viernes, 9 de mayo de 2014

VARGAS LLOSA PRESENTA "LOS CACHORROS"

En 1979, años después de la publicación de Los cachorros (1967), Vargas Llosa escribió un prólogo para la edición definitiva de Los jefes y Los cachorros en la edtorial Seix Barral. 
Transcribo la parte en que se centra en la novela que leemos y estudiamos estos días en clase. Los apuntes del autor sobre el proceso de creación de la novela, el origen del argumento, la conquista de la voz plural que cuenta el relato y las interpretaciones a que ha dado lugar la obra, son interesantísimos.

También el “barrio” [el de Miraflores, como en Los jefes] es el tema de Los cachorros. Pero este relato no es pecado de juventud, sino algo que escribí de adulto, en 1965, en París. Digo escribí y mejor sería decir reescribí, porque hice por lo menos una docena de versiones de la historia, que nunca salía. Me rondaba la cabeza desde que leí, en un diario, que un perro había emasculado a un recién nacido, en un pueblecito de los Andes. Desde entonces, soñaba con un relato sobre esta curiosa herida que, a diferencia de las otras, el tiempo iría abriendo en vez de cerrar. A la vez, le daba vueltas a una novela corta sobre un “barrio”: su personalidad, sus mitos, su liturgia. Cuando decidí fundir los dos proyectos, comenzaron los problemas. ¿Quién iba a narrar la historia del niño mutilado? El “barrio”. ¿Cómo conseguir que el narrador colectivo no borrara a las diversas bocas que hablaban por la suya? A fuerza de romper papeles, poco a poco fue perfilándose esa voz plural que se deshace en voces individuales y rehace de nuevo en una que expresa a todo el grupo. Quería que Los cachorros fuese una historia más cantada que contada y, por eso, cada sílaba está elegida tanto por razones musicales como narrativas; no sé por qué, sentía que, en este caso, la verosimilitud dependía de que el lector tuviera la impresión de estar oyendo, no leyendo: la historia debía entrarle por los oídos. Estos problemas, digamos técnicos, fueron los que me absorbieron. Mi sorpresa fue la variedad de interpretaciones que merecerían las desventuras de Pichula Cuéllar: parábola sobre la impotencia de una clase social, castración del artista en el mundo subdesarrollado, paráfrasis de la afasia provocada en los jóvenes por la cultura de la tira cómica, metáfora de mi propia ineptitud de narrador. ¿Por qué no?
Cualquiera puede ser cierta. Una cosa que he aprendido, escribiendo, es que en este quehacer nunca nada está del todo claro: la verdad es mentira y la mentira verdad y nadie sabe para quién trabaja. Lo seguro es que la literatura no resuelve problemas —más bien los crea— y que en vez de felices hace a las gentes más aptas para la infelicidad. Así y todo, ella es mi manera de vivir y no la cambiaría por otra.




[Las fotografías que acompañan esta entrada son de Xavier Miserachs y son el resultado del encargo que le hizo la editorial Tusquets para ilustrar Los cachorros, ambientada en el barrio de Miraflores de Lima, con imágenes de Barcelona. Dos ciudades y dos mundos distintos que se complementan perfectamente]


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