sábado, 15 de diciembre de 2018

#POEMA27: «CIUDAD SIN SUEÑO» DE FEDERICO GARCÍA LORCA

Quiero compartir este poema de Poeta en Nueva York de Federico García Lorca en la convocatoria de #poema27 de Toni Solano, que conmemora el homenaje de los poetas de la Generación del 27 a Luis de Góngora en el Ateneo de Sevilla en 1927. Lo acompaño con la maravillosa versión que hicieron de él, en el disco Omega, Enrique Morente y Lagartija Nick.

CIUDAD SIN SUEÑO (NOCTURNO DEL BROOKLYN BRIDGE)

No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas.
Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan
y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas
al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros.

No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Hay un muerto en el cementerio más lejano
que se queja tres años
porque tiene un paisaje seco en la rodilla;
y el niño que enterraron esta mañana lloraba tanto
que hubo necesidad de llamar a los perros para que callase.

No es sueño la vida. ¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
Nos caemos por las escaleras para comer la tierra húmeda
o subimos al filo de la nieve con el coro de las dalias muertas.
Pero no hay olvido, ni sueño:
carne viva. Los besos atan las bocas
en una maraña de venas recientes
y al que le duele su dolor le dolerá sin descanso
y al que teme la muerte la llevará sobre sus hombros.

Un día
los caballos vivirán en las tabernas
y las hormigas furiosas
atacarán los cielos amarillos que se refugian en los ojos de las vacas.

Otro día
veremos la resurrección de las mariposas disecadas
y aún andando por un paisaje de esponjas grises y barcos mudos
veremos brillar nuestro anillo y manar rosas de nuestra lengua.
¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
A los que guardan todavía huellas de zarpa y aguacero,
a aquel muchacho que llora porque no sabe la invención del puente
o a aquel muerto que ya no tiene más que la cabeza y un zapato,
hay que llevarlos al muro donde iguanas y sierpes esperan,
donde espera la dentadura del oso,
donde espera la mano momificada del niño
y la piel del camello se eriza con un violento escalofrío azul.

No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Pero si alguien cierra los ojos,
¡azotadlo, hijos míos, azotadlo!

Haya un panorama de ojos abiertos
y amargas llagas encendidas.

No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
Ya lo he dicho.
No duerme nadie.
Pero si alguien tiene por la noche exceso de musgo en las sienes,
abrid los escotillones para que vea bajo la luna
las copas falsas, el veneno y la calavera de los teatros.

miércoles, 28 de noviembre de 2018

PARA QUE YO ME LLAME ÁNGEL GONZÁLEZ

Sirva este poema de su primer libro, Áspero mundo, para recordar al excepcional poeta Ángel González, al que hemos estudiado y leído estos días en clase. La poeta Raquel Lanseros lo comentaba así en enero de este año, en el décimo aniversario de la muerte del poeta, en El Cultural:
«Me gusta especialmente porque el poeta pone de relieve la percepción humana sobre el paso del tiempo, no sólo durante la propia vida, sino anteriormente, señalando con lucidez toda la anchura de existencia que ha sido necesaria para que cada uno de nosotros estemos aquí y ahora. Esa épica del hombre común, esa toma de conciencia de nuestra propia unicidad y del milagro que supone estar vivos convierten al poema en todo un alegato a favor de la intensidad y la verdad desnuda. El aparente fracaso de la vida cotidiana, desprovista de sentido visible, encubre en realidad un inmenso éxito, el más profundo: el de la permanencia y la victoria de la supervivencia.»


Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo el mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
Solsticios y equinoccios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.
De su pasaje lento y doloroso
de su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufragios, aferrándose
al último suspiro de los muertos,
yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento...

En este enlace de El Cultural también podéis leer y escuchar otros nueve poemas del poeta y comentarios de diferentes autores que quisieron rendirle homenaje.

viernes, 23 de noviembre de 2018

GIL DE BIEDMA, EL POETA QUE QUISO SER POEMA

Y preguntarme por qué no escribo inevitablemente desemboca en otra inquisición mucho más azorante: ¿por qué escribí? Al fin y al cabo, lo normal es leer. Mis respuestas favoritas son dos. Una, que mi poesía consistió —sin yo saberlo— en una tentativa de inventarme una identidad; inventada ya, y asumida, no me ocurre más aquello de apostarme entero en cada poema que me ponía a escribir, que era lo que me apasionaba. Otra, que todo fue una equivocación: yo creía que quería ser poeta, pero en el fondo quería ser poema.
Jaime Gil de Biedma, Las personas del verbo

Jaime Gil de Biedma (1929-1990) es uno de los poetas del «Grupo poético de los 50» que más ha influido en la poesía de los últimos años del siglo XX y primeros del siglo XXI. Su obra poética, que no llega al centenar de poemas, inscrita en lo que se ha llamado «poesía de la experiencia», se caracteriza por su tono confesional y narrativo.
Su primera obra, Compañeros de viaje (1959), tiene como tema central la amistad y presenta un carácter marcadamente político («compañeros de viaje» hace referencia también a los militantes comunistas). En muchos de sus versos se denuncia la represión del régimen franquista (la falta de libertades, el miedo imperante, las injusticias). En todo el libro se aprecia el influjo del Antonio Machado de Campos de Castilla.

                        INFANCIA Y CONFESIONES
                                                  A Juan Goytisolo
Cuando yo era más joven
(bueno, en realidad, será mejor decir
muy joven)
                      algunos años antes
de conocernos y
recién llegado a la ciudad,
a menudo pensaba en la vida.
                                                        Mi familia
era bastante rica y yo estudiante.

Mi infancia eran recuerdos de una casa
con escuela y despensa y llave en el ropero,
de cuando las familias
acomodadas,
                          como su nombre indica,
veraneaban infinitamente
en Villa Estefanía o en La Torre
del Mirador
                       y más allá continuaba el mundo 
con senderos de grava y cenadores
rústicos, decorado de hortensias pomposas,
todo ligeramente egoísta y caduco.
Yo nací (perdonadme)
en la edad de la pérgola y el tenis.

La vida, sin embargo, tenía extraños límites
y lo que es más extraño: una cierta tendencia
retráctil.
                  Se contaban historias penosas,
inexplicables sucedidos
dónde no se sabía, caras tristes,
sótanos fríos como templos.
                                                       Algo sordo
perduraba a lo lejos
y era posible, lo decían en casa,
quedarse ciego de un escalofrío.

De mi pequeño reino afortunado
me quedó esta costumbre de calor
y una imposible propensión al mito.


                                  POR LO VISTO

Por lo visto es posible declararse hombre.
Por lo visto es posible decir no.
De una vez y en la calle, de una vez, por todas
y por todas las veces en que no pudimos.
Importa por lo visto el hecho de estar vivo.
Importa por lo visto que hasta la injusta fuerza
necesite, suponga nuestras vidas, esos actos mínimos
a diario cumplidos en la calle por todos.
Y será preciso no olvidar la lección:
saber, a cada instante, que en el gesto que hacemos
hay un arma escondida, saber que estamos vivos
aún. Y que la vida
todavía es posible, por lo visto.


En Moralidades (1966), Gil de Biedma continúa con su compromiso social y político. Denuncia la inmoralidad del régimen, su miseria moral, su hipocresía. Rechaza totalmente los comportamientos de la clase social burguesa a la que pertenece pero no renuncia, con cierta sorna, a sus privilegios. Incorpora a esta obra el amor y el sexo como temas centrales de sus preocupaciones.

                        AÑOS TRIUNFALES
… y la más hermosa
sonríe al más fiero de los vencedores.
                                         Rubén Darío
Media España ocupaba España entera
con la vulgaridad, con el desprecio
total de que es capaz, frente al vencido,
un intratable pueblo de cabreros.
Barcelona y Madrid eran algo humillado.
como una casa sucia, donde la gente es vieja,
la ciudad parecía más oscura
y los Metros olían a miseria.
Con luz de atardecer, sobresaltada y triste,
se salía a las calles de un invierno
poblado de infelices gabardinas
a la deriva, bajo el viento.
Y pasaban figuras mal vestidas
de mujeres, cruzando con sombras,
solitarias mujeres adiestradas
–viudas, hijas o esposas–
en los modos peores de ganar la vida
y suplir a esos hombres. Por la noche,
las más hermosas sonreían
a los más insolentes de los vencedores.


En  Poemas póstumos (1968) el poeta, desengañado en lo político y muy alejado de sus ansias juveniles, abandona la crítica y la ironía de los libros anteriores para centrarse en su persona: la nostalgia del pasado, la madurez, la enfermedad, la proximidad de la muerte son los temas de su última obra. 



           NO VOLVERÉ A SER JOVEN
Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan solo
las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.




Después de este libro, prácticamente decidió no volver a escribir poesía y agrupó su obra en el volumen Las personas del verbo, al cual pertenece el fragmento que abría esta entrada.