantar!»), los deseos insaciables («mi sed de amor no tiene fin») y la ilusión depositada en una enigmática esperanza («¡Más es mía el Alba de oro!»).
La poesía amorosa es abundante en todos los libros de Rubén Darío. Pedro Salinas señaló que más que un «poeta del amor» fue un «poeta erótico» puesto que siempre permaneció «confinado en la consideración del amor como una fuerza, admirable en sí, un impulso vital, de belleza propia e intransferible, que arroja al que lo posee de mujer en mujer, conserva su independencia final de todas ellas y sigue gozándose en su mismo goce». En este repaso de su historia amorosa nos presenta primero «una dulce niña», luego «otra» «más sensitiva»,  después «otra» que buscaba «un amor de exceso», luego «las demás», todas sin nombre, que fugazmente desaparecen de su vida y de su poema, porque todas son, en fin, «fantasmas de mi corazón». En su itinerario amoroso no han faltado tampoco las alusiones bíblicas (Herodías y Salomé) y mitológicas (la bacante). Tantas mujeres y, sin embargo, tan solo, tan «tristemente solo» como apunta Salinas. A pesar de todo, el poeta seguirá buscando el amor ideal y se acercará «a los rosales del jardín».
El estribillo, propio de toda «canción» y repetido en cinco ocasiones aunque con alguna variante, nos recuerda que en esta composición vuelca su obsesión por el paso del tiempo. No es tanto una «elegía de la juventud perdida» como la constatación de la inexorable pérdida de la juventud en un futuro inminente, lo que acentúa su dramatismo, como ya comentó también Pedro Salinas. El tópico clásico del «tempus fugit» resalta la melancolía que impregna todo el poema: «la Primavera / y la carne acaban también». El «tiempo terco» provoca la desazón interior del poeta pero no termina con los deseos insaciables de amor, aunque para él ya no haya princesas como la de la «Sonatina» que cantar. Un resquicio de esperanza en medio de tanta amargura existencial se agrandará en el enigmático verso final.
El poema, en definitiva, aborda todos los grandes temas de la lírica partiendo de la experiencia personal y de la expresión sincera de los sentimientos.
Pero la «Canción de otoño en primavera» es también un extraordinario ejemplo del quehacer expresivo de Rubén Darío. La «trabazón rítmica y melódica» de sus versos, en palabras de Joaquina Navarro, ayuda a matizar el sentido de sus palabras. Los sentimientos y el ritmo del poema están hermanados, hay una perfecta fusión entre el contenido y la forma. Los versos eneasílabos, las rimas agudas, las distribuciones de los acentos, el estribillo, las repeticiones de palabras, la sintaxis de los versos basada en anticadencias y cadencias, las correlaciones por oposición y contraste sintonizan perfectamente con el tono general del poema y refuerzan la expresión de sus sentimientos. A ello contribuye también un estilo cuidado y de gran elaboración que emplea las metáforas, las sinestesias o los hipérbatos con acierto y con gran capacidad de sugerencia.

Os dejo la versión que hizo de este poema el gran Paco Ibáñez, un cantautor que ha ayudado a popularizar la poesía en castellano, siempre con un exquisito gusto y con una voz tan personal.

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