Como he hecho en ocasiones anteriores, traigo al blog otro artículo del escritor y periodista Álex Grijelmo, aparecido hace poco en El País, que nos invita a pensar en los usos que hacemos en nuestra lengua en relación a los artículos. En esta ocasión nos ilustra acerca de los valores que tiene en castellano esta clase de palabras y nos avisa de la desaparición de los artículos en textos de diferentes ámbitos, entre los que habría que incluir también a los estudiantes de Secundaria, que en algunas ocasiones también prescinden de su uso, especialmente en construcciones como «todos espectadores» en vez de «todos los espectadores». Siempre resultan interesantes este tipo de reflexiones que hacen que veamos la lengua como algo que no nos es ajeno, sino que nos pertenece y nos rodea.
ARTÍCULOS COMESTIBLES
Algunos filólogos dicen que en realidad seguimos hablando latín. Vale, se acepta la metáfora; pero hablamos un latín con artículos. Porque estas partículas constituyeron una de las adiciones del español en su evolución desde la lengua de los romanos.
Los artículos nos sirven hoy para distinguir entre lo definido y lo indefinido, para acercar o alejar, para precisar o insinuar.
La oración “Un consejero se vacunó antes de tiempo” sería parecida a aquel “alguien ha matado a alguien” con el que el humorista Miguel Gila creía torturar a un asesino cada vez que se cruzaba con él. Por el contrario, “El consejero se vacunó antes de tiempo” concreta, acerca y precisa, gracias al artículo.
Los romanos ya vieron esa necesidad de delimitar el papel de los sustantivos; y como no disponían aún de artículos, acudieron a los demostrativos para los definidos (illa regina, esa reina) y a un numeral para los indefinidos (unus rex, un rey). A partir de ahí, el castellano fue conformando su propio sistema mediante un complejo y lentísimo proceso del que hoy disfrutamos (el, la; un, una; los las…).
Gracias a ese juego sutil de ausencias y presencias, comunicamos sentidos diferentes: “Necesito café” (he de comprarlo), “necesito un café” (he de tomarlo), “necesito el café” (no me lo prohíba, doctor). Pero no por eso decimos “me gusta café”.
Valgan estos ejemplos para ahorrarnos aquellos prolijos detalles técnicos que los explican con precisión.
Sin embargo, los humildes artículos del español deben de provocar la gula en muchos periodistas de ahora, que se los comen sin importarles su historia y su función.
Empezó el proceso hace años con el periodismo deportivo: “Sube Chendo por banda derecha”, “golpea Stoichkov con pierda izquierda”, “juega Molina bajo palos”. (Por cierto, sería mejor “entre palos”; perdón: “entre los palos”, pues el guardameta no tiene las tres piezas sobre su cabeza, sino solamente una).
A esta profusión de artículos comestibles en el fútbol se unió después el periodismo político: “…según informan en Delegación del Gobierno”, “fuentes de Moncloa señalan…”, “se reunieron ayer en Zarzuela”. El fenómeno ocurre principalmente ante nombres propios de lugar, como los citados; o como estos otros: “Se prevé mal tiempo en Pirineos”, “aumenta el paro en Reino Unido”.
Puede ocurrir que estas supresiones se deban a un cierto cansancio por el uso continuo, día a día, hora a hora (partido a partido), de todos esos sintagmas. Tantas veces hay que decir “por la banda derecha”, que algún cambio vendrá bien: ¡Quitemos el artículo!
Y lo mismo sucede en el periodismo de información general con los lugares de gran frecuentación informativa. Pero sólo con ellos. Porque “mucha gente se fue a esquiar a Pirineos” no se copia en “se fueron a Alpes”; y “nos encontramos en Moncloa” no ha ocasionado “el seminario se celebrará en Magdalena” (palacio de la Magdalena, en Santander).
Y así como a menudo se escribe y se dice “en Reino Unido”, la liga de los sin artículo no ha propuesto otras construcciones análogas en singular como “se ha extendido en Unión Europea”, “va a llover en País Vasco” o “Putin trabajó como espía de Unión Soviética”. Si llegáramos a eso, ya sí sería como para que algunos se tirasen de pelos.
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