viernes, 22 de abril de 2022

INSTRUCCIONES PARA LEER


Recordamos en la víspera del Día del Libro las palabras que abren la novela Si una noche de invierno un viajero de Italo Calvino. Nos invitan a leer la propia novela que escribió el autor italiano, un ejercicio muy ingenioso de metaliteratura en el que en la misma obra hay varias novelas y distintos lectores, pero pueden valer para animar a la lectura de cualquier texto. Son unos consejos o instrucciones, elaborados con gracia e ironía, que ojalá sirvan para animar una vez más la afición a la lectura, una de las actividades más prodigiosas y placenteras que tiene el ser humano a su alcance.

[...] Relájate. Concéntrate. Aleja de ti cualquier otra idea. Deja que el mundo que te rodea se esfume en lo indistinto. La puerta es mejor cerrarla; al otro lado siempre está la televisión encendida. Dilo enseguida, a los demás: «¡No, no quiero ver la televisión!» Alza la voz, si no te oyen: «¡Estoy leyendo! ¡No quiero que me molesten!» […]

Adopta la postura más cómoda: sentado, tumbado, aovillado, acostado. Acostado de espaldas, de costado, boca abajo. En un sillón, en el sofá, en la mecedora, en la tumbona, en el puf. En la hamaca, si tienes una hamaca. Sobre la cama, naturalmente, o dentro de la cama. También puedes ponerte cabeza abajo, en postura yoga. Con el libro invertido, claro. […]


Bueno, ¿a qué esperas? Extiende las piernas, alarga también los pies sobre un cojín, sobre dos cojines, sobre los brazos del sofá, sobre las orejas del sillón, sobre la mesita de té, sobre el escritorio, sobre el piano, sobre el globo terráqueo. Quítate los zapatos, primero. Si quieres tener los pies en alto; si no, vuélvetelos a poner. Y ahora no te quedes ahí con los zapatos en una mano y el libro en la otra.


Regula la luz de modo que no te fatigue la vista. Hazlo ahora, porque en cuanto te hayas sumido en la lectura ya no habrá forma de moverte. Haz de modo que la página no quede en sombra, un adensarse de
letras negras sobre un fondo gris, uniformes como un tropel de ratones; pero ten cuidado de que no le caiga encima una luz demasiado fuerte y que no se refleje sobre la cruda blancura del papel royendo las sombras de los caracteres como en un mediodía del Sur. Trata de prever ahora todo lo que pueda evitarte interrumpir la lectura. Los cigarrillos al alcance de la mano, si fumas, el cenicero. ¿Qué falta aún? ¿Tienes que hacer pis? Bueno, tú sabrás.


No es que esperes nada particular de este libro en particular. Eres alguien que por principio no espera ya nada de nada. Hay muchos, más jóvenes que tú y menos jóvenes, que viven a la espera de
experiencias extraordinarias; de los libros, de las personas, de los viajes, de los acontecimientos, de lo que el mañana guarda en reserva. Tú no. Tú sabes que lo mejor que uno puede esperar es evitar lo peor. Esta es la conclusión a la que has llegado, tanto en la vida personal como en las cuestiones generales y hasta en las mundiales. ¿Y con los libros? Eso es, precisamente porque lo has excluido en cualquier otro terreno, crees que es justo concederte aún este placer juvenil de la expectativa en un sector bien circunscrito como el de los libros, donde te puede ir mal o ir bien, pero el riesgo de la desilusión no es grave. […]

lunes, 4 de abril de 2022

ANTONIO MACHADO ANTE LA ESPAÑA VACIADA


…hoy siento por vosotros, en el fondo

del corazón, tristeza,

tristeza que es amor!

Los versos que encabezan esta entrada, de «Campos de Soria» (VII) en Campos de Castilla,  sintetizan acertadamente la visión, lírica y crítica, de Antonio Machado ante las tierras castellanas. La lectura de los poemas de Machado sobre el paisaje castellano en nuestros días nos habla de la conexión íntima y autobiográfica del poeta con el paisaje, pero también nos descubre un problema que más de cien años después sigue entre nosotros, el de la irremediable despoblación de lo que se ha llamado la España vacía (en concepto acuñado por Sergio del Molino) o la España vaciada.

El caminante Machado nos pinta un paisaje desnudo y desolado que ha impregnado nuestra mirada y nos alerta de su abandono: decrépitas ciudades, campos sin arados, éxodo de las pobres gentes,… Valga como testimonio de todo ello un pequeño fragmento del poema XCVIII, «A orillas del Duero», de Campos de Castilla. A la descripción del paisaje sigue la meditación del poeta que nos muestra su visión crítica de la España de entonces, ya tratada en otra entrada del blog.

 

Mediaba el mes de julio. Era un hermoso día.
Yo, solo, por las quiebras del pedregal subía,
buscando los recodos de sombra, lentamente. […]

Veía el horizonte cerrado por colinas
oscuras, coronadas de robles y de encinas;
desnudos peñascales, algún humilde prado
donde el merino pace y el toro, arrodillado
sobre la hierba, rumia; las márgenes de río
lucir sus verdes álamos al claro sol de estío,
y, silenciosamente, lejanos pasajeros,
¡tan diminutos! -carros, jinetes y arrieros-,
cruzar el largo puente, y bajo las arcadas
de piedra ensombrecerse las aguas plateadas
del Duero.
El Duero cruza el corazón de roble
de Iberia y de Castilla.
¡Oh, tierra triste y noble,
la de los altos llanos y yermos y roquedas,
de campos sin arados, regatos ni arboledas;
decrépitas ciudades, caminos sin mesones,
y atónitos palurdos sin danzas ni canciones
que aún van, abandonando el mortecino hogar,
como tus largos ríos, Castilla, hacia la mar!
Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora.
¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada
recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada?
Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira;
cambian la mar y el monte y el ojo que los mira.
¿Pasó? Sobre sus campos aún el fantasma yerta
de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra. […]