jueves, 28 de mayo de 2015

LECTURAS DEL «QUIJOTE»

Grabado de Gustave Doré
No se puede hallar una obra más profunda y poderosa que el Quijote. Hasta el momento es la grande y última palabra de la mente humana. Es la ironía más amarga que puede expresar el hombre. Y si el mundo se acabase, y en el Más Allá -en algún lugar- alguien preguntase al hombre: «Bien, ¿has comprendido tu vida, y qué has concluido?» Entonces el hombre podría, silenciosamente, entregarle el Don Quijote. «Éstas son mis conclusiones acerca de la vida, y tú, ¿me puedes criticar por ello?»
Estas son las palabras que el gran novelista Fiódor Dostoyevski dedicó en su Diario de un escritor a la obra que nos ocupa estos días en clase, Don Quijote de la Mancha, la obra maestra de Miguel de Cervantes. El Quijote es uno de esos libros imprescindibles que conviene empezar a leer y conocer y que puede acompañarnos en muchos momentos de la vida. Un libro que desde hace más de cuatrocientos años sigue alimentando la inteligencia y la imaginación de los seres humanos.
Portada de la segunda parte
del Quijote, publicada
en 1615
Desde la publicación de la primera parte en 1605, la obra tuvo un éxito fulminante. En su época se leyó como un libro humorístico, como una parodia de los libros de caballerías tan del gusto de los lectores de los siglos XV y XVI. En el siglo XVIII, agotado ya ese género narrativo, los lectores y estudiosos empezaron a considerarlo como una obra clásica y un modelo que debía ser seguido. En el siglo XIX, los románticos, esos grandes idealistas, convirtieron al hidalgo manchego en símbolo del hombre que lucha sólo por el triunfo del espíritu sin que le atemoricen los obstáculos. Don Quijote y Sancho Panza encarnan, respectivamente, el impulso ideal y el tosco sentido común que coexisten en el corazón del hombre. Don Quijote lucha por el amor, por la justicia y por la libertad y, aunque ello le valga golpes y desventuras, nada doblega su animoso corazón. Sancho es la cara opuesta de su señor, pero lo sigue, en un ejemplo de fidelidad que le permite llegar a participar de los impulsos ideales y generosos de su señor.
Desde el Romanticismo, las interpretaciones que ha tenido la obra han sido tantas y tan variadas que producen mareo. Se ha visto en el Quijote una burla del idealismo humano, una sátira social, una síntesis poética del ser humano, una forma de vida, una formulación de un pensamiento social y político, un ejemplo de la eterna capacidad humana de ilusión, un canto a la libertad,... Todo ello está motivado por la ambigüedad de la novela, «ambigüedad conscientemente buscada» según Ángel Basanta, que posibilita todas las interpretaciones.
En Don Quijote como forma de vida, Juan Bautista Avalle-Arce ya nos advirtió cómo don Quijote será siempre un personaje que nos seducirá por su forma de entender la vida y nos dejó dicho que «el atractivo perenne de don Quijote para todos los hombres del mundo ha sido siempre su ejemplo de subyugar a las circunstancias, a pesar de costillas hundidas, dientes rotos y palos diarios. El continuado magnetismo de don Quijote de la Mancha radica en el hecho de que en nuestro fuero más interno todos le tenemos un poco de envidia. A diario nos codearíamos con héroes si supiésemos, o pudiésemos, sobreponernos a las circunstancias. Uno de los motivos de nuestra envidia, y no el último por cierto, es que el hidalgo de gotera al inventarse su proyecto de ser lo hace en forma deliberadamente artística, con modelos literarios y todo. El vejete para poco que fugazmente divisamos en el primer capítulo de la novela, de inmediato cede lugar a un brioso caballero andante que imita con plena conciencia a Amadís de Gaula. Ya en plena madurez, el hidalgo de aldea se lanza a vivir un personaje que se ha inventado por encima de sus circunstancias y trata, con rabioso tesón, en convertir a su vida en una obra de arte».
Para terminar, como ejemplo del calado y la profundidad de la obra y como muestra de la trascendencia de los ideales por los que lucha don Quijote, las palabras que él mismo dice al abandonar el castillo de los duques (segunda parte, capítulo LVIII), palabras salidas directamente del alma de Cervantes, que tantas veces perdió su libertad:
 —La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres. Digo esto, Sancho, porque bien has visto el regalo, la abundancia que en este castillo que dejamos hemos tenido; pues en mitad de aquellos banquetes sazonados y de aquellas bebidas de nieve me parecía a mí que estaba metido entre las estrechezas de la hambre, porque no lo gozaba con la libertad que lo gozara si fueran míos, que las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recebidas son ataduras que no dejan campear al ánimo libre. ¡Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo!
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Para la redacción de esta entrada me he servidio de las obras de cuatro maestros del estudio de la literatura española: Fernando Lázaro Carreter, Vicente Tusón, Juan Bautista Avalle-Arce y Ángel Basanta. 

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