Luis Landero ha recibido hoy el Premio Nacional de las Letras y para celebrarlo
invitamos desde el blog a leer alguna de sus novelas. Hace poco compartíamos la
lectura del capítulo inicial de El huerto
de Emerson, una sugerente invitación a la escritura, un arte en el que Landero siempre ha destacado. Y hace más tiempo compartimos un estupendo texto, que firmaba bajo el pseudónimo de Faroni, uno de los personajes de Juegos de la edad tardía, que lleva por título Breve antología de la Literatura Universal. Ambos textos son muestra de la maestría de Luis Landero, al que felicitamos por este premio.
Hoy invitamos a leer una
de sus últimas novelas, Lluvia fina, de la que transcribo las primeras líneas, en las que con mucha sutileza profundiza en la verdadera esencia de los relatos y las
palabras, la materia de la que estamos hechos, para presentar a una de sus protagonistas, Aurora, personaje al que
todos relatan sus historias. Esta novela, entretejida de conversaciones que recuerdan y reconstruyen interesadamente el pasado, fue considerada por muchos críticos como la mejor novela en español de 2019.
Ahora ya sabe con certeza
que los relatos no son inocentes, no del todo inocentes. Quizá tampoco lo sean
las conversaciones de diario, los descuidos y equívocos verbales o el hablar
por hablar. Quizá ni siquiera lo que se habla en sueños sea del todo inocente.
Hay algo en las palabras que, ya de por sí, entraña un riesgo, una amenaza, y
no es verdad que el viento se las lleve tan fácilmente como dicen. No es
verdad. Puede ocurrir que ciertos ecos de los dichos, y hasta de los dichos más
triviales, sigan como en letargo durante muchos años, latiendo débilmente en un
rincón de la memoria, esperando una segunda oportunidad de regresar al presente
para aumentar y corregir lo que no quedó del todo claro en su momento, y a
menudo con una elocuencia y un alcance significativo que exceden con mucho a
los que tuvieron en su origen. Ahí están, no hay más que verlos, llegan
revestidos con extraños ropajes, al son de músicas exóticas, con trazas nunca
vistas, y es que traen noticias, grandes y asombrosas noticias, de un pasado
que acaso no existió jamás. Y siempre, siempre, los relatos o las palabras que
vuelven de los oscuros ámbitos de la memoria llegan en son de guerra, cargados
de agravios, y ansiosos de reivindicación y de discordia. Es como si en el
largo exilio del olvido hubieran ahondado en sus mundos imaginarios, hurgado en
sus entrañas, como el doctor Moreau con sus criaturas monstruosas, hasta sufrir
una total, una fantástica metamorfosis. Y así, con su lúgubre cortejo de
figuras grotescas, pero a la vez irresistiblemente seductoras, las palabras y
relatos de ayer llegan a nosotros e imponen en nuestra conciencia la tiranía,
la deliciosa tiranía, de sus nuevos significados y argumentos. ¡Ah!, y eso sin
contar los gestos que usamos al hablar, la dimensión teatral de las palabras, y
que a veces son más persuasivos que ellas mismas, y las sobreviven en la
memoria, de modo que a menudo no sabemos con seguridad si estamos recordando
las frases o más bien su puesta en escena, el repertorio de ademanes que las
acompañaban, las sonrisas, las miradas, las manos, los hombros, las pausas, el
secreto parloteo del silencio y del cuerpo.
Son negras conjeturas que
cruzan y agitan la mente de Aurora y ponen un nublado de cansancio en su
rostro. Y es que lleva mucho tiempo, casi toda la vida, escuchando historias,
confidencias, palabras y palabras dichas siempre en voz baja y en tono airado y
dolorido. Son historias que suelen venir de muy atrás, que sucedieron en un
tiempo remoto, ya casi legendario, pero que se mantienen tan pujantes y vivas
como entonces, si es que no más. ¿Qué habrá en Aurora que despierta enseguida
la confianza de la gente y las ganas de sincerarse con ella y de contarle
fragmentos antológicos de su vida, secretos que acaso el narrador no ha
revelado nunca a nadie? Pero a ella sí. A ella todos le cuentan, todos la
quieren, todos le agradecen su comprensión, su manera tan dulce, tan
consoladora de escuchar.
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