Recojo a continuación dos fragmentos de estudios críticos sobre Los santos inocentes de Miguel Delibes que completan la guía de lectura comentada en clase y aportan nuevas miradas en torno a la novela. Uno de los principales valores de la crítica literaria es este, el de proporcionar a los lectores visiones nuevas que les ayuden a profundizar en el sentido último de las obras.
Manuel Alvar, en El mundo novelesco de Miguel Delibes, subraya el protagonismo individual de Azarías en la novela y la semejanza de su enunciación (o forma de narrar la historia) con el cuento infantil.
Este mundo de Azarías tiene su mucho de infantil; el retrasado mental no ha superado la niñez: cree que, orinándose en las manos, no se abren grietas; que Irineo, el hermanillo muerto, se le aparece; que cuenta saltando del once al cuarenta y tres... Y el relato gira en torno a este hombre. Delibes nos cuenta, no una novela social (aunque lo sea), no la crueldad del hombre para con el hombre (aunque la haya), no un mundo maniqueo (aunque bien patente esté), lo que nos cuenta es un pedazo de vida de un hombre desgraciado. Y entonces la única manera de ser realista es introducirnos en ese mundo poblado por seres inocentes y hacérnoslo vivir desde su interior. Y narra cómo Azarías contaría sus horas sentado en la tajuela del hogaril. Es un cuento infantil que camina resollando, sin apoyos ortográficos: coma, punto y coma, pero ni un solo punto, ni unas comillas para los textos reproducidos. Sólo unos blancos que son del impresor, no del hombre que está narrando a los niños, porque en la conversación tampoco hay blancos. Y como en los cuentos infantiles, onomatopeyas, repeticiones continuadas, el bueno y el malo muy bien definidos.
Gregorio Torres Nebrera, en "Arcadia amenazada": modulaciones sobre un tema en la narrativa de Miguel Delibes, marca el antagonismo entre las víctimas inocentes y el conglomerado de los poderosos simbolizado en el señorito Iván.
Desde una construcción narrativa minuciosamente cuidada, Delibes intensifica en Los santos inocentes -hasta conseguir un excelente ejemplo de fábula moral- el elenco de amenazas -físicas y psíquicas- que la Arcadia padece, y la lucha soterrada de la mansedumbre para sobrevivir en un mínimo de dignidad y de azules horizontes no envenenados por la muerte y el egoísmo. Sobre el tríptico de inocentes víctimas Azarías-grajilla-niña chica, Delibes ha construido un retablo en el que se amontonan, de un lado, el ridículo de aristócratas y ministros, la silenciosa complicidad de un obispo, el vergonzante servilismo de un administrador y la inmoral actitud de una mujer entregada al mejor postor: una inmoralidad por acción o por omisión, que tiñe a todo el grupo de los "propietarios" sometidos -como punibles marionetas de coro- a la voluntad de un "señorito Iván" que no se arredra ante el sarcasmo y el desprecio con el que se acoge el interés de la adolescente Nieves por tomar la comunión; que se jacta hipócritamente de una ridícula "educación de adultos" que no pasa del garrapateo del nombre para firmar abusivos salarios de miseria; que está acostumbrado a comprar trabajo y obediencia sin resistencia alguna; que no se responsabiliza ni se solidariza con el dolor del semejante, si empieza a considerarlo -a priori- su inferior y si ello, además, supone un serio inconveniente para su lucimiento y su holgorio; que desprecia -por último, y desde su indeseable sistema de valores- el valor supremo de una grajeta ("carroña de esa es la que sobra en el cortijo" es lo único que se le ocurre razonar para justificar el tremendo desgarro que ha producido en la Arcadia particular de Azarías).
[Las referencias de estos estudios están tomadas de la edición de la novela realizada por Domingo Ródenas para la editorial Crítica]
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