lunes, 14 de junio de 2021

AUTOBIOGRAFÍAS: LUIS ROSALES, GLORIA FUERTES Y JOSÉ AGUSTÍN GOYTISOLO

Como complemento a otra entrada anterior del blog, Recuentos de vida: Hierro, Otero y Celaya, os presento hoy otros tres poemas de autores del periodo de posguerra que nos dejaron sus autobiografías en forma de poemas. Los poetas son Luis Rosales, Gloria Fuertes y José Agustín Goytisolo. Así nos acercaremos a sus vidas,  a su relación con los demás y a sus mundos interiores. El tono de los poemas y los sentimientos vertidos en las «autobiografías» rezuman esa autenticidad del poeta que mira hacia dentro y comparte con sus lectores lo más íntimo y personal, siempre teñido de melancolía y tristeza. Pero a eso hay que añadir el tratamiento irónico (e incluso humorístico en los dos últimos poemas) con el que los autores se miran a sí mismos con distancia.

Los tres poemas pueden ser perfectamente cartas de presentación de sus autores. De Luis Rosales podemos leer La casa encendida, obra poética escrita en versículos, que muestra la experiencia dolorosa del paso del tiempo, pero también la afirmación de la armonía y de la esperanza. A Gloria Fuertes ya la presentamos en otra entrada del blog y destacamos la cercanía de su poesía por el lenguaje empleado y el tono irónico y humorístico de sus poemas que denuncian la hipocresía social y las injusticias. De José Agustín Goytisolo, también presente en otras entradas del blog, podemos acercarnos a Palabras para Julia, una de sus obras más populares e importantes.

          AUTOBIOGRAFÍA

Como el náufrago metódico que contase las olas
que faltan para morir,
y las contase, y las volviese a contar, para evitar
errores, hasta la última,
hasta aquella que tiene la estatura de un niño
y le besa y le cubre la frente,
así he vivido yo con una vaga prudencia de
caballo de cartón en el baño,
sabiendo que jamás me he equivocado en nada,
sino en las cosas que yo más quería.

                      Luis Rosales

 

          AUTOBIOGRAFÍA

Gloria Fuertes nació en Madrid
a los dos días de edad,
pues fue muy laborioso el parto de mi madre
que si se descuida muere por vivirme.
A los tres años ya sabía leer
y a los seis ya sabía mis labores.
Yo era buena y delgada,
alta y algo enferma.
A los nueve años me pilló un carro
y a los catorce me pilló la guerra;
A los quince se murió mi madre, se fue cuando más falta me hacía.
Aprendí a regatear en las tiendas
y a ir a los pueblos por zanahorias.
Por entonces empecé con los amores,
-no digo nombres-,
gracias a eso, pude sobrellevar
mi juventud de barrio.
Quise ir a la guerra, para pararla,
pero me detuvieron a mitad del camino.
Luego me salió una oficina,
donde trabajo como si fuera tonta,
-pero Dios y el botones saben que no lo soy-.
Escribo por las noches
y voy al campo mucho.
Todos los míos han muerto hace años
y estoy más sola que yo misma.
He publicado versos en todos los calendarios,
escribo en un periódico de niños,
y quiero comprarme a plazos una flor natural
como las que le dan a Pemán algunas veces.

           Gloria Fuertes

 

        AUTOBIOGRAFÍA

Cuando yo era pequeño
estaba siempre triste
y mi padre decía
mirándome y moviendo
la cabeza: hijo mío
no sirves para nada.

Después me fui al colegio
con pan y con adioses
pero me acompañaba
la tristeza. El maestro
graznó: pequeño niño
no sirves para nada.

Vino luego la guerra
la muerte -yo la vi-
y cuando hubo pasado
y todos la olvidaron
yo triste seguí oyendo:
no sirves para nada.

Y cuando me pusieron
los pantalones largos
la tristeza en seguida
cambió de pantalones.
Mis amigos dijeron:
no sirves para nada.

En la calle en las aulas
odiando y aprendiendo
la injusticia y sus leyes
me perseguía siempre
la triste cantinela:
no sirves para nada.

De tristeza en tristeza
caí por los peldaños
de la vida. Y un día
la muchacha que amo
me dijo y era alegre:
no sirves para nada.

Ahora vivo con ella
voy limpio y bien peinado.
Tenemos una niña
a la que a veces digo
también con alegría:
no sirves para nada.

           José Agustín Goytisolo

 

viernes, 11 de junio de 2021

A VUELTAS CON LA ORTOGRAFÍA

Rescato dos columnas periodísticas aparecidas en los últimos años en El País que enfocan el tema de la necesidad de la ortografía, siempre en el centro del debate y objeto de atención de varias entradas del blog, desde puntos de vista diferentes pero complementarios. El primer texto, Broca y Wernicke, de Ignacio Rodríguez Alemparte, plantea la cuestión a partir de la biología. El segundo, La ortografía es el termómetro, de Álex Grijelmo, plantea el tema desde una perspectiva sociólogica. En los dos la conclusión es la misma: la ortografía no es algo caprichoso ni un asunto nimio o insustancial, es básica y fundamental en la creación de una comunidad de usuarios de una lengua.

Broca y Wernicke

Ignacio Rodríguez Alemparte

El cerebro usa dos rutas para leer: el área de Broca (lóbulo frontal) y el área de Wernicke (lóbulo temporal). La primera hace una conversión grafofonológica, mientras que la segunda reconoce la palabra atendiendo a su aspecto. Esta última ruta es más rápida y adquiere más importancia cuanto más experto es el lector. Por eso los lectores principiantes silabean, mientras que los avezados leen varias palabras de un golpe de vista. Es posible hacerlo porque gracias a la ortografía las palabras siempre se escriben igual. Es fácil darse cuenta si tratamos de leer un texto plagado de cambios ortográficos. Veremos cómo nuestra velocidad lectora cae enormemente.

Higual uz te no ze lo qree aun ke quisa hesté vreve i esa jerado hegemplo se ha balido.

Bloqueada la ruta de Wernicke, el cerebro no reconoce las palabras y debe identificar sus fonemas uno a uno, silabeando igual que hace un niño. Abolir la ortografía haría que cada cual escribiese cada palabra “como le suena” y nos entorpecería a todos la lectura. También a las personas supuestamente “discriminadas” por la ortografía, a las que dificultaría aún más el acceso a la cultura. Parece más sensato exigir una escuela pública de calidad para todos que suprimir la ortografía.

Dicho esto, estoy de acuerdo en discutir si las normas que hay son mejorables. Por ejemplo, si es preferible mantener la “h” de “hierro” o sería mejor escribir “ierro”, “yerro”, “yierro”, “llerro”, “llierro” o sus correspondientes con erre simple. Son 12 variantes. Podemos decidir cuál preferimos, pero, a partir de ese momento, todos deberemos escribirla igual. Y lo único que habremos hecho es sustituir una norma por otra, que igualmente habrá que aprender.

Vista la necesidad de unas normas y las variantes que la escritura fonológica puede producir, parece razonable mantener las que existen, que son, en gran parte, producto de la etimología. La “h” de “hierro” es el rastro genético que dejó la “f” de “ferrum”. Saberlo permite entender, por ejemplo, por qué decimos “cloruro férrico”. Es una realidad muy bella de las lenguas que no se debería despreciar con tanta ligereza.

 


La ortografía es el termómetro

Álex Grijelmo

Quien tiene un problema de ortografía no sufre solamente ese problema. Los errores con la puntuación o las letras van siempre asociados a una deficiente expresión sintáctica y a un vocabulario pobre. La ortografía es el mercurio que sirve para señalar la fiebre. Se podrán abolir las haches y las tildes, como propuso García Márquez, pero no por romper el termómetro bajará la temperatura.

Las personas acostumbradas a leer buenos libros y buenos periódicos no suelen cometer faltas cuando escriben, porque su memoria inconsciente ha ido almacenando las palabras exactas y ha deducido las relaciones gramaticales que mantienen entre sí. Y cuando las necesiten para expresar una idea, brotarán casi sin esfuerzo.

Frente a eso, las faltas involuntarias afloran en quienes no quisieron o no pudieron recibir una enseñanza de calidad y no han enriquecido luego su pensamiento con las cuidadas lecturas que conducen siempre a cuidadas reflexiones.

Hoy en día salimos a la plaza pública más con la palabra escrita que con la expresión oral. Redactamos mensajes de WhatsApp, de correo, escribimos en Twitter… Y paseamos por esa calle de multitudes vestidos solamente con nuestra ortografía y nuestra sintaxis. Así nos mostramos a los demás, que se formarán una opinión al respecto del mismo modo que se establece una impresión general ante quien lleva siempre lamparones en el traje.

En definitiva, la ortografía es sobre todo un indicio.

Se supone que quien escribe con corrección ha leído y ha incorporado a su pensamiento una estructura gramatical que le permite ordenar mejor las ideas y analizar con más competencia tanto lo que oye como lo que piensa. La buena ortografía ayuda además a relacionar unos vocablos con otros (y también a distinguir unos conceptos de otros).

Por el contrario, cabe suponer que quien comete faltas de ortografía no dispone de esas herramientas; que tal vez disfrute así de menor capacidad para la argumentación y la seducción, y que probablemente sea, por todo ello, una persona más manipulable.